Kallifatides, Theodor – El asedio de Troya (2020)

Kallifatides, Theodor – El asedio de Troya, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020

No había pasado demasiado tiempo desde que leí Otra vida por vivir cuando vi entre las novedades de una librería madrileña muy acogedora, que visitaba por primera vez (La Buena Vida, en Ópera), un libro nuevo del mismo autor, que además hablaba de la Guerra de Troya. Me hice con él sin pensarlo y lo leí un tiempo después, y aunque tanto el tema como el tono sean bastante distintos de los del anterior, esta obra más reciente tampoco tiene ningún desperdicio. Es una gran noticia que se haya empezado a leer por estos lares a este escritor greco-sueco, que hasta hace bien poco era un desconocido en el mundo hispánico.

La novela da comienzo en la Grecia ocupada por los alemanes a finales de la Segunda Guerra Mundial. Un chavalito de pueblo, que también es el narrador en primera persona, asiste a clase en ese ambiente enrarecido y peligroso, entre bombardeos y represalias sangrientas. Una nueva profesora recién llegada se hace cargo de la escuela y empieza a contar a los alumnos la historia de la Ilíada, a su manera, para ayudarles a sobrellevar mejor la situación. Los chicos pronto empiezan a ver similitudes entre su situación y la de los griegos y troyanos de antaño, y acaban entendiendo que en cualquier conflicto, más que buenos o malos, sólo hay víctimas o supervivientes.

En esta novela breve y amena, aunque no exenta de pasajes traumáticos, la intención de Kallifatides parece ser ofrecer una versión de la Ilíada más asequible y abordable que la original, aunque del texto en griego antiguo haya, al menos en castellano, versiones sobresalientes (como la rítmica de Agustín García Calvo). Hay que tener en cuenta que el libro está escrito originalmente en sueco, como la mayor parte de la producción literaria del autor (lo que quizá aquí no pegue mucho, habida cuenta del tema), por lo que posiblemente tenga una vocación de difusión de la epopeya que tal vez no sea tan necesaria en el ámbito hispanohablante.

El libro se centra en el lado más humano del sufrimiento y la pérdida en las guerras, realizando una lectura paralela de los hechos que acontecen en los años cuarenta del siglo pasado y en las gestas de la Antigüedad Preclásica. El estilo oscila entre la parquedad de un relato bélico realista y un eco atenuado de la épica arcaica, conscientemente desprovista de la pompa y el heroísmo habituales. En esta Ilíada que se nos presenta no hay intervenciones divinas, tan solo hay seres humanos que se ven atrapados por las circunstancias y tratan de hacer lo que consideran justo, o sencillamente lo que buenamente pueden. Hay mucha psicología en juego, pero se podría argumentar que también la había en la obra de Homero.

Sorprendentemente, la historia no acaba con la destrucción de Troya sino con la muerte de Héctor, que realmente es el verdadero punto de inflexión en el que todo se tuerce. Desaparecida la figura más destacada y capaz, ¿qué esperanza puede restar para los que quedan? Héctor es el ejemplo de cómo las guerras terminan con lo mejor de las sociedades (su capital humano), y quienes sobreviven deben cargar con esa pérdida: una reflexión bastante necesaria en estos tiempos en que parece que volvemos a perderle el miedo al conflicto en Europa, después de mucho tiempo sin ninguna guerra directa, y con la extrema derecha volviendo a la carga, decidida a ir montando la siguiente.

Escuchando: Kaeck – 2021 – Het Zwarte Dictaat

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (2013)

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (Acantilado, 2013)

No habría llegado a este libro si no fuera porque un buen amigo me lo regaló, al ver que en él se juntaban dos cosas que son de mi agrado: la literatura polaca y la historia antigua. Al principio se me hizo raro que un escritor polaco escribiera sobre la Grecia antigua, pero pronto pude comprobar que el punto de partida eran unas impresiones de viajes, a las que se suma una notable erudición histórica y una marcada tendencia poética (no en vano, el autor era poeta) que conforman un conjunto muy completo y personal. Pese a no ser demasiado conocido en España, al menos hasta fechas recientes, Zbigniew Herbert (1924-1998) tiene ya por lo menos cuatro de sus libros publicados en castellano, todos ellos en la editorial Acantilado, que como de costumbre es sinónimo de alta calidad. La traducción corre a cargo de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski, que ya han demostrado la excelencia de su arte en otras publicaciones de la misma casa, como Mi siglo de Alexander Wat.

En las páginas del libro, Herbert se revela como un gran apasionado del mundo clásico, del cual alcanzó un grado de conocimiento tan amplio como minucioso, a juzgar por la variedad y la profundidad de los temas abordados. El volumen recopila una serie de siete ensayos escritos en distintos momentos de su vida y publicados fragmentariamente en diversas revistas, que el poeta concibió como obra unitaria pero no llegó a verla editada en su idioma original hasta prácticamente el final de su vida. De hecho, esta edición en español lleva el título del primero de los textos (“El laberinto junto al mar”), lo que a primera vista resulta un tanto limitador e inexacto, pero esto se debe a que el otro nombre, más adecuado y englobador, barajado por el autor (En la patria de los mitos) ya fue empleado para una edición alemana de 1973 cuya contenido era ligeramente diferente, de ahí que para la publicación póstuma en polaco y para esta versión en castellano se haya optado por otro.

