Kapuściński, Ryszard – Ébène (2000)

Kapuściński, Ryszard – Ébène, Plon, Paris, 2000 (original de 1998)

Tenía muchas ganas de leer algo de Kapuściński, a ser posible en un idioma que manejo bien, para poder ir un poco más allá en la comprensión de lo que me quedé con el muy interesante pero bastante impenetrable compendio de entrevistas (Nie ogarniam świata) que compré en lengua original en un quiosco de la estación de tren de Cracovia hace ya casi quince años, poco después de la muerte del autor. No se me ha ocurrido mejor punto de partida que este título, tal vez su obra más famosa, que además de ser lo suficientemente representativa aborda la historia y la idiosincrasia de un continente entero que me es prácticamente desconocido. Encontré el libro en versión francesa en Bécherel, un hermoso pueblecito bretón famoso por sus librerías de viejo, en el marco de una gran feria del libro, creo que en 2015. A veces las historias de cómo llega uno a un libro físico determinado son casi tan interesantes como las que lo llevan hasta un autor concreto.

Se podría definir a Kapuściński como aquel periodista que viajaba a donde otros no se atrevían a ir. Empleado de la agencia polaca de noticias bajo el comunismo, hizo de la escasez virtud, y al tratar siempre de minimizar los gastos acabó asimilándose a las clases populares de los lugares a los que viajaba, accediendo a entornos, conocimientos y amistades que habrían estado vedadas a cualquier otro corresponsal europeo, más o menos lo mismo que hacen los periodistas freelance más intrépidos de hoy. Este libro bastante extenso trata de sus viajes por el continente africano, por lo general del Sáhara para abajo, de ahí el título, que remite al África Negra. Kapuściński fue testigo de un amplio arco temporal que abarca desde la era de la esperanza con las independencias de los años 50 y 60 hasta las décadas oscuras de hambre y guerra que fueron los 80 y 90. Los numerosos capítulos breves están dedicados a distintos episodios de épocas y países muy diversos.

Si creemos en la honestidad de Kapuściński, podemos ver en él a una especie de Heródoto que cuenta lo que ve con sus propios ojos, y refiere siempre aquello que solamente ha oído contar a otros con un sano escepticismo no desprovisto de curiosidad. Hablo de honestidad porque al parecer la obra de Kapuściński ha recibido ciertas críticas recientes que señalan su exceso de exotismo y una forma de adornar la realidad impropia de los estándares del periodismo. Sin ser experto en el tema, mi impresión es que no hay rastro de esos presuntos defectos, al menos en el libro que nos ocupa. Lo que sí hay es una vibrante y también contagiosa fascinación por el continente abordado, que compensa en gran medida la imagen por lo general bastante cruda de la vida de la mayoría de sus habitantes, y sobre todo una voluntad de plasmar la vitalidad y creatividad de aquellas gentes a pesar de sus difíciles condiciones de vida.

El estilo del libro es fluido y sencillo, aunque nunca exento de un afán por explicar e instruir al lector, un propósito en el que se ve magníficamente respaldado por la traducción siempre precisa y a la vez inspiradora de Véronique Patte, traductora al francés de muchas de las obras del autor. Ébano está escrito para el público que leería cosas parecidas en un diario o una revista, de hecho se compone de lo que en origen fueron crónicas periodísticas, temáticas y relativamente breves, que hacen que la lectura sea ligera y variada. Con pocas palabras, Kapuściński logra transmitir su honda emoción e impresión ante todo lo que ve y aprende, haciendo gala de una verdadera pasión por su oficio. Ante todo, muestra siempre un respeto máximo por las personas con las que se encuentra, aunque sean pobres e iletradas, y empatiza con ellas tratando de buscar sus rasgos más humanos, con una mirada que es aventurera y humanista a un tiempo.

Leyendo este libro se aprende mucho sobre un montón de países y regiones a los que uno probablemente nunca va a viajar (y casi mejor que así sea). Ébano es un deleite para quien guste de leer historia, y más particularmente para quien quiera conocer el origen de conflictos de los que todos hemos oído hablar sin saber muy bien en qué consisten o por qué surgieron, como las hambrunas de Etiopía o el genocidio ruandés. En la pluma de Kapuściński, África es un continente muy diverso, joven y dinámico, que ha experimentado una tremenda evolución a lo largo del siglo XX que desde Occidente no siempre hemos sabido ver, y aún a día de hoy sigue mutando a una velocidad vertiginosa. La visión que queda ante el lector se puede resumir con el título de uno de los capítulos del libro de entrevistas mencionado más arriba, que reza lo siguiente: “Afryka, czyli Trzeci Świat nie jest czarno-biały”, o sea, “África, o El Tercer Mundo no está en blanco y negro”. A pesar de que hayan pasado más de veinte años desde su publicación, el libro mantiene su vigencia, frescura y, cómo no, color.

