Kaufmann, Thomas – Martin Luther (2006)

Kaufmann, Thomas – Martin Luther, C.H.Beck Wissen, Múnich, 2006 (4ª edición, 2016)

No es mi intención recomendar un libro breve, y mucho menos en alemán, sobre un personaje tan importante y de vida tan densa y significativa, pero quiero hablar de esta lectura porque forma parte de mi modesto plan para conocer las religiones del mundo sin esperar a tener tiempo para leer obras más largas y exhaustivas al respecto; desde hace ya unos años soy consciente de que ese tiempo ideal no va a llegar nunca, al menos en el futuro próximo. Ese es el motivo por el cual, de un tiempo a esta parte, opto por formatos más modestos, obras o textos más breves y accesibles, aunque lógicamente también más parciales y menos profundos. Así, en los últimos tiempos he leído sobre budismo e hinduismo, y más recientemente llegó el turno de aprender algo sobre la máxima figura del protestantismo, concretamente a través de un librito que me compré cuando vivía en Sajonia, justo el año en que se celebró el V centenario de la Reforma luterana (1517-2017).

Naturalmente no voy a extenderme aquí en exceso sobre la vida ni sobre los hechos del protagonista, principalmente porque la obra que he leído no es lo bastante completa como para haberme proporcionado toda la información necesaria que me permitiría hacerlo, pero también porque no creo que este blog sea el lugar donde acometer semejante tarea, habiendo tantos otros libros y recursos más adecuados a disposición de los posibles interesados. Lo que sí quiero hacer es comentar algunos puntos y datos que me han llamado la atención sobre el personaje, sus hazañas y su época, cosa que a mí me resulta más interesante (y menos cansada) y tal vez sea también más relevante para los intempestivos lectores.

Lo más destacable de esta lectura ha sido el personaje en sí, Martín Lutero, un hombre de mundo pero profundamente religioso que, pese a estar encaminado hacia unos estudios seculares, decidió convertirse en monje después de una experiencia traumática durante la cual prometió tomar los hábitos si sobrevivía a una tormenta. Sea o no del todo cierta la anécdota, contada a posteriori por el propio protagonista, lo cierto es que revela una profunda fe cristiana, que se vería demostrada una y otra vez en los acontecimientos posteriores. También sorprende la prodigiosa capacidad de trabajo del biografiado, que le llevó a traducir numerosos textos bíblicos durante su vida así como redactar y publicar los suyos propios a un ritmo vertiginoso.

Esta inclinación al trabajo se veía complementada por una increíble perspicacia y un más que notable don de la oportunidad, que lejos de cualquier fanatismo religioso le hicieron ver que existían las condiciones sociales y políticas para poner en marcha la Reforma que planteaba para la Iglesia, a saber: una jerarquía eclesiástica altamente corrompida, el descontento a nivel político de un amplio sector de la nobleza alemana y las tendencias mesiánicas y apocalípticas de la gente humilde. A pesar de terminar oponiéndose a las aspiraciones de igualdad social del campesinado que originalmente se dejó alentar por él, esa comprensión del mundo real en el que vivía Lutero es lo que aseguró que su movimiento pudiera prosperar, además del acierto de saber rodearse siempre de colaboradores fieles y capaces, como su fiel Melanchthon.

La faceta lingüística también merece ser comentada, al menos bajo el criterio del traductor profesional que escribe estas líneas. Lutero fue un consumado exégeta de la Biblia, y su traducción no sólo fue un prodigio de destreza y erudición, sino todo un hito en el idioma alemán, que contribuyó a dinamizar y enriquecer. Hoy día parece impensable que no estuviera permitido traducir un libro sagrado para conocimiento de todos, pero no hay que olvidar que había muchos motivos para que así fuera. No obstante, la intención de Lutero no era tanto democratizar el acceso a la Biblia como llegar a la verdad pura del texto y de las enseñanzas. Esta es una idea que nos queda lejos: puesto que las Sagradas Escrituras eran palabra literal de Dios, absolutamente todo lo que se decía en ellas era verdad revelada, más real que cualquier conocimiento u opinión de los hombres. Afortunadamente cinco siglos después ya no es tanta la gente que piensa de ese modo; ahora se sabe que es una obra de inspiración divina quizá, pero muy humana en su factura.

Lutero quiso reformar la Iglesia Católica y acabó creando la suya propia, una iglesia «hereje» como su creador y muy circunscrita geográficamente (parte de Alemania y los países escandinavos), que subsiste hasta la actualidad, tal vez con más resiliencia que la Iglesia de Roma por eso de ser menos conservadora en lo social y estar más integrada en cada estado individual. La iglesia luterana fue la primera de las muchas iglesias protestantes que fueron surgiendo después, a raíz de las múltiples controversias y escisiones que hubo dentro del campo de los “rebeldes”. Quizá la suya ha sido siempre la más seria y legítima, a diferencia de todas esas confesiones evangélicas absurdas y literalistas que abundan a día de hoy, como esas iglesias recién aterrizadas desde EE. UU. que arrasan entre las poblaciones más desfavorecidas de Europa y Latinoamérica con su mezcla de devoción ciega y culto al éxito material. Puede que Lutero también fuera vehemente y combativo, pero al menos su teología era sólida y tenía una buena base.