El alcance de la obra es bastante amplio, ya que no se limita a la Grecia antigua como podría parecer, sino que también abarca Roma y hasta la civilización etrusca. Algunos de los ensayos, incluyendo los más extensos (“La Acrópolis” o “El laberinto junto al mar”), son tratados de historia pura, aderezados con una narración ligera y vibrante que permite al lector respirar bajo el peso bruto de los datos; otros mezclan la historia con recuerdos propios (“Clase de latín”) o con una reivindicación en clave poética del legado de una civilización (“Sobre los etruscos”), que a este lector le trae a la mente otra reivindicación de tono distinto pero no menos acertada (“Los romanos, ¡una mierda al lado de los etruscos!”); también hay evocaciones de paisajes (“Un intento de describir el paisaje griego”), reflexiones vitales (“La Almita”) y hasta un texto en clave política (“La cuestión de Samos”) que fue parcialmente censurado en su momento por señalar la deriva autoritaria de Atenas hacia sus aliados, que algunos entendieron como crítica indirecta al funcionamiento interno del Pacto de Varsovia.

Es posible que algunos de los datos estén ya anticuados, cosa que quien suscribe, mero aficionado, no sería capaz de detectar, pero la síntesis ofrecida en cada caso sigue siendo muy precisa y lograda, y las reflexiones originales mantienen su vigencia a pesar de la distancia temporal. Acostumbrado a leer libros de historia, uno agradece a veces leer obras de estas características escritas por autores que no son historiadores profesionales, pero suplen la eventual carencia de conocimientos con una escritura mucho más bella, amena y provechosa, aportando un mayor grado de ritmo narrativo y coherencia de estilo, por no mencionar la poesía que rezuman muchas de las páginas. En definitiva, El laberinto junto al mar es una lectura muy recomendable para los amantes de las civilizaciones antiguas, los viajes y la prosa poética.

Escuchando: Sentenced – 1993 – North from Here

Pierre Louÿs – Les chansons de Bilitis

Louÿs, Pierre – Les chansons de Bilitis (1894), ebooksgratuits.com (2005)

Este es el segundo libro reseñado aquí que he leído íntegramente en un Kindle, de ahí que no aparezca una portada escaneada sobre estas líneas. Además de la ventaja económica, buscar por Internet libros antiguos que ya no tienen derechos y por ende se ofrecen gratuitamente es a menudo la única forma de hacerse con títulos que hace tiempo que no están de moda, sobre todo si uno los busca en un idioma distinto al de su país. Este es precisamente el caso que nos ocupa: la obra de un poeta francés de finales del siglo XIX, conocido como Pierre Louÿs, que hace mucho que dejó de gozar del beneplácito del gran público, si es que alguna vez lo tuvo. Adscrito al movimiento simbolista, se caracterizó por la fuerte carga erótica de buena parte de su producción literaria.

“Les chansons de Bilitis” o “Los cantos de Bilitis” es un poemario inusual, tanto por el fondo como por la forma. Se presenta como la traducción de unos poemas originales escritos en griego durante la Antigüedad por una poetisa contemporánea de Safo, llamada Bilitis, de padre griego y madre fenicia, y originaria de la antigua región de Panfilia, ubicada en la costa meridional de la actual Turquía. A lo largo de los poemas que van desgranando su intensa peripecia vital, Bilitis cuenta cómo abandona su tierra natal tras pasar allí su infancia para vivir su juventud en la isla de Lesbos, donde conoce al amor de su vida, una muchacha más joven de nombre Mnasidika, con quien convive durante unos años, para terminar su vida en Chipre, donde ejerce de cortesana durante su madurez.

En el prólogo a la obra, el traductor especula sobre el motivo por el que la poetisa no fue mencionada por sus contemporáneos, y por qué su memoria cayó en el olvido hasta que, como él mismo cuenta, su tumba fue encontrada por un arqueólogo de la era contemporánea, que dentro de su sepultura encontró el conjunto de su obra poética. La bibliografía que cierra el volumen, con títulos y nombres de autores a cuál más peregrinos, nos terminan de confirmar lo que ya intuíamos desde el principio: los poemas no son traducciones, sino creaciones del propio Pierre Louÿs, quien sin duda camufló su autoría para sortear la estricta moral de su época, cuya rigidez pudieron comprobar por la vía penal otros escritores de su mismo siglo como Baudelaire o Wilde.

En los tiempos actuales, en los que la hipersexualización se ha colado en casi todos los ámbitos de la publicidad y hasta en la moda preadolescente, es difícil imaginar que la temática y el enfoque escogidos por el verdadero autor pudieran llegar a escandalizar, pero aunque ese hubiera sido el principal reclamo en su momento, cosa que quien suscribe duda mucho, no se trata ni mucho menos del único atractivo que encierran estos poemas. Escritos en una prosa ligera y sugerente, liberada de la servidumbre a la métrica, están imbuidos de una fascinación por el mundo antiguo, una indudable erudición y un erotismo tan omnipresente como generalmente velado que encandilan sin remedio al lector curioso e imaginativo.