Escuchando: Pensées Nocturnes – 2022 – Douce Fange

Nerval, Gérard de – Voyage en Orient, Volume 1 (1851)

Nerval, Gérard de – Voyage en Orient, Volume 1 (1851) [Project Gutenberg, 2014]

He aquí otro libro antiguo que me he leído gracias al Proyecto Gutenberg, ese catálogo de obras libres de derechos que no solamente permite obtener libros gratis, sino que incluye muchos títulos que son difíciles de encontrar en el idioma de uno o en la mayoría de librerías. Este en concreto lo empecé a leer en Francia hace mucho tiempo, y después lo he buscado sin éxito por las librerías del país vecino y del mío, hasta dar con él por Internet. Me parece que tiene su punto romántico el encontrar libros viejos de esa manera, casi como recuperándolos del olvido. Aunque esta práctica no ayude mucho a las editoriales actuales que lo merecen, en realidad tampoco está reñida con la compra de títulos más o menos nuevos por las vías habituales, ya que ambas cosas pueden coexistir perfectamente.

Voyage en Orient, Volume 1 es la primera parte de las memorias de viaje de su autor, el poeta Gérard de Nerval, por las tierras del Mediterráneo oriental a mediados del siglo XIX. Este primer volumen narra las aventuras del viajero por Egipto y Líbano, que más tarde se completarán con una visita a Constantinopla, recogida en un segundo tomo. Publicadas originalmente en 1851 y posteriormente en versión íntegra en 1884, las experiencias referidas se remontan a la década de 1840, es decir, diez años antes de la fecha de redacción. Pese a la sorprendente cantidad de detalles y la viveza de las descripciones, cabe puntualizar que no todo lo que se cuenta ocurrió como tal: Nerval se tomó muchas licencias, sencillamente porque concebía su historia como un auténtico relato en prosa más que como un mero diario de viaje.

El periplo del poeta se inspiró en los grandes viajes relatados por otros escritores de la época romántica, como sus compatriotas Chateaubriand o Lamartine, en unos años en que estaba de moda viajar a Oriente en busca de los orígenes de la civilización, la fe y la vida. Sin embargo, su itinerario no fue exactamente igual al de ellos: por ejemplo, evitó pasar por Tierra Santa, parada para muchos ineludible que a él le resultaba de menor interés. Pero la diferencia más importante en su manera de concebir el viaje es que, antes que ir en busca de un ideal o una imagen fijada de antemano, la intención de Nerval era explorar las sociedades de los parajes que visitaba, sumergirse en ellas y describirlas tal y como eran. En sus propias palabras, no le interesaban tanto las piedras antiguas como las gentes que iba encontrando.

Aunque por su procedencia y formación no pudiera evitar dejarse llevar por muchos de los prejuicios y lugares comunes propios de la visión del mundo occidental, el autor trata siempre en última instancia de aproximarse al Otro e intentar entenderlo, lo que dota a su narración de un carácter racional y moderno que no está reñido con la manifiesta pasión que muestra el viajero en todo momento. Sus personajes secundarios resultan por ello mucho más vivos y auténticos, y tienen voz propia. Pese a comulgar en no pocos aspectos con la visión orientalista imperante en su época, Nerval sabe tomar sus distancias a través de un punto de vista tan perspicaz como personal, lo que hace que uno se identifique fácilmente con él a pesar de la considerable distancia temporal.

El narrador demuestra poseer una gran cultura, con amplios conocimientos puestos a disposición del lector para instruirlo además de entretenerlo, y entre sus virtudes destaca una enorme curiosidad que le hace interesarse por todo lo que va encontrando, tanto si lo conocía de antemano como si no. Por si esto fuera poco, hace gala de un sentido del humor y una ironía a prueba de bombas, que buscan la comicidad hasta en las situaciones más aciagas, lo que redunda en una lectura mucho más amena y fascinante. El resultado es un libro que es a partes iguales aventura, exotismo y divulgación, con el encanto añadido de describir un mundo que a muchos efectos hace ya tiempo que dejó de existir.

En términos de contenido, la obra es muy diversa, ya que intercala pasajes de diario personal con relatos referidos de otras personas y hasta algunos extractos epistolares. En ocasiones, la impresión es de excesiva heterogeneidad, pero en el fondo eso hace que resulte más rica y original. Como poeta que era, Nerval sabe también imprimir una visión entusiasta, simbólica y exaltada de todo lo que cuenta, que contribuye no poco a sumergir al lector en su universo. Estamos pues ante una verdadera maravilla literaria, un libro con una prosa magnífica que aporta gran cantidad de información cultural e histórica (obsoleta o no, pero eso no es realmente un problema) y da cuenta de una fabulosa aventura a través de un mundo que parece lejanísimo y cercano a la vez.