Con sus luces y sombras, su postura valiente y dinámica pero también su conservadurismo social, antisemitismo y ferocidad contra las opiniones contrarias, la figura de nuestro protagonista resulta tan fascinante como humana, muy anclada en su época pero a la vez bastante entendible desde la nuestra. Lutero fue un gran estudioso que supo estar siempre cerca del pueblo en su doble faceta vitalicia de profesor y predicador. Contrario al misticismo y la fe individual, para él lo que contaba era la comunidad, mostrando un enfoque sorprendentemente social. Aunque al parecer los postulados dogmáticos de Lutero ya hayan sido superados por la teología posterior, no cabe duda de que su sitio en la historia de su siglo es fundamental para entender la Europa que vino después, y sigue siendo objeto de gran interés, admirado por muchos y vilipendiado por otros tantos. Por si todo lo dicho fuera poco, a mí me ha servido como excusa para sumergirme en la lengua alemana escrita más allá de los manuales de lavadoras, contratos y actas notariales en ese idioma a los que me enfrento a diario, lo que supone otro motivo más para celebrar esta lectura.

Escuchando: Тінь Сонця – 2007 – Полумяна рута

Maalouf, Amin – Les Croisades vues par les Arabes (1983)

Maalouf, Amin – Les Croisades vues par les Arabes, J’ai lu, Paris, 1985 (1983)

Hace poco que me terminé esta obra muy curiosa de un autor libanés que escribe en francés, publicada en los años ochenta, que se propone trazar la historia de las Cruzadas desde el punto de vista de los musulmanes, no tanto por un ánimo revanchista como para completar la visión a menudo parcial e incompleta que se tiene, tanto en Occidente como en Oriente, de aquel periodo histórico. Para ello, emplea multitud de fuentes escritas de la época o ligeramente posteriores, todas ellas de cronistas musulmanes, árabes en su mayoría, que son sorprendentemente abundantes y precisas, y permiten establecer un relato autónomo sin necesidad de contraponerlo de manera sistemática a las crónicas occidentales.

A pesar de ser un libro de historia rigurosamente documentado, está redactado casi como una novela, con un francés exquisito, tan ligero como poético, característico de la escuela literaria más luminosa del país vecino. Conozca o no el lector a grandes rasgos el desarrollo de la historia, se ve inevitablemente sumergido en las disputas y confabulaciones de la época, que nada tienen que envidiar a exitosas ficciones como Juego de Tronos, cuyo autor, de hecho, confesó haberse basado en las también históricas novelas del ciclo de Les Rois Maudits de Maurice Druon. Hay verdadero suspense y emoción en la forma de narrar de Maalouf, que no renuncia a recalcar el encanto de regiones y lugares tan lejanos como evocadores para los occidentales, pero sin incurrir en ningún tipo de exotismo puesto que, precisamente, una de las finalidades de esta obra es combatir el orientalismo, cuyo origen se remonta sin duda a las expediciones de los cruzados.

Los personajes están retratados con gran viveza, haciendo hincapié tanto en sus rasgos más positivos como en sus defectos, conformando un gran cuadro de personalidades muy humanas en sus éxitos y sus pesares, desde los famosos Saladino o Ricardo Corazón de León a otros no tan conocidos pero no menos interesantes como el Santo Rey Nur al-Din, Bohemundo de Tarento o Raimundo III de Trípoli. También se hacen constantes referencias al sentir popular o a la situación y el parecer de las clases menos pudientes, interesándose por la gente en su acepción más amplia, más allá de los hechos de los dirigentes y los juicios de los cronistas.

Son de gran valor las consideraciones históricas que emite el autor, bien directamente o a través de los testimonios, al señalar, por ejemplo, que la desunión de los musulmanes en la primera época de las Cruzadas fue uno de los principales factores que explicaron el éxito inicial de los cristianos, o que la temeridad de que estos hacían gala jugó no pocas veces a su favor, pero acabó condenándolos en posteriores episodios. El libro termina con una conclusión amarga, ya que aunque el Islam fue capaz de expulsar a los invasores de todo Oriente Medio, tras dos siglos de mucho sufrir y batallar, se mantuvo casi impermeable a las influencias extranjeras, mientras los cristianos extrajeron innumerables conocimientos de las culturas autóctonas que más adelante emplearon en su fulgurante expansión a lo largo del globo.

Cualquier amante de la Historia debería leer este libro, a ser posible en su francés original, tanto por la riqueza y delicada precisión del lenguaje como por la abundante información que proporciona y, cosa aún más importante, por el hecho de suponer un contrapunto a la visión aún glorificante y mayormente acrítica que se tiene en Occidente de aquel convulso periodo histórico.

Escuchando: Sammath – 2023 – Grebbeberg

Llamazares, Julio – El entierro de Genarín (1981)

Llamazares, Julio – El entierro de Genarín, Endymión, Madrid, 1981 (5ª ed. 1996)

Encontré este librito peculiar curioseando por el mercadillo de Navidad de la Plaza de Regla, frente a la catedral de León, un marco perfecto para un hallazgo de estas características. Por lo que figura en la contraportada, se trata de la primera obra de narrativa del autor, que hasta la fecha (1981) tan sólo había publicado dos poemarios, lo cual llama bastante la atención, habida cuenta de que a posteriori ha sido conocido sobre todo como novelista, narrador o articulista, pero no como poeta. En su calidad de escritor apegado al terruño es, a juicio de este lector, la persona ideal para narrar una realidad tan anclada en el contexto leonés y, al mismo tiempo, hacerla brillar con el talento aún incipiente de un autor que ha llegado a trascender mucho más allá de los límites de su región de nacimiento.

