El reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018)

No es lo mismo leer a diario noticias de casos de corrupción con nombres, lugares y cantidades diversas e intercambiables que meterse dentro de uno de esos casos y experimentar directamente, a través de la dramatización, el proceso subyacente a esas realidades que aparentemente nos resultan tan familiares. Creemos que lo sabemos todo sobre los individuos que nos roban cuando deberían estar velando por lo público, pero en general es muy poco lo que conocemos sobre sus motivaciones y su forma de ver el mundo, más allá del manifiesto desprecio por quienes están situados más abajo en la escala de poder. El recientemente elegido Presidente de México, López Obrador, decía hace poco que la corrupción no es un fenómeno cultural, sino el resultado de un régimen político en decadencia. No es que los españoles sean ladrones en potencia, es que el sistema se ha configurado de tal forma que desde una posición de poder es posible mangonear sin que haya consecuencias y, de hecho, nadie dentro del sistema se plantea que la política pueda hacerse de otra forma, o al menos así era hasta que algunos hicieron de la dignidad y la transparencia una bandera distintiva.

Esta película, que cuenta con un elenco de actores todos ellos sobresalientes y un guion trepidante, tiene la virtud de no inventarse nada: todo lo que se ve en ella es real y ha sucedido en alguna de las numerosísimas tramas de las que hemos tenido conocimiento en los últimos años. Sin embargo, cuando se ordenan las piezas y se cuenta la historia desde dentro, esta adquiere una nueva dimensión al ofrecer un retrato vivo y preciso de cómo pueden pensar y funcionar determinados individuos, más allá de los actos que conocemos vagamente a través de fuentes de información siempre incompletas. No sé cómo una película de estas características ha podido salir adelante en un país en el que se secuestran libros por mencionar casos probados de ilegalidades, donde quienes denuncian casos de corrupción sufren una indefensión absoluta y un partido con 1.000 imputados en sus filas sigue siendo la fuerza más votada, pero en mi opinión es algo que demuestra que, de unos años para acá, algo ha cambiado, y España ha pasado de reírle las gracias a los corruptos como en la época de Jesús Gil a intentar no solamente poner coto a sus prácticas ilícitas sino también entender cómo y por qué se producen, para poder limitar su aparición. Por su claridad, concisión y credibilidad, me parece que esta es una obra esencial para cualquier persona que quiera entender el fenómeno de la corrupción sin perderse en el laberinto de noticias, casos y sentencias con el que estamos acostumbrados a convivir, aunque por fortuna cada vez nos resulte menos tolerable.

Escuchando: The KLF – 1991 – The White Room (UK Ed.)

Houellebecq, Michel – Les particules élémentaires (1998)

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Houellebecq, Michel – Les particules élémentaires, Flammarion, Paris, 1998

Les particules élémentaires es la segunda novela de Michel Houellebecq, uno de los escritores contemporáneos más famosos y polémicos de Francia, tanto por el contenido de sus obras como por sus controvertidas declaraciones. Atípico en muchos aspectos, bebe más de autores heterogéneos o sui géneris, como Sade, Huxley o Céline, antes que de la tradición canónica francesa. Es tal su importancia en Francia que su último libro se convirtió prácticamente en cuestión de estado, dividiendo radicalmente al país entre partidarios y detractores. Sin deseo de entrar en el debate sobre el personaje en sí, ciertamente peculiar y complejo, lo cierto es que la novela me ha gustado mucho, porque considero que pese a la recurrente sordidez y la aparente disparidad de elementos hay ideas de base originales y un estilo propio característico que confieren entidad y dotan de interés a la lectura.

El libro cuenta la historia de dos hermanastros de familias desestructuradas, nacidos en la época del baby boom, que viven vidas paralelas, muy distintas en su trayectoria pero con un grado similar de insatisfacción. Ambos encaran el ecuador de su vida con viento adverso y cada uno opta por una estrategia distinta para capearlo, que le llevará por senderos inesperados. Tanto estos personajes como los demás resultan un tanto arquetípicos de primeras, pero esto facilita la identificación con sus desventuras, especialmente cuando a través de la evocación de la vida pasada de los dos se va reconstruyendo el rompecabezas de su personalidad, que termina encajando hasta sus últimas consecuencias. A pesar de la enorme distancia que los separa y de sus aspiraciones diametralmente opuestas, ambos conforman la cara y la cruz de una misma moneda que aquí se dibuja con viveza y precisión: la imagen de la neurosis moderna.

La prosa de Houellebecq se caracteriza por un estilo accesible y depurado, casi sin florituras, en el que se mezclan tonos narrativos muy diferentes que constituyen lo que podría calificarse de relato patchwork, ya que une discursos propios de la sociología histórica, la divulgación científica, la cultura popular trivial o la apatía y el desencanto contemporáneos, ámbitos aparentemente inconexos entre sí pero que juntos configuran un todo rico y colorido verdaderamente original. La novela entera está impregnada de tintes sórdidos que no obstante resultan por lo general muy humanos y no excesivamente gratuitos, al contrario de lo que, por lo que tengo entendido, puede leerse en obras posteriores. La historia es predominantemente triste, aunque no forzosamente pesimista, y deja un sabor agridulce pero sabiamente desprovisto de derivas melodramáticas, lo que permite al lector ceñirse al conjunto de la trama en lugar de centrarse tan sólo en las vicisitudes de los personajes.

Esta es una novela auténticamente posmoderna en el sentido de que economía, sociedad y cultura se conciben como un todo unitario e indisoluble. El enfoque con el que se aborda también es posmoderno, ya que rehúye claramente el racionalismo y moralismo clásicos, mostrando un énfasis en lo formal y lo ecléctico, y prescindiendo de cualquier tipo de ideología o compromiso social. La psicología desempeña también un papel muy importante, y son especialmente interesantes las observaciones del narrador sobre mujeres y hombres, desde una especie de paternalismo cínico respecto de las primeras y desprecio matizado frente a los segundos. La perspectiva histórica es asimismo esencial, tanto a la hora de analizar y valorar acontecimientos y pautas del pasado como de diseccionar el tiempo de la narración desde un punto de vista situado en el futuro y presuntamente “neutral”. Todo esto hace que las reflexiones del autor resulten pertinentes por su amplitud de miras y fundamentación, así como por su manera de aproximarse a los grandes problemas de la humanidad en la fecha de publicación, que no han cambiado en exceso hasta el día de hoy. Desconozco si leeré otro libro suyo, porque no sé si alguno alberga el mismo interés, pero sí puedo decir que éste es bueno y merece la pena.

Escuchando: Pata Negra – 1988 – Blues de la Frontera