Escuchando: Cambion – 2021 – Conflagrate the Celestial Refugium

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (2013)

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (Acantilado, 2013)

No habría llegado a este libro si no fuera porque un buen amigo me lo regaló, al ver que en él se juntaban dos cosas que son de mi agrado: la literatura polaca y la historia antigua. Al principio se me hizo raro que un escritor polaco escribiera sobre la Grecia antigua, pero pronto pude comprobar que el punto de partida eran unas impresiones de viajes, a las que se suma una notable erudición histórica y una marcada tendencia poética (no en vano, el autor era poeta) que conforman un conjunto muy completo y personal. Pese a no ser demasiado conocido en España, al menos hasta fechas recientes, Zbigniew Herbert (1924-1998) tiene ya por lo menos cuatro de sus libros publicados en castellano, todos ellos en la editorial Acantilado, que como de costumbre es sinónimo de alta calidad. La traducción corre a cargo de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski, que ya han demostrado la excelencia de su arte en otras publicaciones de la misma casa, como Mi siglo de Alexander Wat.

En las páginas del libro, Herbert se revela como un gran apasionado del mundo clásico, del cual alcanzó un grado de conocimiento tan amplio como minucioso, a juzgar por la variedad y la profundidad de los temas abordados. El volumen recopila una serie de siete ensayos escritos en distintos momentos de su vida y publicados fragmentariamente en diversas revistas, que el poeta concibió como obra unitaria pero no llegó a verla editada en su idioma original hasta prácticamente el final de su vida. De hecho, esta edición en español lleva el título del primero de los textos (“El laberinto junto al mar”), lo que a primera vista resulta un tanto limitador e inexacto, pero esto se debe a que el otro nombre, más adecuado y englobador, barajado por el autor (En la patria de los mitos) ya fue empleado para una edición alemana de 1973 cuya contenido era ligeramente diferente, de ahí que para la publicación póstuma en polaco y para esta versión en castellano se haya optado por otro.

El alcance de la obra es bastante amplio, ya que no se limita a la Grecia antigua como podría parecer, sino que también abarca Roma y hasta la civilización etrusca. Algunos de los ensayos, incluyendo los más extensos (“La Acrópolis” o “El laberinto junto al mar”), son tratados de historia pura, aderezados con una narración ligera y vibrante que permite al lector respirar bajo el peso bruto de los datos; otros mezclan la historia con recuerdos propios (“Clase de latín”) o con una reivindicación en clave poética del legado de una civilización (“Sobre los etruscos”), que a este lector le trae a la mente otra reivindicación de tono distinto pero no menos acertada (“Los romanos, ¡una mierda al lado de los etruscos!”); también hay evocaciones de paisajes (“Un intento de describir el paisaje griego”), reflexiones vitales (“La Almita”) y hasta un texto en clave política (“La cuestión de Samos”) que fue parcialmente censurado en su momento por señalar la deriva autoritaria de Atenas hacia sus aliados, que algunos entendieron como crítica indirecta al funcionamiento interno del Pacto de Varsovia.

Es posible que algunos de los datos estén ya anticuados, cosa que quien suscribe, mero aficionado, no sería capaz de detectar, pero la síntesis ofrecida en cada caso sigue siendo muy precisa y lograda, y las reflexiones originales mantienen su vigencia a pesar de la distancia temporal. Acostumbrado a leer libros de historia, uno agradece a veces leer obras de estas características escritas por autores que no son historiadores profesionales, pero suplen la eventual carencia de conocimientos con una escritura mucho más bella, amena y provechosa, aportando un mayor grado de ritmo narrativo y coherencia de estilo, por no mencionar la poesía que rezuman muchas de las páginas. En definitiva, El laberinto junto al mar es una lectura muy recomendable para los amantes de las civilizaciones antiguas, los viajes y la prosa poética.

Escuchando: Sentenced – 1993 – North from Here

Recuerdos de Finlandia (2012-2013)

Una amiga francesa me pidió hace un tiempo que le enviara unas cuantas fotos de Finlandia para hacerse una idea de cómo es ese país. Pensé hacer algunas durante mi última visita a Helsinki el pasado verano, pero la cámara que llevaba conmigo era tan cutre que casi no salió ninguna realmente digna de ser compartida. Por eso, he repasado las que hice mientras vivía por allí en 2012-2013, con una cámara mucho mejor, y he hecho una selección más o menos representativa. Las primeras están tomadas durante el invierno en Helsinki o alrededores, las otras en verano, en la capital o en otros lugares del país. Se me ha ocurrido publicarlas aquí en abierto para que todos los interesados puedan disfrutarlas.

Une amie française m’a demandé il y a un certain temps de lui envoyer quelques photos de Finlande pour se faire une idée du pays. J’ai pensé à prendre plusieurs lors de ma dernière visite à Helsinki l’été dernier, mais la caméra que j’avais sur moi était si bidon que je n’ai pratiquement pas pu faire une seule qui soit digne d’être partagée. C’est pour ça que j’ai revu celles que j’avais fait quand j’habitais là-bas en 2012-2013, avec une caméra bien meilleure, et j’en ai fait une sélection plus ou moins représentative. Celles du début ont été prises en hiver à Helsinki et aux alentours, les autres en été, dans la capitale et dans d’autres endroits du pays. J’ai eu l’idée de les publier ici ouvertement afin que toutes les personnes intéressées puissent en profiter.