La historia de Genarín es algo tan sumamente leonés que probablemente cualquiera ajeno a la ciudad necesite una explicación previa para poder situarse un poco. Por “Genarín” se conocía a principios del siglo XX a un curioso personaje que deambulaba por las calles de la capital provincial comerciando con pellejos de conejo. Además de su profesión, era conocido por ser un gran jugador de cartas, corredor de burdeles y bajos fondos y, sobre todo, un borracho de categoría épica, devoto del orujo. Tan famoso era el pellejero por sus correrías nocturnas que cuando, en la noche de Jueves Santo de 1929, fue trágicamente atropellado por el primer camión de la basura motorizado que hubo en León, su fallecimiento causó una honda impresión en todos los que lo conocían, que no eran pocos.

A pesar de su fama en vida, la memoria de Genarín habría caído inevitablemente en el olvido si no fuera porque cuatro conciudadanos de León, no menos peculiares que él, retomaron su legado después de su muerte proclamándose como “evangelistas” y promoviendo el culto a su figura. Estos cuatro personajes, aficionados a la literatura tanto como a la juerga, desarrollaron toda una liturgia procesional que se conocería como “El entierro de Genarín”, que echó a andar al año siguiente de la pasión y muerte del pellejero, llenando de poesía y orujo las calles de una ciudad sumida en el ambiente solemne y austero de la Semana Santa. Esta inusual romería pagana empezó a adornarse con romances que se recitaban en las distintas estaciones, compuestos casi todos ellos por Francisco Pérez Herrero, el más ilustre de los cuatro evangelistas.

El éxito que tuvo aquello fue tal que de las escasas decenas de asistentes en los primeros años se pasó a varios millares a lo largo de las tres décadas posteriores, hasta que en 1957 el Gobernador Civil llamó a capítulo a los organizadores debido a quejas de la Iglesia y los sectores biempensantes de la ciudad. Ante la tajante negativa de los cabecillas a cambiar la fecha de la celebración, esta se terminó prohibiendo, y no fue hasta después del franquismo (1978) cuando se pudo retomar, con la presencia de Pérez Herrero, el único evangelista que seguía con vida, para convertirse en lo que es hoy, quizá la manifestación más multitudinaria y popular de la Semana Santa leonesa, que atrae visitantes de todo el resto del país, y el motivo por el que este libro es aún más relevante de lo que fue en el momento de su publicación.

Tras unos primeros capítulos en los que se narra la historia del accidente, se esboza una breve biografía del protagonista y se ofrece una crónica de cómo surgió el fenómeno que acabaría convirtiéndose en la procesión de los borrachos de cada Jueves Santo, el libro incluye también otro apartado en el que se hace acopio de dichos y refranes proferidos por el Santo Padre en vida, recopilados con fervorosa minuciosidad por los evangelistas, con especial hincapié en los cuatro pilares de su sabiduría (a saber: orujo, conejos, juego y mujeres) y un compendio de algunos de los romances entonados (nunca mejor dicho) con ocasión de las celebraciones a lo largo de las décadas, incluyendo hasta un breve auto sacramental. Pero seguramente lo más interesante y llamativo sean los cuatro milagros que se le atribuyen, que terminan de convertirlo en un auténtico santo profano.

El entierro de Genarín está escrito como una hagiografía irreverente, manteniendo superficialmente el tono de la literatura sacra pero atiborrado de ironía y humor, en una mezcla muy curiosa y lograda. Destacan las anécdotas sobre el protagonista recogidas por sus evangelistas, que lo conocieron en vida y quedaron tan impresionados como para montar toda una religión en torno a él. También resulta muy interesante toda la información que se da sobre el León de la primera mitad del siglo XX, una realidad que queda ya lejos pero cuya huella puede hallarse aún en el trazado y la identidad contemporánea de la capital. También se habla mucho de burdeles y locales de mala muerte, y en este punto se percibe que el relato ha envejecido un poco, ya que los chistes sobre chulos y prostitutas no hacen tanta gracia como debieron de hacer antaño, pero esa es una distancia cultural que no cabe sino asumir.

Como leonés de reciente adopción, me ha parecido de sumo interés conocer al detalle los orígenes y peculiaridades de esta inusual tradición, pero considero que también se trata de una curiosidad a nivel nacional, ya que es una de las pocas romerías profanas que existen, vinculada firmemente a la Semana Santa pero en claro desafío a la beatería y el fanatismo que caracterizan a dicha festividad por estos lares. Como ya hemos señalado, el libro tal vez ha envejecido un poco mal en algunos aspectos, pero no deja de ser una excelente manera de conocer esta costumbre, con su génesis y su historia, narradas por un autor entonces debutante que con el tiempo se ha convertido en escritor consagrado pero ya daba muestras de su capacidad al conseguir trazar una mixtura magistral de lo sagrado y lo profano para rastrear los orígenes de tan curiosa celebración.

Escuchando: Cromlech – 2023 – Ascent of Kings

La fiesta más antigua del mundo

Siendo madrileño de nacimiento, el Carnaval no ha sido nunca una festividad demasiado relevante para mí. Naturalmente en Madrid también se celebra, pero nunca de forma demasiado espectacular, que yo recuerde, y sobre todo sin la pompa y el brillo que caracterizan a otras localidades de la geografía hispánica. Recuerdo bien las cabalgatas del Día de Reyes de mi infancia y, más recientemente, las macrofiestas con motivo del Día del Orgullo Gay, probablemente la mejor festividad de la capital de España –mal que le pese a la derecha que la ha gobernado casi siempre–, pero me atrevería a afirmar que el Carnaval nunca ha sido algo típicamente madrileño.