Si uno es capaz de leer entre líneas, encontrará una buena dosis de ironía e irreverencia en muchas de las observaciones, empezando por la dedicatoria del principio, dirigida “respetuosamente a las jovencitas de la sociedad futura”. Las referencias a chicas jóvenes de edad demasiado corta tal vez puedan espantar a algunos, lo que demuestra que nuestra sociedad no es tan libertina y depravada como a veces nos gusta creer, pero rara vez se desvían del tono sutil y evocador, elegante incluso, que caracteriza a este compendio de poemas, en el que la homosexualidad femenina se aborda de una manera increíblemente libre y desprejuiciada. El minucioso rigor histórico y la humanidad y verosimilitud de los intensos sentimientos expresados terminan de redondear un libro que, pese a su patente “falsedad”, logra seducir y embelesar con un encanto totalmente atemporal.

Escuchando: Esoteric – 2011 – Paragon of Dissonance

Kallifatides, Theodor – Otra vida por vivir (2018)

Kallifatides, Theodor – Otra vida por vivir, trad. Selma Ancira, Galaxia Gutenberg, 2019 (publicado originalmente en 2018)

He aquí un libro muy curioso e interesante con el que se ha dado a conocer en España un autor prolífico y longevo que, por lo que me consta, no se había leído mucho anteriormente por estos parajes. Theodor Kallifatides es un escritor griego nacido en 1938, que emigró a Suecia a los veinticinco años y desarrolló allí una exitosa carrera como literato. Este libro breve y ligero, pero no por ello menos profundo, arranca en el momento en que el narrador, con casi ochenta años cumplidos, se da cuenta de que no puede seguir escribiendo. Reflexionando sobre los motivos de este bloqueo, repasa su dilatada existencia, los lugares en los que ha vivido y los recuerdos de su infancia, juventud y madurez, y todo lo que ha cambiado en el mundo a lo largo de las décadas, con una encomiable mezcla de serenidad paciente y un notable sentido del humor. Su crisis coincide en el tiempo con la catástrofe económica y humanitaria sufrida por su país de origen a partir de 2009, y precisamente allí es adonde viaja para buscar una respuesta que, contra todo pronóstico, acaba encontrando en algo que creyó que había perdido pero en realidad nunca le había abandonado: su lengua nativa. Eso es lo que le llevó a escribir este libro en griego, después de cincuenta años escribiendo casi exclusivamente en lengua sueca.

Kallifatides relata encuentros, memorias y anécdotas con una simplicidad que aúna viveza y simpatía. Independientemente de la edad que uno tenga, es fácil sentirse identificado con la mayoría de puntos de vista del narrador, que evita pontificar o sermonear al lector, optando por abrumarlo con una riqueza y variedad de observaciones tan certeras como sugerentes. Sus páginas, escritas con agilidad y concisión, ofrecen una mirada al mundo moderno llena de curiosidad y humanidad, no con la suficiencia e incomprensión habituales en una persona mayor superada por la evolución de los acontecimientos, sino con la extrañeza de quien no comprende muchas de las involuciones que se han producido en las últimas décadas justamente porque ha sido testigo de cómo estas se han ido materializando. Todo esto se vehicula en un castellano parco y preciso que se adapta muy bien a lo narrado, aunque en ocasiones resulte poco natural, tal vez porque la traductora es mexicana y el tono buscado pretende ser a veces excesivamente neutro. Además de atractiva y contemporánea, la obra es altamente inspiradora porque está impregnada de una de las mayores lecciones que puede enseñar la vejez a la juventud: que la esperanza y las ganas de hacer cosas no son una cosecha temprana, sino la labor permanente de toda una vida.

Escuchando: Yazoo – 1999 – Only Yazoo (Best Of)

Hernández de la Fuente, David – Breve historia de Bizancio (2014)

Hernández de la Fuente, David – Breve historia de Bizancio, Alianza Editorial, Madrid, 2014 (reedición de 2018)

Vivir en una cultura eurocentrista o, mejor dicho, enfocada desde un punto de vista occidental, no solamente implica un velado desprecio por todas las culturas de los países poscoloniales, sino también una serie de prejuicios anclados en un pasado remoto que son más difíciles de identificar. Cuando pensamos por ejemplo en el Imperio Bizantino, que teóricamente debería ser considerado parte de Europa, nos viene a la mente una idea de decadencia, corrupción y sofismo que persiste a día de hoy en nuestras conciencias. No en vano, el diccionario de la RAE recoge todavía la acepción de «bizantino/a» como «dicho de una discusión: artificiosa o demasiado sutil». Esta asociación no solamente es parcial y claramente despectiva sino que, a poco que se rasque el barniz de brocha gorda de los tópicos históricos, resulta absolutamente falsa. Para combatir este prejuicio, y al mismo tiempo adentrarme en una andadura histórica tan desconocida como fascinante, me sumergí en la lectura de este libro conciso y riguroso, que ofrece una perspectiva amplia de toda la historia bizantina, resaltando los aspectos culturales, sociales y religiosos además de lo estrictamente político y militar.