 

Plaza de la Estación de Ferrocarril bajo la lluvia, Helsinki / Place de la Gare Ferroviaire sous la pluie, Helsinki

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Excursión a Ávila (29 de febrero de 2020)

Entrada de la muralla

Iglesia de San Vicente

Cenotafio románico de los santos Vicente, Sabina y Cristeta

Catedral de Ávila desde las murallas

Paseando por el adarve

Vista del crucero en el interior de la catedral

Sepulcro renacentista de Alonso Fernández de Madrigal, «El Tostado»

Vista de Ávila desde el Mirador de los Cuatro Postes

Escuchando: Apocalypse Command – 2011 – Damnation Scythes of Invincible Abomination

Finde en Oxford (20 al 23 de septiembre de 2019)

Sheldonian Theatre visto desde Broad Street

Mi última escapada me llevó hasta las cercanías de Londres, a una de las ciudades universitarias más conocidas de todo el mundo, y la más antigua de la esfera angloparlante. Además de una pequeña localidad de provincias llena de estudiantes, Oxford es un enclave histórico de gran relevancia, así como un importante reclamo turístico, tanto por la belleza de sus edificios de origen medieval como por el prestigio de sus “Colleges” centenarios o la ubicación de no pocos escenarios de filmación de las películas de Harry Potter, dato este último de enorme importancia para muchos de los visitantes, por lo que pudo ver un servidor, que lo desconocía por completo. Acostumbrado al cosmopolitismo y las enormes distancias a salvar en la capital del país, fue un gusto poder hacer a pie todas las visitas y descubrir cómo es la vida en una urbe inglesa de tamaño más modesto.

Vista de edificios junto a la Bodleian Library

Comparada con Londres, la ciudad conserva un marcado carácter británico, pese a estar habitada por personas oriundas de todas partes del mundo, quizá porque muchas de ellas acuden aquí con la firme intención de aprender e integrarse en la cultura nacional. Sorprende que resulte un lugar relativamente tranquilo pese a la magnitud del turismo y la desproporcionada representación de la siempre inquieta juventud, pero eso tal vez se deba principalmente a su tamaño todavía reducido y abarcable. Lo más destacable y al mismo tiempo fascinante de Oxford es la relativa armonía de su centro urbano, en el que edificios de distintas épocas y estilos conforman un conjunto de apariencia homogénea dentro de su diversidad. A la llamativa arquitectura se suma la no menos impresionante colección de bibliotecas universitarias, varias de ellas visitables, lo cual unido a la presencia de enormes librerías, un puñado de pubs acogedores y restaurantes variopintos, ofrece una estancia de lo más agradable y provechosa.

El Támesis a su paso por Oxford

Edificio de un College junto a su campo de rugby

Escuchando: Mefitis – 2019 – Emberdawn

Regreso a Helsinki (16 de agosto al 1 de septiembre de 2019)

Volví hace un par de semanas de Finlandia, donde pasé dos semanas intensas de curso de traducción literaria, reencuentros y redescubrimientos. Pasado un tiempo prudencial, mi memoria recuerda principalmente lo mucho que aprendí y lo bien que me lo pasé, pero todavía no he podido olvidar del todo lo duros que fueron los madrugones ni lo mucho que costó mantener constantemente conversaciones en finés habiendo dormido demasiado poco. Esta última habilidad es una adquisición reciente que jamás pensé que estaría a mi alcance, como tampoco creí nunca que fuera a ser capaz de manejarme en ese idioma. Algo se ha conseguido, aunque para ello haya necesitado dieciséis años… La próxima meta es empezar a plantearme la traducción de alguna obra literaria, aunque para eso necesito todavía mucha preparación y aprendizaje.

La abultada programación del curso no dejó tiempo para mucho más entre semana, pero los findes sí pude emplearlos en reexplorar los lugares conocidos de cuando Helsinki era mi ciudad, asistir a un festival de death metal que parecía expresamente organizado con motivo de mi presencia y volver a quedar con viejos amigos y conocidos a los que hacía demasiado tiempo que no veía. Helsinki no ha cambiado sustancialmente en los seis años que llevaba sin visitarla, aunque sí se perciben cambios parciales que dan una idea de la evolución a grandes rasgos, como el aumento general de los precios o el marcado desarrollo de la construcción en determinadas zonas. Por lo general, sigue siendo el mismo sitio tranquilo y apacible en el cual la vida suele ser bastante segura sin dejar de ser interesante. Al menos en la capital, la oferta cultural y de ocio es bastante completa, aunque a mí me bastó con ver unos cuantos conciertos y visitar mis bares favoritos de antaño, que por fortuna seguían en pie prácticamente intactos.

Desde que puse un pie en el aeropuerto me invadió esa sensación de fascinación ante lo distintos que son allí el aire, la naturaleza, el trazado de las calles y el aspecto de los edificios, los olores o la forma distante pero relajada de relacionarse entre las personas. Todo ello lo recordaba con cariño, aunque me produjo la misma sensación de extrañeza, bienvenida y agradable, que experimentaba cada vez que volvía después de estar un par de semanas fuera. Lo curioso es que el tiempo acompañó bastante bien, porque de la lluvia sempiterna que auguraban los pronósticos a medio mes de mi llegada no quedó más que un solo día de tormenta, aunque eso sí, aquella mañana llovió por todas las demás. El resto de días hizo un sol radiante que me permitió pasear por la ciudad sin temor a empaparme de un momento a otro, comprar libros y recuerdos varios, disfrutar de los atardeceres efímeros y cambiantes característicos de esas latitudes, y también tomar alguna que otra foto, que no hace justicia ninguna, pero sí sirve para ilustrar someramente estas líneas.

