Fuente: Diario El País, 04/11/2019
– Property monopolized or in the possession of the few is a curse to mankind.
– John Adams
Coincido con el diagnóstico de muchos de mis conciudadanos que opinan que unas segundas elecciones son algo que habría que haber evitado. Comparto también la impresión de que los partidos deberían haberse esforzado mucho más por encontrar un acuerdo, y que su reiterado fracaso a la hora de intentarlo ha sido lo que ha propiciado que la ciudadanía tenga que votar por cuarta vez en un espacio de tan sólo cuatro años. Sin embargo, no soy de la opinión de que todos ellos hayan tenido el mismo nivel de responsabilidad, como se suele escuchar. No quiero entrar a valorar quién ha tenido más culpa y quién menos, porque me parece un enfoque demasiado subjetivo y que a estas alturas ya no aporta mucho. En su lugar, me parece más interesante y significativo pararse a pensar en quién sale beneficiado de la repetición electoral. Según muchos de los sondeos, el bipartidismo, PSOE incluido, saldría reforzado de la cita con las urnas, mientras que otros partidos, entre los que figura Unidas Podemos, perderían votos irremediablemente. Este panorama es el que explica, a mi modo de ver, que el PSOE no haya hecho verdaderos esfuerzos para entenderse con Unidas Podemos desde las elecciones de abril, mientras que desde el campo morado las cesiones e intentos de acercamiento han sido más destacados. Pero lo que más me llama la atención de todo el asunto no es que las negociaciones en pos de un hipotético gobierno rojimorado hayan sido tensas y difíciles, cosa que era bastante predecible, sino el hecho de que en la recta final se haya dejado entrever, por parte del PSOE, que un acuerdo con Unidas Podemos era algo imposible por principio, un escenario que ni siquiera cabía plantearse seriamente porque no encajaba de ninguna manera dentro de sus planes.
Las desavenencias entre PSOE y Unidas Podemos a la hora de buscar un pacto han sido una constante desde las primeras elecciones en las que la formación morada obtuvo representación parlamentaria. Más allá de la presunción de ideología izquierdista que teóricamente une a ambos partidos, las diferencias en las concepciones económicas, políticas y sociales son muy marcadas. No obstante, a quien suscribe no deja de llamarle la atención que frente al notable cambio de tono entre el discurso arrogante y agresivo de Podemos a principios de 2016 y el estilo mucho más dialogante y pragmático de 2019, la postura del PSOE ha sido igualmente distante, manteniéndose por lo general contraria a cualquier tipo de acuerdo y sin dudar en hacer guiños ocasionales a PP y Cs para buscar su abstención. Debo puntualizar que no creo que esta conducta se deba tanto a algún tipo de odio o sed de venganza irreconciliable como a algo mucho más profundo y fundamental: la idea, compartida con el resto de partidos mayoritarios y con la élite económica, mediática y financiera, de que queda fuera de los límites de lo posible que Unidas Podemos entre algún día a formar parte del Gobierno de España. Esto tampoco se debe principalmente a ningún tipo de rivalidad partidista, diferencias personales o teorías de la conspiración, sino al simple hecho de que, pese a haber moderado en gran medida sus planteamientos desde su aparición en 2014, Unidas Podemos cuestiona aún muchos de los fundamentos económicos, sociales y organizativos del sistema neoliberal imperante, que la derecha española abraza sin matices y el PSOE acepta tácitamente desde hace al menos varios lustros. Esta posición más allá de los límites de lo posible explica que Podemos siga siendo una formación definida como radical y antisistema, mientras que un partido de extrema derecha como Vox ha sido integrado sin problemas dentro del panorama político desde el día siguiente a haber obtenido representación en el Congreso.
Pero los límites de lo posible no solamente existen en el terreno puramente político, sino que trascienden también a la sociedad y la mentalidad de las personas. Para muchos españoles, Podemos y Unidas Podemos siguen siendo gente que nunca podría gobernar el país, por una larguísima serie de razones que van desde su presunta naturaleza de comunistas, revolucionarios o individuos sin experiencia política ni gestora hasta el hecho de que lleven pelo largo o rastas, no usen corbata o no crean en Dios o en las tradiciones. Acostumbrados a una élite política de personas de aspecto cuidado, con estudios de Derecho y Administración de Empresas o carrera en el funcionariado, larga trayectoria de pertenencia a un partido y sólidos vínculos con el mundo de la empresa y las finanzas, a muchos parece resultarnos inverosímil que una panda de desarrapados con pintas pueda pretender dirigir un Estado moderno. Obviando las evidentes diferencias temporales e incluso estéticas, sin duda a la Izquierda Unida de Julio Anguita le ocurrió algo parecido cuando se enfrentó al PSOE de Felipe González por la hegemonía de la izquierda, esgrimiendo verdades tan incómodas y por aquel entonces aún desconocidas como eran las repercusiones negativas para España del Tratado de Maastricht. Se podría argumentar que la sociedad española es mayoritariamente conservadora en lo político y tiende a preferir lo malo conocido, pero en realidad eso es algo que podría aplicarse a casi todos los países. Cualquier nación tendría que verse en una situación verdaderamente nefasta como para optar por un cambio radical, como cuando en 2015 Grecia llevó al poder a un partido outsider como Syriza. En España, Podemos ha obtenido un gran porcentaje de votos en los sucesivos comicios, pero el bipartidismo sigue teniendo arraigo suficiente, entre otros motivos, porque todavía hay mucha gente que considera que un partido corrupto pero previsible como el PP o neoliberal en lo económico pero vagamente progresista en lo social como el PSOE son preferibles a las ideas, juzgadas utópicas o irrealizables, de redistribución de la riqueza, revitalización de lo público, reivindicación de los de abajo frente a la élite o protección de derechos, cuidados y libertades que defiende Unidas Podemos, situándose de esa forma al margen de las tendencias normativas en materia política y económica en la mayor parte del mundo y, por ello, fuera de los límites de lo posible para la mentalidad convencional.