De Bizancio suele recordarse la primera etapa de esplendor, la que va desde la refundación de la ciudad de Bizancio por parte del emperador Constantino en 330 hasta el auge del Imperio Romano de Oriente bajo el reinado de Justiniano (527-565). A medida que la ciudad de Roma y la mitad occidental del Imperio iban sumiéndose en un paulatino declive y una irremediable disgregación, la parte oriental asumía el relevo, manteniendo la cultura griega y la organización romana que habían vertebrado el Imperio y añadiendo un nuevo eje que se convertiría en su tercera seña de identidad: el cristianismo como religión oficial. Más allá de Justiniano, que por su política de conquistas, urbanismo y administración puede considerarse el último emperador romano al estilo clásico, la historia de Bizancio continuó durante siglos, experimentando marcados altibajos que alternan períodos de crisis con otros de esplendor. A pesar de que los bizantinos siempre se denominaran a sí mismos “romanos”, el imperio dirigido desde la ciudad de Constantinopla fue configurándose progresivamente como ente político de lengua e identidad griegas, y durante siglos constituyó el centro de la cultura grecolatina superviviente, mientras la Europa Occidental se sumía en la tumultuosa y difícil etapa conocida como los “Siglos oscuros”, o Alta Edad Media.

El Imperio Romano de Oriente, pues ese fue siempre su nombre, logró resistir al empuje del Islam que barrió del mapa a sus enemigos seculares, los sasánidas, gracias a emperadores enérgicos y competentes, como Heraclio o Constantino IV, así como a las cíclicas invasiones de pueblos bárbaros que, como ocurrió en el Oeste de Europa, asomaban con regularidad por las fronteras septentrionales. La gestión de continuas invasiones fue una constante en la historia de Bizancio, a la que el Imperio respondió con éxito variable, en función de las respectivas circunstancias. No obstante, frente la concepción tradicional, que lo considera una entidad en reducción progresiva e inexorable, cabe plantear una visión diametralmente opuesta del Imperio Bizantino como una larga historia de resistencia y recuperaciones reiteradas por parte de un estado cuya longevidad extraordinaria, como en el caso del Imperio Español, no puede atribuirse únicamente al azar. Al igual que España con el siglo XVIII, Bizancio también tuvo etapas posteriores de pujanza política, económica y cultural que no deben desdeñarse como meros reflejos de un pasado mucho más glorioso.

Tras sobrevivir a los duros tiempos de la controversia iconoclasta, que sacudió los cimientos del Imperio a lo largo del siglo VIII, Bizancio volvió a resurgir de la mano de la llamada dinastía macedónica (867-1056), con grandes estadistas y administradores de la talla de Basilio I el Grande, Constantino VII Porfirogénito y Basilio II Bulgaróctono. Durante esos años tuvo lugar una verdadera expansión en el ámbito político, territorial e incluso cultural, produciéndose lo que se conoce como primer renacimiento bizantino, una época de esplendor literario y puesta en valor del legado clásico. Algo menos pujante pero también relevante fue la dinastía de los Comneno, de 1081 a 1185, que tomó las riendas del Imperio en unos tiempos en los que a los tradicionales enemigos del sur, el este y el norte se sumaba la nueva expansión militarista de los reinos cristianos de Occidente. Esta etapa, marcada por enconados conflictos con la Iglesia de Roma, que ya habían tenido su punto álgido en el Cisma de Oriente (1054), es también la de las primeras Cruzadas. Bizancio tuvo la fortuna de tener al mando a un líder astuto y capaz, Alejo Comneno (1081-1118), que supo lidiar con las ambiciones de los cruzados y asegurar la supervivencia del Imperio. Pese a los vaivenes políticos y militares, esta es la era del segundo renacimiento bizantino, con gran florecimiento de las artes y las letras.

Aunque la historia de Bizancio se prolongue todavía durante más de dos siglos, lo cierto es que la viabilidad del Imperio resultó herida de muerte como resultado de la conquista latina de Constantinopla en 1204, en el marco de la IV Cruzada. A consecuencia de este hecho nefasto, el territorio bizantino sufrió una traumática fragmentación, dividiéndose en varios núcleos de poder centrados en Trebisonda, el Epiro y Nicea. Esta última entidad retomó la capital tras varias décadas de dominio latino, instaurando una nueva y longeva dinastía, la de los Paleólogo, pero el Imperio quedó ya tan debilitado que la decadencia posterior fue inevitable y definitiva. La ironía de la Historia quiso que la ruina de la ciudad fuera obra de una antigua posesión bizantina, posterior aliada durante varios siglos y finalmente potencia rival determinada a acabar con su existencia: la República de Venecia. También los encargados de poner fin a su larga singladura histórica fueron unos recién incorporados a la larga lista de enemigos históricos: la dinastía otomana, que no apareció hasta finales del siglo XIII. Pero paradójicamente la honda impronta que dejó Bizancio en la cultura europea se materializó precisamente en gran medida a través de Venecia, y a efectos de entidad política y organizativa, el Imperio Otomano fue en muchos aspectos prácticamente una continuación del Bizantino.