En León capital, mi ciudad de adopción desde hace casi dos años, el Carnaval tampoco es una celebración excesivamente importante, al menos en comparación con la fama de que gozan, a nivel provincial, los Carnavales de La Bañeza o, un poco más lejos, los de Verín y alrededores. Por ese motivo, el desfile del sábado (18 de febrero, para más señas) por las calles del centro me sorprendió gratamente. Uno se esperaba un evento algo más modesto, pero el entusiasmo de asociaciones y AMPAs de colegios convirtió aquello en un espectáculo muy llamativo y colorido, una razón más que justificada para desafiar al crudo frío invernal que caracteriza a la capital leonesa por estas fechas del calendario.

Pero lo mejor estaba por llegar, quizá precisamente por la falta de expectativas o, por decirlo con más exactitud, de conocimiento por parte de un servidor. Tres días más tarde, por casualidades de la vida, quien suscribe volvía a personarse por las mismas avenidas céntricas para asistir a otro desfile, esta vez tradicional, del que poca idea tenía más allá de las someras explicaciones de los que lo animaron a ir a verlo. Quienes iban a pasearse esta vez por las calles más señaladas para deleite de los capitalinos eran agrupaciones de distintos pueblos de la provincia, cada uno con su folclore y terminología, bajo el nombre colectivo de “antruejos”, de misteriosas resonancias para el foráneo.

Visto desde la costumbre o la apatía, el acontecimiento podía ser un desfile más de trajes tradicionales sin especial interés para quien ya lo conozca. A mi lado, un adolescente se quejaba de que aquello era aburrido y los disfraces eran feos. No pude evitar sonreír ante aquella afirmación; era evidente que bonitos no eran, pero precisamente en ello radicaba todo su encanto. Lo que las distintas agrupaciones que iban pasando tenían en común, más allá de los distintos trajes y personajes, a cual más pintoresco, era el hecho de exhibir y representar monstruos y animales fantasiosos, claros reflejos y reminiscencias de un tiempo pagano antiquísimo en el que aún se veneraba la naturaleza y los ritos vinculados al calendario agrícola tenían la fuerza creadora atribuida a los antiguos dioses.

Asomado desde la acera de una ciudad moderna, uno se estremecía al constatar que lo que estaba viendo no era nada menos que la recreación contemporánea de una manifestación tan primitiva y lejana como los albores de la propia humanidad, que a través de aquellas máscaras monstruosas, burlonas figuras zoomorfas e interacciones traviesas y festivas con el público estaba conectando con un sentir primigenio, más antiguo que las religiones organizadas, la civilización y el dominio del entorno natural por parte del ser humano. Algo que todavía está latente en lo más profundo de la mente colectiva y nos enlaza con quienes nos precedieron hace miles de años.

Una revelación así causa cierto vértigo, pero también amplía la perspectiva, y sobre todo produce una sensación de fascinación al comprobar cómo, a pesar de la enorme distancia temporal, existe un hilo invisible que une a los seres humanos de distintas épocas en un mismo sentir que nos devuelve al origen de todo, a lo mucho y poco a la vez que hemos cambiado a lo largo de tantos siglos. Donde unos veían diversión, artesanía, música o tradición, uno veía todo eso al mismo tiempo y también el reflejo de la condición humana, soberbia e imparable en ocasiones, otras veces sujeta a sus miedos y esperanzas ancestrales, pero siempre observando la existencia con una mirada infantil, curiosa y despreocupada a un tiempo.

Escuchando: Orthodoxy – 2022 – Ater Ignis

Bouet, Pierre – Guillaume le Conquérant et les Normands au XIème siècle (2003)

Bouet, Pierre – Guillaume le Conquérant et les Normands au XIème siècle (CRDP Basse Normandie, 2003)

Uno siente que casi debería pedir disculpas por ponerse a escribir sobre un jefe guerrero que, como la mayoría, cimentó gran parte de su fama en el mero hecho de masacrar a sus semejantes. La sensibilidad actual ya no es tan proclive a las alabanzas a los grandes líderes militares del pasado, y es bueno que así sea, porque eso significa que se valoran otras cosas más allá de la sed de gloria que a menudo ha marcado, generalmente para mal, la historia de los pueblos. Pero tampoco me convence la argumentación del cínico según el cual la guerra es algo natural porque las cosas siempre han sido así, una lógica tan sencilla como engañosa que puede servir para justificar sin pestañear las peores absurdeces o atrocidades. Por mucho que algunos se empeñen en negarlo, la historia de la humanidad muestra que muchas cosas grandes y sobre todo duraderas se consiguen mejor mediante la cooperación que a través del conflicto.

Entonces, ¿qué sentido tiene leerse un libro sobre Guillermo el Conquistador y su época y después escribir sobre él? Más allá del juicio moral, que va perdiendo su relevancia o al menos su carácter inamovible conforme uno se aleja temporalmente de los hechos a considerar, existen muchas más dimensiones que pueden ser tenidas en cuenta. La primera, en mi caso, es que sencillamente me gustan las buenas historias, las que incluyen aventuras y hazañas únicas que no se han producido en ninguna otra época. La segunda es lo fascinante del personaje en cuestión, alguien verdaderamente excepcional que logró marcar profundamente el mundo en el que vivió. También su trayectoria es digna de admiración: de bastardo de la nobleza y heredero en apuros pasó a jefe militar, duque y finalmente rey, en gran parte en virtud de sus propios méritos. Fue un hombre que llegó claramente mucho más lejos de lo que su nacimiento habría permitido sospechar, de un modo similar a Hernán Cortés, de quien hablamos hace un tiempo en estas mismas páginas.

