Muñoz Molina, Antonio – El invierno en Lisboa (1987)

Muñoz Molina, Antonio – El invierno en Lisboa, Bibliotex, El Mundo, 2001 (1987)

Tenía ya ganas de leer alguna novela de Antonio Muñoz Molina, no tanto por interés expreso o desmesurado como para despejar cierta inquina que albergo hacia el autor desde hace tiempo. Llevo años leyendo ocasionalmente sus artículos semanales en el suplemento literario de El País (Babelia) y, pese a que no puedo sino reconocer que el hombre escribe bien, sus opiniones suelen resultarme excesivamente manidas, convencionales, poco desarrolladas, como si realmente no fuera capaz de proponer o reflexionar nada más allá de lo obvio o comúnmente aceptado. A esta impresión mía se han contrapuesto siempre las excelencias que acostumbro a leer desde muchos frentes acerca de sus obras literarias, por lo que al final me pudo la curiosidad por comprobar si realmente estas responden a las mismas características que los artículos ya mencionados o revisten un interés mayor. Escogí una de las que creo que son más representativas o al menos más importantes dentro de su trayectoria para poder forjarme una opinión propia, porque no se debe criticar sin fundamento.

Dejémoslo claro desde el principio: mi veredicto es mayormente positivo. La ambientación de la novela, que asume las claves y convenciones del cine negro, está muy lograda. Uno se sumerge completamente en la trama y la pasión por la música que caracteriza a los personajes. La historia está contada por un personaje secundario que la conoce principalmente de segunda mano, lo que añade varias capas interesantes a la narración. La estructura es realmente sobresaliente, con una trama muy bien hilada que se va descubriendo poco a poco, ya que cada capítulo va soltando trocitos de información y pequeños detalles que van encajando paulatinamente a medida que avanza la lectura. Por otra parte, el pesimismo ambiental y lo sórdido de las referencias al mundo del crimen se ven compensados por una buena dosis de lirismo y poesía, que se combina sorprendentemente bien con el resto de elementos para dotar a la novela de mayor belleza y personalidad. Huelga decir que está muy bien escrita, porque eso ya se lo imaginaba uno antes de empezar, considerando la fama y respetabilidad de que goza el autor desde hace tiempo.

Vayamos ahora con la parte menos positiva, que también la hay. Aunque funcione bastante bien, la historia acumula un buen número de clichés, hasta el punto de asemejarse en parte a una colección de tópicos del cine negro. Eso no impide que uno la disfrute y se enganche, pero no deja de ser algo un poco exagerado. La psicología de los personajes, por ejemplo, es tan sumamente torturada y negativa que resulta excesiva por momentos, y la personalidad de los mismos también es un tanto arquetípica en muchos aspectos. Parece como si al apuntar tan claramente a modelos extranjeros, el autor hubiera sufrido también ese pánico al provincianismo tan común entre la nueva narrativa de los años ochenta en España, que empujaba a los nuevos novelistas a buscar escenarios exóticos y aventuras internacionales para alejarse de la prosa castiza e hispanocéntrica que había caracterizado a las décadas anteriores. Desconozco si estos son solo rasgos de juventud o se extienden también a su obra posterior, pero han surgido ante mis ojos con bastante claridad durante la lectura.

Como decía un poco más arriba, salvo algunas discrepancias, mi impresión general es más bien favorable, y de hecho la temática y los registros empleados han sido muy de mi agrado. No obstante, intuyo que esta novela me habría gustado mucho más si la hubiera leído hace más tiempo, ya que a día de hoy puedo verle pegas en las que antaño no habría siquiera reparado. Obviamente, antes de abordarlo sabía que no iba a ser un “mal libro” en términos generales, pero sí que estaba al tanto de algunas opiniones negativas sobre obras posteriores, como las referencias ocasionales por parte de Gonzalo Torné o aquella reseña alemana sobre la novela Sefarad que leí en la carrera hace unos quince años, que criticaba, si mal no recuerdo, el enfoque excesivamente buenista y convencional del escritor. Algo de convencional y previsible sí que había aquí, a pesar del innegable buen hacer, pero lo importante es haber descubierto todo ello, tanto lo mejor como lo menos bueno, por uno mismo y no a base de opiniones o prejuicios de terceros.

Escuchando: Acrostichon – 1993 – Engraved in Black