Al caer Constantinopla, el martes 29 de mayo de 1453, los dominios bizantinos eran ya casi anecdóticos, pero no por ello los ecos de aquel desastre fueron menos atronadores. No en vano se ponía fin a más de un milenio de existencia ininterrumpida, durante el cual, atravesando vicisitudes de distinto signo, la capital había mantenido su prestigio como Nueva Roma y su estatus de faro de la Cristiandad Oriental. Pese a los tópicos y calumnias posteriores, la historia bizantina es un relato de resistencia, pujanza cultural y vínculo con el mundo clásico, elemento este último con el que la cultura occidental tiene una inmensa deuda. No hay que olvidar que del mundo bizantino salió el éxodo cultural de sabios y obras que dio pie al Renacimiento italiano y a nuevas formas de arte, filosofía y hasta literatura (entre otras, la novela moderna). Por todo ello es necesario redescubrir la historia de Bizancio, muy desconocida en Occidente, a través de libros como este, que arrojan luz sobre un período histórico que no sólo es apasionante, sino que también explica parte del origen de la identidad europea y occidental tal y como la conocemos hoy.

Escuchando: Burzum – 2020 – Thulêan Mysteries

Septicflesh + Krisiun @ Caracol, Madrid, 14.03.2019

Como suele ser habitual, diversas circunstancias hicieron que nos perdiéramos a los dos primeros teloneros, llegando en mitad del concierto de Krisiun, por fortuna con tiempo suficiente para hacernos una idea de cómo es el grupo en directo. Los brasileños practican un death metal tan básico y primitivo que suena más a Slayer que a cualquiera de los clásicos del género, pero resulta lo suficientemente potente como para garantizar un concierto enérgico. Los miembros estuvieron simpáticos y habladores, chapurreando un portuñol bastante fluido que ayudó a conectar con el público. Al igual que me ocurre con su música de estudio (hablo por Black Force Domain), su directo no me pareció demasiado sobresaliente, pero sí una digna introducción al cabeza de cartel.

19_03_14_krisiun_caracol-1

Krisiun

Hasta la fecha, parecía que teníamos gafe con Septicflesh. Cuando intentamos verlos en su gira con Amon Amarth en Oporto (¿2011?), justo acababan de tocar cuando entrábamos en la sala, y tuvimos que sufrir en exclusiva a los suecos, ya por aquel entonces musicalmente insulsos. Al tratar de pillarlos en su actuación en el Brutal Assault de 2016, la distancia de un escenario a otro hizo que sólo viéramos la mitad del espectáculo, veinte minutos escasos bajo un sol vespertino de agosto que no les hicieron justicia. Por suerte esta vez no se torció nada y pudimos ver el concierto entero, en versión extendida y con la oscuridad y atmósfera apropiadas. Ni siquiera la gran cantidad de partes pregrabadas (todo el componente orquestal y hasta algunas voces limpias) mermó el impacto de una puesta en escena potente y llamativa que hizo honor al sonido sombrío y majestuoso del grupo. Pese a las chaquetas futuristas que les hacen parecer una especie de “Iron Manes” del metal, su presencia escénica es indudable, y un sonido aplastante pero no atronador terminó de redondear un fantástico espectáculo. La proverbial simpatía de los griegos contribuyó también no poco a la recepción favorable por parte del público. Se echó de menos algo de material antiguo, que brilló por su ausencia, pero por suerte el más nuevo no decepciona del todo, y la presentación en directo menos aún.

19_03_14_septicflesh_caracol

Septicflesh

Los días anteriores al concierto estuve repasando la discografía más reciente de Septicflesh, que es la que tengo menos estudiada, y me llamó la atención comprobar cómo su último álbum (Codex Omega) es mejor que algún otro más antiguo (The Great Mass) e incluso que el último antes de su disolución temporal (Sumerian Daemons), aunque sin estar a la altura de su producción inicial en los noventa, que es la más imaginativa y lograda. Sin embargo, no estamos ante la clásica formación que se va degradando con el tiempo hasta derivar en una versión más simple y accesible de sí misma. Los elementos sinfónicos y heterogéneos estaban ahí desde un principio, aunque su empleo fuera distinto y menos predominante. Su música actual es más convencional y encasillable, menos interesante en términos generales, pero sigue presentando una fusión similar de los géneros metálico y clásico en pie de igualdad, con marcados elementos de rock, conseguida por gente que sabe cómo introducir partes orquestales con criterio, a diferencia de la gran mayoría de grupos de metal que lo han intentado en algún momento. Los Septicflesh de hoy no pueden catalogarse bajo la etiqueta death metal o incluso metal a secas, pero tampoco los de ayer encajaban del todo en dichas categorías, lo cual, a fin de cuentas, no tiene por qué ser algo negativo per se. Lo que sí queda claro es que, a día de hoy, su directo merece mucho la pena.