En tercer lugar, me interesa la repercusión de sus actos en la historia mundial. Guillermo llegó a estar al mando de un ducado (el de Normandía) y desde allí se hizo con el trono de todo un reino (Inglaterra), con una astuta mezcla de audacia y cálculo político-militar. Este hecho supuso un cambio de gran relevancia en el contexto de la Edad Media, que tuvo gran influencia en los siglos posteriores y hasta nuestros días, desde las características de la arquitectura medieval inglesa y el origen de la Guerra de los Cien Años hasta la importancia del léxico de origen francés en la lengua que más tarde usaron Charles Dickens o Henry James. Hay que puntualizar, eso sí, que en la hazaña de Guillermo el azar tuvo un papel nada desdeñable. Si escasos veinte días antes de su victoria en Hastings el ejército sajón del rey Harold no hubiera resultado seriamente debilitado en la batalla de Stamford Bridge contra los noruegos, tal vez el resultado de la invasión normanda del año 1066 habría sido distinto. No obstante, en la historia de Guillermo, como la de cualquier conquistador, lo importante no es tanto la propia victoria, sino la capacidad para mantener lo conquistado, administrarlo y gobernarlo.

Es en esta última consideración donde se engrandece la figura de Guillermo, que además de guerrero capaz y estratega de talento demostró en los años siguientes sus dotes de político hábil, buen organizador e impulsor de grandes obras en distintos campos que incluyeron la agricultura, la economía y la construcción, y también la cultura. Realmente ese es el legado relevante que puede dejar un gobernante, el que hace que sus logros se afiancen y perduren en lugar de disiparse al poco de su muerte. El largo reinado de Guillermo, con el notable desarrollo económico y cultural que propició, podría incluso leerse positivamente en clave moderna por la mejora de la vida de sus súbditos gracias a la paz y la estabilidad conseguidas, lo mismo que el de todos aquellos soberanos, conquistadores o no, que son principalmente recordados por la posteridad como constructores, legisladores o reformadores, desde Sargón de Acad hasta Carlos III de España. Todas las demás hazañas bélicas son efímeras y estériles, como las conquistas de los mongoles u otros pueblos bárbaros, que siembran la destrucción sin crear nada después, y despiertan bastante menos admiración e interés a día de hoy.

Escuchando: Desecresy – 2022 – Unveil in the Abyss

Kapuściński, Ryszard – Ébène (2000)

Kapuściński, Ryszard – Ébène, Plon, Paris, 2000 (original de 1998)

Tenía muchas ganas de leer algo de Kapuściński, a ser posible en un idioma que manejo bien, para poder ir un poco más allá en la comprensión de lo que me quedé con el muy interesante pero bastante impenetrable compendio de entrevistas (Nie ogarniam świata) que compré en lengua original en un quiosco de la estación de tren de Cracovia hace ya casi quince años, poco después de la muerte del autor. No se me ha ocurrido mejor punto de partida que este título, tal vez su obra más famosa, que además de ser lo suficientemente representativa aborda la historia y la idiosincrasia de un continente entero que me es prácticamente desconocido. Encontré el libro en versión francesa en Bécherel, un hermoso pueblecito bretón famoso por sus librerías de viejo, en el marco de una gran feria del libro, creo que en 2015. A veces las historias de cómo llega uno a un libro físico determinado son casi tan interesantes como las que lo llevan hasta un autor concreto.

Se podría definir a Kapuściński como aquel periodista que viajaba a donde otros no se atrevían a ir. Empleado de la agencia polaca de noticias bajo el comunismo, hizo de la escasez virtud, y al tratar siempre de minimizar los gastos acabó asimilándose a las clases populares de los lugares a los que viajaba, accediendo a entornos, conocimientos y amistades que habrían estado vedadas a cualquier otro corresponsal europeo, más o menos lo mismo que hacen los periodistas freelance más intrépidos de hoy. Este libro bastante extenso trata de sus viajes por el continente africano, por lo general del Sáhara para abajo, de ahí el título, que remite al África Negra. Kapuściński fue testigo de un amplio arco temporal que abarca desde la era de la esperanza con las independencias de los años 50 y 60 hasta las décadas oscuras de hambre y guerra que fueron los 80 y 90. Los numerosos capítulos breves están dedicados a distintos episodios de épocas y países muy diversos.

Si creemos en la honestidad de Kapuściński, podemos ver en él a una especie de Heródoto que cuenta lo que ve con sus propios ojos, y refiere siempre aquello que solamente ha oído contar a otros con un sano escepticismo no desprovisto de curiosidad. Hablo de honestidad porque al parecer la obra de Kapuściński ha recibido ciertas críticas recientes que señalan su exceso de exotismo y una forma de adornar la realidad impropia de los estándares del periodismo. Sin ser experto en el tema, mi impresión es que no hay rastro de esos presuntos defectos, al menos en el libro que nos ocupa. Lo que sí hay es una vibrante y también contagiosa fascinación por el continente abordado, que compensa en gran medida la imagen por lo general bastante cruda de la vida de la mayoría de sus habitantes, y sobre todo una voluntad de plasmar la vitalidad y creatividad de aquellas gentes a pesar de sus difíciles condiciones de vida.