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Estación de Ferrocarril, en el centro de Helsinki

Teatro Nacional, junto a la estación

Ateneum o museo de arte clásico, en la misma plaza de la estación

La torre del reloj de la estación, un símbolo del centro de la ciudad

Barcos amarrados en la orilla este de Helsinki

Vista desde el este de Helsinki, con la icónica fábrica de carbón al fondo

Plaza del Senado, en una tarde de sol

Vista sobre la Plaza del Mercado

Atardecer en Eiranranta

Los libros (físicos) que me traje

Primera islita (Valkosaari) saliendo de Helsinki hacia el sur

Escuchando: Nekrokrist SS – 2019 – Neljän käärmeen veljeskunta

 

Viaje por el Sur de Francia (30 de junio al 9 de julio 2019)

Tuve unas vacaciones muy agradables por una zona del país vecino que hasta la fecha conocía más bien poco. Me sorprendió la amabilidad de la gente, dejando claro una vez más que el estereotipo del francés desagradable corresponde únicamente a la región parisina, la gran influencia de la cultura española sobre la parte meridional de Francia, en especial el País Vasco francés, y sobre todo el calor espantoso que hacía en muchos lugares, particularmente en Toulouse, que nada tenía que envidiar a la intensidad de la canícula más abajo de los Pirineos.

Me quedo con Albi y Cordes-sur-Ciel como sitios más bonitos e impresionantes, con Biarritz por el clima y con Toulouse como ciudad abierta y joven donde la vida debe de ser bastante agradable, si obviamos la extrema humedad del aire. Burdeos no es que lo deje fuera, es que ya lo conocía y me sorprendió menos, aunque fue un placer volver a pasear por sus calles amplias y señoriales.

Turismo cultural en sentido estricto hubo menos que en otros viajes (salvo tal vez el Museo del Vino de Burdeos), por la sencilla razón de que esta vez un servidor iba en piara en lugar de en pareja, pero si la gastronomía y la licorería son cultura, como me consta que así es, entonces el componente cultural no dejó de ser considerable. Pero lo más importante, naturalmente, fue la buena compañía y los ratos de risas, Nordeses y tardeo.

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Playa de Biarritz

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Basílica de Saint-Sernin en Toulouse

Calle céntrica de Toulouse

Paisaje fluvial en el centro de Albi

Catedral (un tanto satánica) de Albi

Calle en Cordes-sur-Ciel

Monumento a los Girondinos en Burdeos

Escuchando: Serpent ov Old – 2019 – Miskatonic Abysmal Path

Viaje a Roma (21 a 25 de enero de 2019)

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Con este breve viaje a la capital de Italia concluimos el pequeño ciclo de visitas a lugares de la Antigüedad que siempre nos habían fascinado y todavía no nos habíamos atrevido a descubrir, que comenzó en octubre en Grecia y terminó tan sólo tres meses más tarde a orillas del Tíber. Aprovechamos que la coyuntura económica y temporal nos fue favorable, después de muchos meses de desequilibrios financieros, y nos lanzamos en sendas expediciones con la sospecha de que probablemente sean las últimas a escala internacional durante una temporada, hasta que consigamos atesorar esos ansiados ahorros que son la panacea soñada de cualquier autónomo. Pero esto no significa que a partir de ahora vayamos a quedarnos en casa todos los fines de semana y fiestas de guardar. De hecho, hace ya tiempo que estamos aprovechando nuestra posición central en la Península Ibérica para ir conociendo no pocos lugares de nuestro propio país que nunca antes habíamos pisado, tras muchos años deambulando por el extranjero.

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Foros Imperiales

Para quien ama la Historia, Roma es uno de esos lugares apasionantes en los que se gestó el Mundo Antiguo tal y como lo conocemos hoy. La concentración de lugares de gran importancia histórica, como la Colina del Capitolio, el Mausoleo de Augusto o el Coliseo, retrotrae al visitante hasta épocas pasadas de enorme relevancia para el futuro de la Humanidad y que siguen ejerciendo una inmensa fascinación después de muchos siglos. Pese al aspecto ruinoso y desolado de muchos de estos enclaves, todos ellos poseen una fuerza evocadora que, aliada al conocimiento histórico de que disponemos a día de hoy, logra que sigamos apreciando su majestuosidad a pesar de su estado deteriorado y fragmentario. Paseando por los antiguos Foros romanos, por ejemplo, uno se sumerge de lleno en lo que pudo ser la bulliciosa vida de la capital del mayor imperio que haya conocido Occidente. Al contemplar el Panteón desde fuera y sobre todo por dentro, el viajero se maravilla ante la solidez y firmeza de una construcción que parece haber soportado casi intacta el inclemente paso del tiempo. Cuando se descubre el Ara Pacis, un monumento menor cuya importancia ha sido sabiamente realzada gracias a un museo llamativo y muy didáctico articulado en torno a la modesta estructura, es imposible no rendirse a la evidencia de que hasta los restos en apariencia más discretos están repletos de interés e información cuando se abordan con la metodología adecuada. Todo esto hace de la actual capital italiana un museo a cielo abierto o, mejor aún, una puerta para descubrir los cimientos de la civilización que consideramos propia.