Escuchando: Mamá Ladilla – 2018 – Quién Pudriera

Mazower, Mark – The Balkans (2000)

mark_mazower_the_balkans

Mazower, Mark – The Balkans, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 2000

La historiografía inglesa tiene fama de saber combinar erudición y amenidad en obras centradas y fáciles de abordar que consiguen deleitar a públicos muy amplios, y este libro no es ninguna excepción. Tras haber leído otro más o menos parecido en versión traducida hace unos años, esta vez me he atrevido con el original en inglés, y salvo algunos términos muy concretos y palabras antiguas o exóticas, que probablemente hubieran resultado igual de impenetrables en mi propio idioma, no he tenido demasiados problemas para seguir el texto. La historia de por qué acabé leyendo este y no otro merece ser contada. Lo encontré en una librería del centro de Atenas durante mi reciente viaje a Grecia, mientras buscaba algún tomo que tratara la historia moderna y contemporánea de Grecia que, hasta hace poco, era prácticamente desconocida para mí. En la sección de libros históricos no tenían nada tan específico, así que opté por un enfoque más amplio, los Balcanes, pero centrado en la misma época. No puedo sino regocijarme por mi elección, ya que no solamente he aprendido mucho sobre la Grecia de los últimos siglos, sino también acerca de la historia reciente de los países que la rodean, con los que está estrechamente relacionada en un todo unitario que conviene analizar en su conjunto.

A diferencia de lo habitual en este tipo de obras, el libro no presenta una organización cronológica, al menos no en sentido estricto, ya que los capítulos se centran formalmente en aspectos temáticos, aunque pasado el primero, que aborda la geografía de la región, los temas siguientes sí se adscriben a las sucesivas etapas históricas, tratando primero la organización social bajo el Imperio Otomano, seguida de la disgregación del mismo y el posterior auge de los estados-nación. Una extensa introducción que ahonda en los orígenes de conceptos y topónimos y una conclusión que explora la idea de violencia en sus acepciones más modernas rematan una obra de capítulos largos y densos que articulan amplias reflexiones más allá de los límites temporales y geográficos para facilitar una exposición completa y global. La mayoría de párrafos elude de forma velada a las distintas referencias, que pueden encontrarse en el apartado final dedicado a las notas y de esa manera no obstaculizan la fluidez de la lectura. La prosa es solemne pero ligera, y en ella hay sitio para cierto grado de exotismo, que es más fascinación consciente que construcción mental, así como para una pequeña dosis de ironía muy inglesa que consigue que el lector se divierta mientras aprende, paradigma de la ilustración bien entendida.

Además de facilitar el conocimiento de esta zona del mundo, familiar y desconocida a un tiempo, y explicar con claridad los vaivenes de su convulso pasado, el propósito de este libro es reflexionar acerca de los clichés que suelen atribuirse a los Balcanes, y medir hasta qué punto está justificada su fama de región violenta, fanática, atrasada y anclada en el pasado (spoiler: más bien poco). Analizar el porqué de nuestra visión occidental predominantemente negativa de esta parte del mundo nos dice tanto sobre nosotros mismos como sobre la realidad de los pueblos y colectivos que viven en ella, máxime cuando el lector proviene de otro país del sur de Europa que comparte buena parte de los estereotipos mencionados. El autor logra exponer de forma clara y sintética la complejidad de factores que hacen que los países balcánicos sean como son actualmente, mostrándolos como resultado de su larga y agitada historia antes que de supuestos rasgos étnicos o culturales determinantes. Si a esto le añadimos que el volumen no pasa de un centenar y medio de páginas, quedará patente que estamos ante un esfuerzo sucinto y preciso, pero no por ello menos informativo y evocador, por narrar la historia de una región que es tan interesante como importante conocer más a fondo.

Escuchando: Death SS – 1991 – Heavy Demons

Viaje a Grecia (23 de octubre a 1 de noviembre de 2018)

grecia_2018_odos_xenofontos

Viajar a Grecia no solamente es descubrir los famosos enclaves de la Antigüedad que uno conoce a través de los libros de Historia, también es sumergirse en una cultura mediterránea tan calurosa y acogedora como la nuestra y, cosa no menos importante, acercarse a una gastronomía que comparte muchos de sus ingredientes con la ibérica, pero preparados de formas distintas y originales. Pese a la gran expectación previa, procuramos ir sin ninguna idea preconcebida y dejarnos sorprender por lo que encontraríamos sobre el terreno.

Lo que más nos agradó probablemente fue la simpatía de la gente, que no por estar acostumbrada a ver turistas recorriendo sus playas y ciudades deja de ser extremadamente amable y servicial. Como en muchas otras zonas del planeta, los españoles caemos muy bien, tal vez por solidaridad sureuropea, por la empatía que genera la relevancia de nuestro fútbol y demás clichés nacionales o incluso porque somos de los pocos países europeos que llevan un par de siglos sin invadir a sus vecinos, vaya usted a saber. El caso es que nos sentimos muy acogidos, y eso hizo que nuestro deambular por tierras helénicas fuera aún más agradable si cabe.

En esta primera aproximación, exploramos las dos ciudades principales, Atenas y Tesalónica, y pudimos hacer una excursión de un día al yacimiento de Delfos, a casi doscientos kilómetros de la capital. Lo que viene a continuación es un resumen de mis impresiones en cada uno de esos lugares.

grecia_2018_atenas_acropolis

Atenas (Αθήνα)

La mayor ciudad de Grecia es una capital atípica, ya que a principios del siglo XIX era un municipio provinciano de menos de 50.000 residentes y hoy en día engloba a la tercera parte de los casi 11 millones de habitantes del país. Las ruinas de la época clásica son lo más vistoso y sin duda el reclamo principal, junto con los impresionantes museos que albergan valiosas piezas, conocidas por cualquier aficionado al arte y la historia. Uno no puede evitar quedar sobrecogido al contemplar en persona lugares tan señalados, cargados del peso majestuoso de los siglos. No obstante, para quien suscribe, la visita a la urbe quedaría incompleta si no incluyera largos paseos por los barrios más modernos y populares, donde circulan, trabajan y se divierten los nativos, esas zonas en las que es posible hacerse una vaga idea de cómo es vivir allí, plagadas todas ellas por centenares de gatos y con la omnipresencia invariable de los popes ortodoxos.

