Taranilla, Raquel – Noche y océano (2020)

Taranilla, Raquel – Noche y océano, Seix Barral, Planeta, 2020

Hace poco me he terminado otra novela reciente en español, en este caso de una autora barcelonesa más bien desconocida aún, a pesar de haber sido galardonada con uno de los pocos premios literarios con verdadero prestigio, el Biblioteca Breve, dentro de la inabarcable constelación de certámenes existentes en la actualidad. No fue, no obstante, la atribución del premio lo que llamó mi atención sobre esta su segunda publicación, sino las palabras bastante positivas que le dedicó en su momento el siempre esclarecedor Manuel Rodríguez Rivero en su columna semanal en Babelia, que tristemente ya no forma parte del contenido de la revista, lo cual ha mermado no poco el interés de la misma.

Noche y océano no es un libro “difícil” como uno podría pensar al recorrer las primeras páginas y darse cuenta de que no está ante una novela al uso, pero sí uno más bien denso que requiere cierta dosis de paciencia o al menos capacidad de aceptación de formas narrativas algo menos usuales. Esto se debe particularmente al hecho de que es una historia en la que objetivamente no pasa gran cosa, a pesar de su arranque llamativo y prometedor (la profanación de la tumba de Friedrich Wilhelm Murnau y el robo de su calavera), ya que pronto queda claro que el peso de la narración no va a recaer en la acción en sí sino en el punto de vista de la narradora y protagonista, una profesora universitaria de sociología que es quien refiere los hechos.

La novela se centra precisamente en las cavilaciones narradas en primera persona de Beatriz Silva, una docente e investigadora enamorada de su disciplina pero frustrada tanto con el mundo académico como con sus obligaciones profesionales, y sus reflexiones componen no solamente la mayor parte del contenido sino también buena parte de su interés. A través de las cosas que cuenta, la narradora va revelando su complejo mundo interior a los improbables lectores de su texto torrencial, escrito desde la soledad de una enorme casa medio abandonada en la que dio comienzo la historia que la une al objeto de sus desvelos, un intrépido y fascinante cineasta conocido como Quirós.

El estilo tiene aquí un papel fundamental, y determina la naturaleza lineal pero poco clara de la narración, con constantes digresiones, desviaciones y anotaciones que van a la par con la manera en que reflexiona la protagonista, una especie de hilo de pensamiento interminable que no para de saltar de una cosa a otra mientras continúa a trompicones con la trama principal. El hecho de que este proceder ralentice la acción en todo momento es parte del encanto, ya que nos permite conocer a un personaje bastante peculiar al que el lector acaba tomando cariño a pesar de sus muchas rarezas.

Su prosa es culta y precisa, con un puntito pedante muy propio de una académica, pero también un humor sutil, como de soslayo, que se manifiesta con frecuencia, junto a metáforas muy curiosas y un genuino amor por el conocimiento, a pesar de las perspectivas predominantemente negativas que tiene ante casi todo en la vida. Salen también a relucir sus manías, como la de fijarse en los datos biográficos de los demás, añadiendo numerosas notas al pie que suponen desvíos recurrentes y lo cargan innecesariamente, un rasgo patológico a través del cual se entrevé una neurosis que no carece de comicidad.

Pese a ser una persona a quien el trabajo intelectual ha desquiciado no poco, Bea no se vería haciendo otra cosa sencillamente porque en lo estrictamente personal su satisfacción es completa. No obstante, hay algo trágico en su excesiva y de alguna forma infértil erudición, en su fijación por el sociólogo marxista György Lukács o por el hipercapitalismo del mundo de hoy, o en su romanticismo teñido de realidad y pesimismo, pero ninguno de esos aspectos resulta tan grave como para impedirle seguir pasando de un tema a otro a la primera de cambio, o contentarse con las pequeñas alegrías cotidianas en forma de nueva información que procesar para su mente siempre inquieta.

La historia tampoco tiene un final propiamente dicho, ya que no se pone fin a la premisa expuesta inicialmente, sino que en lugar de ello se procede a una especie de fundido en negro en el que intuimos que la protagonista seguirá igual, algo infeliz pero no del todo desesperanzada. Dadas las circunstancias, un final feliz habría sido extraño e indeseable, y de hecho la conclusión de la novela se va dejando adivinar conforme uno se aproxima a las últimas páginas, de la misma forma en que se apagan las ilusiones al confrontarse con la dureza insensible de lo cotidiano. Tal vez por eso mismo la segunda parte del libro se hace un poco más lenta en comparación con la primera, que es más dinámica.

En contrapartida, se consigue que las reflexiones y obsesiones de la protagonista queden retratadas con todo su peso y profundidad, lo que ofrece una manera original y efectiva de plasmar los temas de fondo, como son el sentido del conocimiento, la soledad del individuo y su relación con el mundo. Otros temas secundarios, como el estancamiento del mundo universitario, la finalidad del arte, la masificación en cualquier ámbito humano o la emergencia de la crisis climática, se tratan con seriedad pero sin exageraciones, de manera que el lector no llega a tomarse nada a la tremenda, al igual que la propia narradora.

Por todo lo dicho, esta es una novela bastante sui géneris que con seguridad no gustará a todo el mundo (personalmente no veo el interés de glosar cosas que puedan agradar al mismo tiempo a todos los mortales), pero lo cierto es que a mí me ha hecho disfrutar mucho. El fondo se confunde con la forma, con un resultado tan eficaz como inusual que divierte e instruye a quien tenga la paciencia suficiente para seguir el hilo. Me atrevo a augurar que la próxima obra de esta escritora seguramente no tendrá nada que ver con esta, y esa perspectiva me parece algo muy positivo y estimulante para el lector.

Escuchando: Deathsiege – 2022 – Throne of Heresy