Con este breve viaje a la capital de Italia concluimos el pequeño ciclo de visitas a lugares de la Antigüedad que siempre nos habían fascinado y todavía no nos habíamos atrevido a descubrir, que comenzó en octubre en Grecia y terminó tan sólo tres meses más tarde a orillas del Tíber. Aprovechamos que la coyuntura económica y temporal nos fue favorable, después de muchos meses de desequilibrios financieros, y nos lanzamos en sendas expediciones con la sospecha de que probablemente sean las últimas a escala internacional durante una temporada, hasta que consigamos atesorar esos ansiados ahorros que son la panacea soñada de cualquier autónomo. Pero esto no significa que a partir de ahora vayamos a quedarnos en casa todos los fines de semana y fiestas de guardar. De hecho, hace ya tiempo que estamos aprovechando nuestra posición central en la Península Ibérica para ir conociendo no pocos lugares de nuestro propio país que nunca antes habíamos pisado, tras muchos años deambulando por el extranjero.
Foros Imperiales
Para quien ama la Historia, Roma es uno de esos lugares apasionantes en los que se gestó el Mundo Antiguo tal y como lo conocemos hoy. La concentración de lugares de gran importancia histórica, como la Colina del Capitolio, el Mausoleo de Augusto o el Coliseo, retrotrae al visitante hasta épocas pasadas de enorme relevancia para el futuro de la Humanidad y que siguen ejerciendo una inmensa fascinación después de muchos siglos. Pese al aspecto ruinoso y desolado de muchos de estos enclaves, todos ellos poseen una fuerza evocadora que, aliada al conocimiento histórico de que disponemos a día de hoy, logra que sigamos apreciando su majestuosidad a pesar de su estado deteriorado y fragmentario. Paseando por los antiguos Foros romanos, por ejemplo, uno se sumerge de lleno en lo que pudo ser la bulliciosa vida de la capital del mayor imperio que haya conocido Occidente. Al contemplar el Panteón desde fuera y sobre todo por dentro, el viajero se maravilla ante la solidez y firmeza de una construcción que parece haber soportado casi intacta el inclemente paso del tiempo. Cuando se descubre el Ara Pacis, un monumento menor cuya importancia ha sido sabiamente realzada gracias a un museo llamativo y muy didáctico articulado en torno a la modesta estructura, es imposible no rendirse a la evidencia de que hasta los restos en apariencia más discretos están repletos de interés e información cuando se abordan con la metodología adecuada. Todo esto hace de la actual capital italiana un museo a cielo abierto o, mejor aún, una puerta para descubrir los cimientos de la civilización que consideramos propia.
Laocoonte y sus hijos
Otro aspecto muy destacable y sin duda indisociable del anterior es la faceta artística de la ciudad del Tíber. A la riqueza incalculable de los Museos Vaticanos, que engloban obras maestras de todas las épocas y estilos (Pinacoteca, Museo de estatuas, Estancias de Rafael, Capilla Sixtina), se suman las colecciones no menos impresionantes de los Museos Capitolinos, repletos de arte clásico (escultura sobre todo), además de lienzos renacentistas y barrocos, y la Villa Borghèse, con cuadros (Caravaggio) y esculturas (Bernini) de primer nivel. La profusión de obras de categoría y fama internacional llega casi a abrumar, cuando uno se percata de que los numerosos museos de Roma albergan en conjunto una parte importante de las piezas más célebres de la Historia del Arte. También resulta curioso constatar que la mayoría de ellos no se limita a ningún siglo o corriente, sino que mezcla alegremente escuelas y formatos de distintas épocas sin que la perspectiva global se vea menoscabada. Al contrario, la contraposición de obras dispares que no obstante se inscriben claramente en una misma evolución del arte occidental permite observar las influencias y diferencias a lo largo de los siglos y apreciar la particularidad de cada movimiento dentro de un contexto de amplísimo alcance. Pero las instituciones museísticas no tienen el monopolio del arte, ya que las innumerables iglesias de la capital a menudo alojan piezas no menos valiosas y reseñables, accesibles no sólo a la fe del creyente, sino también a la curiosidad del turista. La propia estructura y el aspecto de estos templos da forma a la imagen arquitectónica de la ciudad, pero el arte puro también tiene su sitio en el espacio urbano, ya que a través de las incontables fuentes, estatuas y monumentos en exteriores, las artes plásticas de todas las épocas son omnipresentes en las calles, plazas y recovecos del paisaje romano.