Sin esa contraposición entre lo típico y lo trivial no hay posibilidad de atisbar, lejanamente al menos, la verdadera realidad de un país. Además de subir a la Acrópolis, a la colina de Likavetto y de recorrer a fondo las salas del Museo Arqueológico, la plaza Sintagma o las calles pintorescas del barrio de Plaka, nos gustó tanto o más explorar el barrio anarquista de Exarjía, la zona de fiesta juvenil de Gazí o las variopintas callejuelas de Keramikós. Muchos de estos últimos lugares no son realmente bonitos ni turísticos, pero presentan un indudable interés para quien quiera ver también cómo es el país real, más allá de los monumentos. Gracias a la gran cantidad de recomendaciones que llevábamos apuntadas, cada día pudimos descubrir varios sitios fabulosos para comer o tomar algo, lo cual además de ofrecer un merecido descanso contribuyó a hacer más disfrutable la experiencia.

Naturalmente, nos quedaron muchas cosas por visitar o volver a examinar en detalle, aunque somos de la opinión de que cuanto más se deje uno por ver, más motivos tendrá para regresar, y eso es siempre algo positivo. Nos marchamos de allí con pena, porque a pesar de los problemas que atraviesa el país desde hace varios años, y cuyas secuelas resultan visibles hasta para el viajero de paso, la vida en Atenas, y en Grecia en general, es tranquila y amena, y ni tan siquiera las peores perspectivas de presente y futuro son capaces de amedrentar a un pueblo que sabe disfrutar del buen tiempo y los placeres de la vida cotidiana.

grecia_2018_delfos

Delfos (Δελφοί)

Nuestra única excursión fuera de los grandes núcleos de población fue al antiguo santuario de Apolo en Delfos, situado a casi tres horas de autobús de la capital del país. Al llegar allí, el paisaje sorprende y asombra por sí solo: un escarpado valle que desciende lentamente, en un despliegue de verdor, hasta el horizonte plateado de la costa, bajo el sol fastuoso del suave otoño mediterráneo. No es de extrañar que fuera en una de las laderas más elevadas, con vistas al mar, donde se erigió el lugar sagrado más importante de la Hélade, el “ombligo del mundo”. De aquello tan sólo quedan ruinas, bien cuidadas, eso sí, y como es práctica habitual, parcialmente reconstruidas para dar una idea de su antiguo esplendor, aunque la información y las piezas atesoradas en el museo de interpretación contiguo permiten imaginar con profusión de detalles la opulencia de aquel sitio durante la Antigüedad. Nuestra visita fue breve pero intensa, y nos llevamos un recuerdo mágico impregnado de sensaciones de atemporalidad.

grecia_2018_mar_tesalonica

Tesalónica (Θεσσαλονίκη)

La segunda ciudad de Grecia en población e importancia no tiene grandes monumentos que destaquen por encima de un urbanismo gravemente maltratado durante su historia más reciente, sino que sus encantos deben buscarse en sus antiquísimas iglesias de tamaño generalmente muy modesto, ocultas y cercadas por edificios de viviendas de construcción más reciente y por el bullicio de la vida diaria. Enclave portuario desde la Antigüedad, el contraste no podría ser mayor entre el concurrido paseo marítimo de la ciudad baja, lleno de bares y animación, y los serenos barrios tradicionales de las zonas más viejas, en torno a la antigua fortaleza que desde una colina situada al norte domina el resto de la urbe. El ambiente es mucho más relajado que en la capital, y sus habitantes parecen acostumbrados a un modo de vida donde el estrés y el mal humor tienen menos cabida, lo que por allí se denomina jalará.

La antigua Salónica turca, que todavía conserva algunas mezquitas como muestra de su pasado musulmán, es a día de hoy una ciudad de estudiantes, cuya presencia dinamiza lo que sin ellos quizá sería una población grande pero provinciana. Existe también cierta conciencia de su estatus como capital del norte, dentro de la región que antaño fue la poderosa Macedonia, conquistadora de imperios, y actual vía de acceso a los países balcánicos del norte, con los que Grecia siempre ha tenido una estrecha vinculación histórica. Asimismo es patente el vínculo cultural con Oriente, más intenso que en el resto de Grecia debido al hecho de haber permanecido más tiempo bajo dominio otomano, y que se manifiesta, entre otras cosas, en la presencia de platos turcos entre las especialidades locales, como el fabuloso hünkâr beğendi. Ciudad de contrastes, por tanto, y también ciudad gastronómica y oasis de (relativa) tranquilidad, aunque todo esto bien podría aplicarse a casi cualquier punto de la geografía griega, que volveremos a explorar con gusto en cuanto tengamos ocasión.