El estilo del libro es fluido y sencillo, aunque nunca exento de un afán por explicar e instruir al lector, un propósito en el que se ve magníficamente respaldado por la traducción siempre precisa y a la vez inspiradora de Véronique Patte, traductora al francés de muchas de las obras del autor. Ébano está escrito para el público que leería cosas parecidas en un diario o una revista, de hecho se compone de lo que en origen fueron crónicas periodísticas, temáticas y relativamente breves, que hacen que la lectura sea ligera y variada. Con pocas palabras, Kapuściński logra transmitir su honda emoción e impresión ante todo lo que ve y aprende, haciendo gala de una verdadera pasión por su oficio. Ante todo, muestra siempre un respeto máximo por las personas con las que se encuentra, aunque sean pobres e iletradas, y empatiza con ellas tratando de buscar sus rasgos más humanos, con una mirada que es aventurera y humanista a un tiempo.

Leyendo este libro se aprende mucho sobre un montón de países y regiones a los que uno probablemente nunca va a viajar (y casi mejor que así sea). Ébano es un deleite para quien guste de leer historia, y más particularmente para quien quiera conocer el origen de conflictos de los que todos hemos oído hablar sin saber muy bien en qué consisten o por qué surgieron, como las hambrunas de Etiopía o el genocidio ruandés. En la pluma de Kapuściński, África es un continente muy diverso, joven y dinámico, que ha experimentado una tremenda evolución a lo largo del siglo XX que desde Occidente no siempre hemos sabido ver, y aún a día de hoy sigue mutando a una velocidad vertiginosa. La visión que queda ante el lector se puede resumir con el título de uno de los capítulos del libro de entrevistas mencionado más arriba, que reza lo siguiente: “Afryka, czyli Trzeci Świat nie jest czarno-biały”, o sea, “África, o El Tercer Mundo no está en blanco y negro”. A pesar de que hayan pasado más de veinte años desde su publicación, el libro mantiene su vigencia, frescura y, cómo no, color.

Escuchando: Pensées Nocturnes – 2022 – Douce Fange

Nerval, Gérard de – Voyage en Orient, Volume 1 (1851)

Nerval, Gérard de – Voyage en Orient, Volume 1 (1851) [Project Gutenberg, 2014]

He aquí otro libro antiguo que me he leído gracias al Proyecto Gutenberg, ese catálogo de obras libres de derechos que no solamente permite obtener libros gratis, sino que incluye muchos títulos que son difíciles de encontrar en el idioma de uno o en la mayoría de librerías. Este en concreto lo empecé a leer en Francia hace mucho tiempo, y después lo he buscado sin éxito por las librerías del país vecino y del mío, hasta dar con él por Internet. Me parece que tiene su punto romántico el encontrar libros viejos de esa manera, casi como recuperándolos del olvido. Aunque esta práctica no ayude mucho a las editoriales actuales que lo merecen, en realidad tampoco está reñida con la compra de títulos más o menos nuevos por las vías habituales, ya que ambas cosas pueden coexistir perfectamente.

Voyage en Orient, Volume 1 es la primera parte de las memorias de viaje de su autor, el poeta Gérard de Nerval, por las tierras del Mediterráneo oriental a mediados del siglo XIX. Este primer volumen narra las aventuras del viajero por Egipto y Líbano, que más tarde se completarán con una visita a Constantinopla, recogida en un segundo tomo. Publicadas originalmente en 1851 y posteriormente en versión íntegra en 1884, las experiencias referidas se remontan a la década de 1840, es decir, diez años antes de la fecha de redacción. Pese a la sorprendente cantidad de detalles y la viveza de las descripciones, cabe puntualizar que no todo lo que se cuenta ocurrió como tal: Nerval se tomó muchas licencias, sencillamente porque concebía su historia como un auténtico relato en prosa más que como un mero diario de viaje.

El periplo del poeta se inspiró en los grandes viajes relatados por otros escritores de la época romántica, como sus compatriotas Chateaubriand o Lamartine, en unos años en que estaba de moda viajar a Oriente en busca de los orígenes de la civilización, la fe y la vida. Sin embargo, su itinerario no fue exactamente igual al de ellos: por ejemplo, evitó pasar por Tierra Santa, parada para muchos ineludible que a él le resultaba de menor interés. Pero la diferencia más importante en su manera de concebir el viaje es que, antes que ir en busca de un ideal o una imagen fijada de antemano, la intención de Nerval era explorar las sociedades de los parajes que visitaba, sumergirse en ellas y describirlas tal y como eran. En sus propias palabras, no le interesaban tanto las piedras antiguas como las gentes que iba encontrando.

Aunque por su procedencia y formación no pudiera evitar dejarse llevar por muchos de los prejuicios y lugares comunes propios de la visión del mundo occidental, el autor trata siempre en última instancia de aproximarse al Otro e intentar entenderlo, lo que dota a su narración de un carácter racional y moderno que no está reñido con la manifiesta pasión que muestra el viajero en todo momento. Sus personajes secundarios resultan por ello mucho más vivos y auténticos, y tienen voz propia. Pese a comulgar en no pocos aspectos con la visión orientalista imperante en su época, Nerval sabe tomar sus distancias a través de un punto de vista tan perspicaz como personal, lo que hace que uno se identifique fácilmente con él a pesar de la considerable distancia temporal.