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Laocoonte y sus hijos

Otro aspecto muy destacable y sin duda indisociable del anterior es la faceta artística de la ciudad del Tíber. A la riqueza incalculable de los Museos Vaticanos, que engloban obras maestras de todas las épocas y estilos (Pinacoteca, Museo de estatuas, Estancias de Rafael, Capilla Sixtina), se suman las colecciones no menos impresionantes de los Museos Capitolinos, repletos de arte clásico (escultura sobre todo), además de lienzos renacentistas y barrocos, y la Villa Borghèse, con cuadros (Caravaggio) y esculturas (Bernini) de primer nivel. La profusión de obras de categoría y fama internacional llega casi a abrumar, cuando uno se percata de que los numerosos museos de Roma albergan en conjunto una parte importante de las piezas más célebres de la Historia del Arte. También resulta curioso constatar que la mayoría de ellos no se limita a ningún siglo o corriente, sino que mezcla alegremente escuelas y formatos de distintas épocas sin que la perspectiva global se vea menoscabada. Al contrario, la contraposición de obras dispares que no obstante se inscriben claramente en una misma evolución del arte occidental permite observar las influencias y diferencias a lo largo de los siglos y apreciar la particularidad de cada movimiento dentro de un contexto de amplísimo alcance. Pero las instituciones museísticas no tienen el monopolio del arte, ya que las innumerables iglesias de la capital a menudo alojan piezas no menos valiosas y reseñables, accesibles no sólo a la fe del creyente, sino también a la curiosidad del turista. La propia estructura y el aspecto de estos templos da forma a la imagen arquitectónica de la ciudad, pero el arte puro también tiene su sitio en el espacio urbano, ya que a través de las incontables fuentes, estatuas y monumentos en exteriores, las artes plásticas de todas las épocas son omnipresentes en las calles, plazas y recovecos del paisaje romano.

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Interior de la Basílica de San Pedro

La historia y el arte son dos constantes que en Roma están firmemente imbricadas con otra cuya importancia no es menos destacada: la religión. Como en todo el Occidente cristiano, las iglesias jalonan en gran medida el trazado urbano, pero en pocas urbes gozan del esplendor que aquí poseen. Además de las enormes basílicas, como San Juan de Letrán, las pequeñas iglesias con su tesoro artístico correspondiente, tales como Santa María del Popolo, o los templos sui generis al estilo de Santa María in Trastévere, la gigantesca mole de San Pedro domina la ciudad entera desde la otra orilla del río, atrayendo a cientos de miles de peregrinos que acuden a ver la que ha sido sede del Papado desde hace cientos de años. Al recorrer la descomunal amplitud y riquísima decoración de la mayor basílica de la Cristiandad, uno piensa en la fascinación que tanta magnificencia ha suscitado en la imaginación de generaciones enteras de creyentes, pero también en la grotesca ostentación de poder y riqueza terrenal que provocó la justa indignación de muchos, empezando por Lutero. Las tiendas modernas de suvenires han tomado el relevo de las antiguas ventas de indulgencias, y en los alrededores del Vaticano es posible encontrar una abigarrada concentración de comercios que venden todo tipo de objetos que apelan al bolsillo de los visitantes, y sin duda serían blanco de la ira del Jesucristo bíblico si regresara para comprobar en qué se ha convertido el mayor de los monumentos teóricamente erigidos para honrar su palabra. No obstante, esta comercialización masiva de los atributos de Roma no es exclusiva de los puntos clave del turismo religioso, sino que abarca la ciudad entera. Probablemente el destino más visitado de Europa, con permiso de la no menos icónica capital de Francia, aquí la huella foránea se hace notar en la profusión de tiendas, restaurantes y reclamos turísticos, así como en los precios de los mismos, por no hablar de las aglomeraciones de grupos y turoperadores. La ventaja de haber escogido el primer mes del año para el viaje, a pesar del frío y la lluvia que ello conllevaba, es que las calles estaban bastante vacías, pero aun así encontramos una nutrida afluencia al adentrarnos en cualquier emplazamiento de renombre, por lo que temblamos imaginando cómo debe de ser la urbe en temporada estival.