Interior de la Basílica de San Pedro
La historia y el arte son dos constantes que en Roma están firmemente imbricadas con otra cuya importancia no es menos destacada: la religión. Como en todo el Occidente cristiano, las iglesias jalonan en gran medida el trazado urbano, pero en pocas urbes gozan del esplendor que aquí poseen. Además de las enormes basílicas, como San Juan de Letrán, las pequeñas iglesias con su tesoro artístico correspondiente, tales como Santa María del Popolo, o los templos sui generis al estilo de Santa María in Trastévere, la gigantesca mole de San Pedro domina la ciudad entera desde la otra orilla del río, atrayendo a cientos de miles de peregrinos que acuden a ver la que ha sido sede del Papado desde hace cientos de años. Al recorrer la descomunal amplitud y riquísima decoración de la mayor basílica de la Cristiandad, uno piensa en la fascinación que tanta magnificencia ha suscitado en la imaginación de generaciones enteras de creyentes, pero también en la grotesca ostentación de poder y riqueza terrenal que provocó la justa indignación de muchos, empezando por Lutero. Las tiendas modernas de suvenires han tomado el relevo de las antiguas ventas de indulgencias, y en los alrededores del Vaticano es posible encontrar una abigarrada concentración de comercios que venden todo tipo de objetos que apelan al bolsillo de los visitantes, y sin duda serían blanco de la ira del Jesucristo bíblico si regresara para comprobar en qué se ha convertido el mayor de los monumentos teóricamente erigidos para honrar su palabra. No obstante, esta comercialización masiva de los atributos de Roma no es exclusiva de los puntos clave del turismo religioso, sino que abarca la ciudad entera. Probablemente el destino más visitado de Europa, con permiso de la no menos icónica capital de Francia, aquí la huella foránea se hace notar en la profusión de tiendas, restaurantes y reclamos turísticos, así como en los precios de los mismos, por no hablar de las aglomeraciones de grupos y turoperadores. La ventaja de haber escogido el primer mes del año para el viaje, a pesar del frío y la lluvia que ello conllevaba, es que las calles estaban bastante vacías, pero aun así encontramos una nutrida afluencia al adentrarnos en cualquier emplazamiento de renombre, por lo que temblamos imaginando cómo debe de ser la urbe en temporada estival.
Monumento a Vittorio Emanuele II o Altare della Patria
Indiscutiblemente lo que más nos atraía de Roma es todo lo relativo a su historia y riqueza artística, pero al igual que en Grecia y otros de nuestros destinos anteriores, también teníamos curiosidad por conocer cómo es y funciona la ciudad moderna y cómo viven sus habitantes. Lo cierto es que, como ocurre en París, al pasear por las zonas más céntricas uno se codea casi exclusivamente con extranjeros, y los únicos nativos con los que entabla contacto son aquellos que se dedican al sector servicios. Precisamente fue con estos últimos con quienes pudimos charlar un poco y sacar el máximo partido a nuestros pobres conocimientos de italiano que, como cualquier español puede comprobar, ganan mucho si se parla con confianza y esforzándose por imitar bien el acento. Por lo general la gente fue bastante simpática, sobre todo para una ciudad tan literalmente inundada por los turistas. Bastaba con preguntar cómo se decía tal o cual cosa para iniciar una conversación, aunque lo más parecido a una interacción natural con la población local fue cuando un miembro de la comunidad de San Egidio nos invitó a visitar Santa María in Trastévere y tomar parte en su celebración, cosa que hicimos, además de por no contrariar su amable ofrecimiento, para poder contemplar con tranquilidad los espléndidos mosaicos de inspiración bizantina que coronan el retablo principal. Por lo demás, imagino que para hacerse una idea más cercana de lo que puede ser la vida en Roma para la gente de allí habría que moverse por los barrios periféricos o en compañía de cicerones autóctonos, lo cual lamentablemente no fue nuestro caso.
Tiramisú casero
Pensándolo bien, nuestro contacto más intenso con la Roma “viva” fue a través de la gastronomía. Gracias a nuestro fiel Guide du Routard encontramos multitud de bares, restaurantes y bistrots donde poder degustar todo tipo de platos típicos italianos, bastante distintos de las variedades que se venden como tal en España. Al cabo de un par de días comprendimos hasta qué punto la comida es algo de enorme importancia en la cultura del país, donde cada tipo de pasta tiene su propio acompañamiento predilecto, una modificación de un solo ingrediente en una salsa (como el ragù) determina distintas variaciones regionales de la misma receta, y los platos tradicionales remiten directamente a regiones o ciudades concretas, como es el caso de la saltimbocca, eminentemente romana. En general, tanto primeros y segundos como vinos, postres o licores exhiben la misma riqueza y variedad que en España, y se veneran y disfrutan con un placer muy mediterráneo con el que nos sentimos totalmente identificados. No es difícil entender por qué los habitantes del Norte de Europa pasan siempre que pueden sus vacaciones en el Sur: clima, gastronomía y dolce vita son reclamos irresistibles para los acostumbrados al frío y la aspereza tanto en el entorno como en las propias relaciones humanas. Yo soy el primero en disfrutar de los contrastes y curiosidades que se descubren al visitar un país muy distinto al de uno, como me ocurrió en Finlandia, pero cuando viajo al extranjero y veo que la gente se reúne en familia, habla a gritos, hace ruido y aspavientos por la calle y no se toma nada demasiado en serio, es imposible evitar sentirse como en casa, y la sensación es infinitamente agradable.
Escuchando: Cruel – 2013 – Witches Danze to Me, Come to Die