El narrador demuestra poseer una gran cultura, con amplios conocimientos puestos a disposición del lector para instruirlo además de entretenerlo, y entre sus virtudes destaca una enorme curiosidad que le hace interesarse por todo lo que va encontrando, tanto si lo conocía de antemano como si no. Por si esto fuera poco, hace gala de un sentido del humor y una ironía a prueba de bombas, que buscan la comicidad hasta en las situaciones más aciagas, lo que redunda en una lectura mucho más amena y fascinante. El resultado es un libro que es a partes iguales aventura, exotismo y divulgación, con el encanto añadido de describir un mundo que a muchos efectos hace ya tiempo que dejó de existir.

En términos de contenido, la obra es muy diversa, ya que intercala pasajes de diario personal con relatos referidos de otras personas y hasta algunos extractos epistolares. En ocasiones, la impresión es de excesiva heterogeneidad, pero en el fondo eso hace que resulte más rica y original. Como poeta que era, Nerval sabe también imprimir una visión entusiasta, simbólica y exaltada de todo lo que cuenta, que contribuye no poco a sumergir al lector en su universo. Estamos pues ante una verdadera maravilla literaria, un libro con una prosa magnífica que aporta gran cantidad de información cultural e histórica (obsoleta o no, pero eso no es realmente un problema) y da cuenta de una fabulosa aventura a través de un mundo que parece lejanísimo y cercano a la vez.

Escuchando: Cambion – 2021 – Conflagrate the Celestial Refugium

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (2013)

Herbert, Zbigniew – El laberinto junto al mar (Acantilado, 2013)

No habría llegado a este libro si no fuera porque un buen amigo me lo regaló, al ver que en él se juntaban dos cosas que son de mi agrado: la literatura polaca y la historia antigua. Al principio se me hizo raro que un escritor polaco escribiera sobre la Grecia antigua, pero pronto pude comprobar que el punto de partida eran unas impresiones de viajes, a las que se suma una notable erudición histórica y una marcada tendencia poética (no en vano, el autor era poeta) que conforman un conjunto muy completo y personal. Pese a no ser demasiado conocido en España, al menos hasta fechas recientes, Zbigniew Herbert (1924-1998) tiene ya por lo menos cuatro de sus libros publicados en castellano, todos ellos en la editorial Acantilado, que como de costumbre es sinónimo de alta calidad. La traducción corre a cargo de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski, que ya han demostrado la excelencia de su arte en otras publicaciones de la misma casa, como Mi siglo de Alexander Wat.

En las páginas del libro, Herbert se revela como un gran apasionado del mundo clásico, del cual alcanzó un grado de conocimiento tan amplio como minucioso, a juzgar por la variedad y la profundidad de los temas abordados. El volumen recopila una serie de siete ensayos escritos en distintos momentos de su vida y publicados fragmentariamente en diversas revistas, que el poeta concibió como obra unitaria pero no llegó a verla editada en su idioma original hasta prácticamente el final de su vida. De hecho, esta edición en español lleva el título del primero de los textos (“El laberinto junto al mar”), lo que a primera vista resulta un tanto limitador e inexacto, pero esto se debe a que el otro nombre, más adecuado y englobador, barajado por el autor (En la patria de los mitos) ya fue empleado para una edición alemana de 1973 cuya contenido era ligeramente diferente, de ahí que para la publicación póstuma en polaco y para esta versión en castellano se haya optado por otro.

El alcance de la obra es bastante amplio, ya que no se limita a la Grecia antigua como podría parecer, sino que también abarca Roma y hasta la civilización etrusca. Algunos de los ensayos, incluyendo los más extensos (“La Acrópolis” o “El laberinto junto al mar”), son tratados de historia pura, aderezados con una narración ligera y vibrante que permite al lector respirar bajo el peso bruto de los datos; otros mezclan la historia con recuerdos propios (“Clase de latín”) o con una reivindicación en clave poética del legado de una civilización (“Sobre los etruscos”), que a este lector le trae a la mente otra reivindicación de tono distinto pero no menos acertada (“Los romanos, ¡una mierda al lado de los etruscos!”); también hay evocaciones de paisajes (“Un intento de describir el paisaje griego”), reflexiones vitales (“La Almita”) y hasta un texto en clave política (“La cuestión de Samos”) que fue parcialmente censurado en su momento por señalar la deriva autoritaria de Atenas hacia sus aliados, que algunos entendieron como crítica indirecta al funcionamiento interno del Pacto de Varsovia.

Es posible que algunos de los datos estén ya anticuados, cosa que quien suscribe, mero aficionado, no sería capaz de detectar, pero la síntesis ofrecida en cada caso sigue siendo muy precisa y lograda, y las reflexiones originales mantienen su vigencia a pesar de la distancia temporal. Acostumbrado a leer libros de historia, uno agradece a veces leer obras de estas características escritas por autores que no son historiadores profesionales, pero suplen la eventual carencia de conocimientos con una escritura mucho más bella, amena y provechosa, aportando un mayor grado de ritmo narrativo y coherencia de estilo, por no mencionar la poesía que rezuman muchas de las páginas. En definitiva, El laberinto junto al mar es una lectura muy recomendable para los amantes de las civilizaciones antiguas, los viajes y la prosa poética.