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Monumento a Vittorio Emanuele II o Altare della Patria

Indiscutiblemente lo que más nos atraía de Roma es todo lo relativo a su historia y riqueza artística, pero al igual que en Grecia y otros de nuestros destinos anteriores, también teníamos curiosidad por conocer cómo es y funciona la ciudad moderna y cómo viven sus habitantes. Lo cierto es que, como ocurre en París, al pasear por las zonas más céntricas uno se codea casi exclusivamente con extranjeros, y los únicos nativos con los que entabla contacto son aquellos que se dedican al sector servicios. Precisamente fue con estos últimos con quienes pudimos charlar un poco y sacar el máximo partido a nuestros pobres conocimientos de italiano que, como cualquier español puede comprobar, ganan mucho si se parla con confianza y esforzándose por imitar bien el acento. Por lo general la gente fue bastante simpática, sobre todo para una ciudad tan literalmente inundada por los turistas. Bastaba con preguntar cómo se decía tal o cual cosa para iniciar una conversación, aunque lo más parecido a una interacción natural con la población local fue cuando un miembro de la comunidad de San Egidio nos invitó a visitar Santa María in Trastévere y tomar parte en su celebración, cosa que hicimos, además de por no contrariar su amable ofrecimiento, para poder contemplar con tranquilidad los espléndidos mosaicos de inspiración bizantina que coronan el retablo principal. Por lo demás, imagino que para hacerse una idea más cercana de lo que puede ser la vida en Roma para la gente de allí habría que moverse por los barrios periféricos o en compañía de cicerones autóctonos, lo cual lamentablemente no fue nuestro caso.

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Tiramisú casero

Pensándolo bien, nuestro contacto más intenso con la Roma “viva” fue a través de la gastronomía. Gracias a nuestro fiel Guide du Routard encontramos multitud de bares, restaurantes y bistrots donde poder degustar todo tipo de platos típicos italianos, bastante distintos de las variedades que se venden como tal en España. Al cabo de un par de días comprendimos hasta qué punto la comida es algo de enorme importancia en la cultura del país, donde cada tipo de pasta tiene su propio acompañamiento predilecto, una modificación de un solo ingrediente en una salsa (como el ragù) determina distintas variaciones regionales de la misma receta, y los platos tradicionales remiten directamente a regiones o ciudades concretas, como es el caso de la saltimbocca, eminentemente romana. En general, tanto primeros y segundos como vinos, postres o licores exhiben la misma riqueza y variedad que en España, y se veneran y disfrutan con un placer muy mediterráneo con el que nos sentimos totalmente identificados. No es difícil entender por qué los habitantes del Norte de Europa pasan siempre que pueden sus vacaciones en el Sur: clima, gastronomía y dolce vita son reclamos irresistibles para los acostumbrados al frío y la aspereza tanto en el entorno como en las propias relaciones humanas. Yo soy el primero en disfrutar de los contrastes y curiosidades que se descubren al visitar un país muy distinto al de uno, como me ocurrió en Finlandia, pero cuando viajo al extranjero y veo que la gente se reúne en familia, habla a gritos, hace ruido y aspavientos por la calle y no se toma nada demasiado en serio, es imposible evitar sentirse como en casa, y la sensación es infinitamente agradable.

Escuchando: Cruel – 2013 – Witches Danze to Me, Come to Die

Viaje a Grecia (23 de octubre a 1 de noviembre de 2018)

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Viajar a Grecia no solamente es descubrir los famosos enclaves de la Antigüedad que uno conoce a través de los libros de Historia, también es sumergirse en una cultura mediterránea tan calurosa y acogedora como la nuestra y, cosa no menos importante, acercarse a una gastronomía que comparte muchos de sus ingredientes con la ibérica, pero preparados de formas distintas y originales. Pese a la gran expectación previa, procuramos ir sin ninguna idea preconcebida y dejarnos sorprender por lo que encontraríamos sobre el terreno.

Lo que más nos agradó probablemente fue la simpatía de la gente, que no por estar acostumbrada a ver turistas recorriendo sus playas y ciudades deja de ser extremadamente amable y servicial. Como en muchas otras zonas del planeta, los españoles caemos muy bien, tal vez por solidaridad sureuropea, por la empatía que genera la relevancia de nuestro fútbol y demás clichés nacionales o incluso porque somos de los pocos países europeos que llevan un par de siglos sin invadir a sus vecinos, vaya usted a saber. El caso es que nos sentimos muy acogidos, y eso hizo que nuestro deambular por tierras helénicas fuera aún más agradable si cabe.

En esta primera aproximación, exploramos las dos ciudades principales, Atenas y Tesalónica, y pudimos hacer una excursión de un día al yacimiento de Delfos, a casi doscientos kilómetros de la capital. Lo que viene a continuación es un resumen de mis impresiones en cada uno de esos lugares.

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Atenas (Αθήνα)

La mayor ciudad de Grecia es una capital atípica, ya que a principios del siglo XIX era un municipio provinciano de menos de 50.000 residentes y hoy en día engloba a la tercera parte de los casi 11 millones de habitantes del país. Las ruinas de la época clásica son lo más vistoso y sin duda el reclamo principal, junto con los impresionantes museos que albergan valiosas piezas, conocidas por cualquier aficionado al arte y la historia. Uno no puede evitar quedar sobrecogido al contemplar en persona lugares tan señalados, cargados del peso majestuoso de los siglos. No obstante, para quien suscribe, la visita a la urbe quedaría incompleta si no incluyera largos paseos por los barrios más modernos y populares, donde circulan, trabajan y se divierten los nativos, esas zonas en las que es posible hacerse una vaga idea de cómo es vivir allí, plagadas todas ellas por centenares de gatos y con la omnipresencia invariable de los popes ortodoxos.