Hablando con distintas personas e incluso a la hora de reflexionar antes de redactar estos panfletos políticos que tanto me gusta escribir, me he topado con multitud de argumentos que confirman esta teoría de la percepción mayoritaria. Cuando se intentan explicar los cambios sociales, económicos y administrativos que pretende poner en práctica Unidas Podemos, la respuesta habitual es señalar que es imposible implementarlos y/o que no hay dinero para ello, sin entrar a evaluar si se trata o no de propuestas positivas y beneficiosas para el bien común. Cuando se discuten los motivos por los que PSOE y Unidas Podemos no consiguen ponerse de acuerdo, en lugar de señalar diferencias programáticas, propuestas concretas o razones ideológicas, se invocan invariablemente las desavenencias personales entre los líderes, las distintas expectativas de cara a la configuración de un hipotético gobierno de coalición o la cuestión catalana. Este último punto, que desde el PSOE se asume como línea roja infranqueable, es un tema digno de estudio y muy revelador a la luz de lo que estamos analizando. Cuando se critica que la posición de Unidas Podemos es ambigua, poco clara o incluso proindependentista, se olvida que durante más de 30 años los nacionalismos periféricos crecieron al calor de sus reiterados pactos con el partido nacional de turno, y que en los últimos 10 años la rigidez e intransigencia a ambos lados del Ebro ha caldeado los ánimos y aumentado la tensión en las dos partes, azuzando al independentismo y dando alas a un españolismo exacerbado que ya ni siquiera siente la obligación de disimular. Teniendo esto último en cuenta, no parece tan descabellado pensar que unas posturas más abiertas y dialogantes, incluyendo la posible realización de un futuro referéndum pactado y con supervisión internacional, puedan hacer más por la unidad de España que perpetuar las mismas políticas de los últimos años, con los pobres resultados que estas han dado y siguen dando hasta la fecha. A pesar de ello, un viraje en el conflicto catalán es algo que para muchos está más allá de los límites de lo posible, aunque haya claras evidencias de que el enfoque que se ha seguido hasta ahora deja bastante que desear.
Por todo lo dicho, considero que la idea de los límites de lo posible funciona bastante bien para explicar tanto las dificultades de formar un gobierno en el que figure Unidas Podemos como las reticencias que alberga buena parte de la población, incluida la que se define como progresista o de izquierdas, a la hora de votar a una formación a la izquierda del PSOE. Cierto es que la ley electoral vigente o, mejor dicho, la configuración de las circunscripciones electorales no ayuda, pero Unidas Podemos ya demostró que hasta eso no es escollo suficiente para obtener un buen resultado electoral. El hecho de que en abril de 2019 el PSOE sacara más del doble de votos que Unidas Podemos apelando a un espíritu de izquierdas, que suele brillar en sus campañas electorales y desaparecer en cuanto se constituye el Congreso, es buena muestra de que, para mucha gente, no existe voto de izquierda que no sea al PSOE. Pese a todo lo expuesto anteriormente, me gustaría terminar este escrito con una nota de optimismo, porque si bien es verdad que las inercias y las ideas establecidas son difíciles de cambiar, sobre todo en un país resignado, envejecido y dócil con el poder como es el nuestro, no es menos cierto que las mentalidades evolucionan, las percepciones varían y la gente se moviliza en ocasiones, como ha ocurrido en distintas ocasiones desde el restablecimiento de la democracia. Con ello se modifican también los límites de lo posible, y cosas que ayer eran impensables para la mayoría acaban pasando a ser de sentido común. Igual que se aprobaron y aceptaron socialmente medidas como el matrimonio gay o la ley antitabaco, a las que muchos auguraban un fracaso seguro, la intención manifiesta de Unidas Podemos de enfrentarse a las eléctricas, los alquileres abusivos, los recortes, las privatizaciones, los desahucios o la desigualdad podría pasar con el tiempo del terreno de la entelequia y lo inviable o imposible a ser asumida como algo fundamental por una clara mayoría. Esa es la tarea que el partido/movimiento tiene enfrente, más allá de la dinámica electoral e incluso con preferencia sobre esta. La posibilidad de que lo consiga al menos en parte, más pronto o más tarde, dependerá de la firmeza y convicción con que se examinen y pongan en cuestión esos límites de lo posible que nos constriñen, como sociedad y como Estado, dentro de un sistema profundamente injusto y desigual que admitiría una multitud de reformas con las que algunos nos atrevemos a soñar.
Escuchando: Pandelis Thalassinos – 1999 – Ap tin tilo os tin Thraki