Escuchando: Cosmic Atrophy – 2018 – The Void Engineers

Jenofonte – Anábasis

Jenofonte – Anábasis (Anabasis, By Xenophon), traducción de Henry Graham Dakyns (1838-1911), gutenberg.org

Esta es la primera reseña literaria de mi autoría que no viene acompañada por la foto de portada. La razón es muy simple, se trata del primer libro que he leído entero en un soporte digital, el Kindle que me compré hace ya tiempo. Normalmente me gusta adquirir los libros en papel, especialmente si son nuevos y su precio con respecto al ebook no varía demasiado, como suele ser el caso (algo totalmente incomprensible, dicho sea de paso), por lo que utilizo el dispositivo electrónico exclusivamente para hojear las obras libres de derechos que he descargado de las fantásticas páginas que se dedican a almacenar este tipo de documentos, con Project Gutenberg a la cabeza. Esto es totalmente legal, porque los derechos han prescrito, y supone una alternativa más que satisfactoria a las ediciones de clásicos que pueden encontrarse en librerías generalistas y, al menos hasta no hace mucho tiempo, consistían en traducciones que dejaban mucho que desear.

Gracias a un sitio web como Project Gutenberg he podido encontrar una versión de la Anábasis traducida por Henry Graham Dakyns (1838-1911), un profesor de Cambridge conocido precisamente por haber traducido las obras de Jenofonte. Que un libro esté exento de derechos significa que han pasado más de setenta años desde la muerte de su autor (o traductor, en este caso), lo que implica que la obra suele ser bastante antigua. Esta traducción en concreto está plasmada en un inglés decimonónico tan complejo como fascinante, trufado de vocabulario y expresiones francesas ya en desuso, y con una calidad literaria manifiesta que hace de la lectura un deleite a pesar de la dificultad. He tardado bastante tiempo en terminar de leerla, no tanto por lo ambicioso de la empresa como para poder disfrutarla con tranquilidad, y se la recomienda a cualquiera con un buen dominio del inglés que desee conocer esta historia en una versión hermosa y arcaizante.

La Anábasis, también conocida como “Expedición de los Diez Mil”, es el relato de las vicisitudes de algo más de diez mil mercenarios griegos que acompañaron al pretendiente al trono Ciro el Joven en su viaje para derrocar a su hermano Artajerjes II, rey de Persia, en el año 401 antes de nuestra era. La aventura no sale según lo esperado, y los soldados deben abrirse camino por territorio hostil, manteniéndose unidos, para intentar conservar la vida y regresar a su tierra de origen. La palabra griega “anábasis” significa “subida o marcha desde la costa hacia el interior”, en uno de esos excelentes ejemplos de la complejidad semántica que caracterizaba al griego clásico que, como es natural, ha tendido a simplificarse con el paso de los siglos. El autor es el ateniense Jenofonte, uno de los oficiales de la tropa, que resulta elegido, junto a otro general espartano, para tomar el mando de los diez mil después de que los líderes originales fueran ejecutados a traición por los persas con el objetivo de descabezar al ejército. Tras mucho penar y combates sin fin, los helenos consiguen llegar hasta la costa del Mar Negro, territorio colonizado por griegos, desde donde son transportados hasta la parte europea de la actual Turquía (Tracia, en aquella época). Una vez allí, en lugar de regresar a sus lugares de origen, los mercenarios se vuelven a enrolar, esta vez bajo el mando de los espartanos, que tras haberse alzado con el triunfo en la Guerra del Peloponeso pocos años antes eran los amos indiscutibles del mundo helénico. Jenofonte no los acompaña, ya que abandona su cargo y regresa a la Hélade, concluyendo aquí la narración.

El estilo del libro es sencillo y ameno, caracterizado por el uso de la tercera persona, no tanto por falsa modestia como por un afán de distanciarse de lo contado en un intento por mantener cierta objetividad. Históricamente tiene gran valor, ya que constituye uno de los pocos testimonios de la geografía y los pueblos que habitaban en las antiguas regiones hoy en día ubicadas en Irak, Siria, Armenia y Turquía antes de que aquella zona quedara bajo la influencia del mundo helénico con la llegada de Alejandro Magno. Algunos pasajes son marcadamente dramáticos o emotivos, pero también hay sitio para el humor, incluido algún que otro chiste que resulta extrañamente cercano (como cuando, al organizar una partida para realizar saqueos en territorio enemigo, Jenofonte le dice al otro jefe, espartano, que el líder debería ser lacedemonio, ya que en su educación los jóvenes de Esparta pasan temporadas viviendo en el bosque y alimentándose únicamente de lo que consiguen robar sin que los descubran, a lo que el otro contesta que también podría ser ateniense, porque en Atenas se tiene la costumbre de elegir como líderes a ladrones y corruptos). En conjunto cabe hablar de una lectura apasionante y nada pesada, que pese a la distancia temporal genera empatía y proximidad, tal vez por estar visiblemente imbuida de ese deseo de conocer e indagar personalmente en el verdadero origen de las cosas que ha caracterizado desde tiempos antiguos a lo mejor del pensamiento occidental. Si el lector no se atreve con la versión de Dakyns, seguro que encuentra más de una traducción decente al castellano.

Escuchando: Black Sabbath – 1983 – Born Again