Sin esa contraposición entre lo típico y lo trivial no hay posibilidad de atisbar, lejanamente al menos, la verdadera realidad de un país. Además de subir a la Acrópolis, a la colina de Likavetto y de recorrer a fondo las salas del Museo Arqueológico, la plaza Sintagma o las calles pintorescas del barrio de Plaka, nos gustó tanto o más explorar el barrio anarquista de Exarjía, la zona de fiesta juvenil de Gazí o las variopintas callejuelas de Keramikós. Muchos de estos últimos lugares no son realmente bonitos ni turísticos, pero presentan un indudable interés para quien quiera ver también cómo es el país real, más allá de los monumentos. Gracias a la gran cantidad de recomendaciones que llevábamos apuntadas, cada día pudimos descubrir varios sitios fabulosos para comer o tomar algo, lo cual además de ofrecer un merecido descanso contribuyó a hacer más disfrutable la experiencia.

Naturalmente, nos quedaron muchas cosas por visitar o volver a examinar en detalle, aunque somos de la opinión de que cuanto más se deje uno por ver, más motivos tendrá para regresar, y eso es siempre algo positivo. Nos marchamos de allí con pena, porque a pesar de los problemas que atraviesa el país desde hace varios años, y cuyas secuelas resultan visibles hasta para el viajero de paso, la vida en Atenas, y en Grecia en general, es tranquila y amena, y ni tan siquiera las peores perspectivas de presente y futuro son capaces de amedrentar a un pueblo que sabe disfrutar del buen tiempo y los placeres de la vida cotidiana.

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Delfos (Δελφοί)

Nuestra única excursión fuera de los grandes núcleos de población fue al antiguo santuario de Apolo en Delfos, situado a casi tres horas de autobús de la capital del país. Al llegar allí, el paisaje sorprende y asombra por sí solo: un escarpado valle que desciende lentamente, en un despliegue de verdor, hasta el horizonte plateado de la costa, bajo el sol fastuoso del suave otoño mediterráneo. No es de extrañar que fuera en una de las laderas más elevadas, con vistas al mar, donde se erigió el lugar sagrado más importante de la Hélade, el “ombligo del mundo”. De aquello tan sólo quedan ruinas, bien cuidadas, eso sí, y como es práctica habitual, parcialmente reconstruidas para dar una idea de su antiguo esplendor, aunque la información y las piezas atesoradas en el museo de interpretación contiguo permiten imaginar con profusión de detalles la opulencia de aquel sitio durante la Antigüedad. Nuestra visita fue breve pero intensa, y nos llevamos un recuerdo mágico impregnado de sensaciones de atemporalidad.

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Tesalónica (Θεσσαλονίκη)

La segunda ciudad de Grecia en población e importancia no tiene grandes monumentos que destaquen por encima de un urbanismo gravemente maltratado durante su historia más reciente, sino que sus encantos deben buscarse en sus antiquísimas iglesias de tamaño generalmente muy modesto, ocultas y cercadas por edificios de viviendas de construcción más reciente y por el bullicio de la vida diaria. Enclave portuario desde la Antigüedad, el contraste no podría ser mayor entre el concurrido paseo marítimo de la ciudad baja, lleno de bares y animación, y los serenos barrios tradicionales de las zonas más viejas, en torno a la antigua fortaleza que desde una colina situada al norte domina el resto de la urbe. El ambiente es mucho más relajado que en la capital, y sus habitantes parecen acostumbrados a un modo de vida donde el estrés y el mal humor tienen menos cabida, lo que por allí se denomina jalará.

La antigua Salónica turca, que todavía conserva algunas mezquitas como muestra de su pasado musulmán, es a día de hoy una ciudad de estudiantes, cuya presencia dinamiza lo que sin ellos quizá sería una población grande pero provinciana. Existe también cierta conciencia de su estatus como capital del norte, dentro de la región que antaño fue la poderosa Macedonia, conquistadora de imperios, y actual vía de acceso a los países balcánicos del norte, con los que Grecia siempre ha tenido una estrecha vinculación histórica. Asimismo es patente el vínculo cultural con Oriente, más intenso que en el resto de Grecia debido al hecho de haber permanecido más tiempo bajo dominio otomano, y que se manifiesta, entre otras cosas, en la presencia de platos turcos entre las especialidades locales, como el fabuloso hünkâr beğendi. Ciudad de contrastes, por tanto, y también ciudad gastronómica y oasis de (relativa) tranquilidad, aunque todo esto bien podría aplicarse a casi cualquier punto de la geografía griega, que volveremos a explorar con gusto en cuanto tengamos ocasión.

Escuchando: Cosmic Atrophy – 2018 – The Void Engineers