Escuchando: Sentenced – 1993 – North from Here

Zweig, Stefan – Momentos estelares de la humanidad (2002)

Zweig, Stefan – Momentos estelares de la humanidad, Acantilado, Barcelona, 2002

Este libro relativamente popular, con reiteradas ediciones en España desde su primera publicación por Acantilado en 2002, es una muestra significativa de que la buena literatura también puede funcionar comercialmente. Tal vez la obra más famosa de Stefan Zweig, está constituida por una colección de lo que se denomina “miniaturas históricas”: una serie de capítulos breves, catorce en total, dedicados a diversos puntos decisivos que marcaron la Historia de la Humanidad. Esto se entiende en sentido muy amplio, ya que cada miniatura, de unas quince páginas de media, se centra en instantes de genialidad humana pertenecientes a ámbitos totalmente dispares. Lo que todos tienen en común es que cada una de las pequeñas historias resulta fascinante a su manera, y el autor es capaz de exponerlas de tal manera que seducen desde el primer momento, aunque el tema pueda no parecer a priori excesivamente atractivo para el lector.

Los distintos sucesos históricos, variados y por lo general distantes entre sí, están ordenados cronológicamente, desde la muerte de Cicerón hasta la paz fallida negociada tras la Primera Guerra Mundial. Todos ellos exhiben una perfecta mezcla de exactitud histórica y maestría narrativa, que mantiene en vilo al lector a pesar de que sepa o al menos sospeche en muchos casos cómo va a terminar la cosa. Zweig demuestra con sus miniaturas que en la literatura a veces no es necesario inventar nada, basta con saber narrar bien un hecho histórico, exprimiendo y glosando todas las facetas del mismo que puedan interesar a las generaciones posteriores. A pesar de su alto nivel literario y estilístico, el libro no deja de ser bastante asequible en su contenido y lenguaje, a lo que contribuye no poco una versión en español tan precisa como fluida, gran trabajo de la traductora Berta Vías Mahou.

De mi lectura podría destacar los capítulos dedicados a la caída de Bizancio y la expedición de Scott al Polo Sur como los que más me han agradado, pero lo cierto es que no hay ninguno que me haya aburrido o siquiera dejado indiferente, incluyendo los que no parecían demasiado tentadores desde la primera página, como los que hablan de la génesis de El Mesías de Händel o el establecimiento de la primera línea de telégrafo a través del Atlántico. Momentos estelares de la humanidad es un libro de historia accesible para quienes normalmente no sean aficionados a leer libros de historia, que con frecuencia pueden resultar bastante áridos e inhóspitos cuando están escritos por autores que tienen más de académicos que de literatos. Desde que terminé este, estoy deseando volver a leer otro libro de Zweig, de quien guardaba muy buen recuerdo por su Novela de ajedrez, leída hace ya unos cuantos años.

Escuchando: V8 – 1984 – Un paso más en la batalla

Hernández de la Fuente, David – Breve historia de Bizancio (2014)

Hernández de la Fuente, David – Breve historia de Bizancio, Alianza Editorial, Madrid, 2014 (reedición de 2018)

Vivir en una cultura eurocentrista o, mejor dicho, enfocada desde un punto de vista occidental, no solamente implica un velado desprecio por todas las culturas de los países poscoloniales, sino también una serie de prejuicios anclados en un pasado remoto que son más difíciles de identificar. Cuando pensamos por ejemplo en el Imperio Bizantino, que teóricamente debería ser considerado parte de Europa, nos viene a la mente una idea de decadencia, corrupción y sofismo que persiste a día de hoy en nuestras conciencias. No en vano, el diccionario de la RAE recoge todavía la acepción de «bizantino/a» como «dicho de una discusión: artificiosa o demasiado sutil». Esta asociación no solamente es parcial y claramente despectiva sino que, a poco que se rasque el barniz de brocha gorda de los tópicos históricos, resulta absolutamente falsa. Para combatir este prejuicio, y al mismo tiempo adentrarme en una andadura histórica tan desconocida como fascinante, me sumergí en la lectura de este libro conciso y riguroso, que ofrece una perspectiva amplia de toda la historia bizantina, resaltando los aspectos culturales, sociales y religiosos además de lo estrictamente político y militar.

De Bizancio suele recordarse la primera etapa de esplendor, la que va desde la refundación de la ciudad de Bizancio por parte del emperador Constantino en 330 hasta el auge del Imperio Romano de Oriente bajo el reinado de Justiniano (527-565). A medida que la ciudad de Roma y la mitad occidental del Imperio iban sumiéndose en un paulatino declive y una irremediable disgregación, la parte oriental asumía el relevo, manteniendo la cultura griega y la organización romana que habían vertebrado el Imperio y añadiendo un nuevo eje que se convertiría en su tercera seña de identidad: el cristianismo como religión oficial. Más allá de Justiniano, que por su política de conquistas, urbanismo y administración puede considerarse el último emperador romano al estilo clásico, la historia de Bizancio continuó durante siglos, experimentando marcados altibajos que alternan períodos de crisis con otros de esplendor. A pesar de que los bizantinos siempre se denominaran a sí mismos “romanos”, el imperio dirigido desde la ciudad de Constantinopla fue configurándose progresivamente como ente político de lengua e identidad griegas, y durante siglos constituyó el centro de la cultura grecolatina superviviente, mientras la Europa Occidental se sumía en la tumultuosa y difícil etapa conocida como los “Siglos oscuros”, o Alta Edad Media.

El Imperio Romano de Oriente, pues ese fue siempre su nombre, logró resistir al empuje del Islam que barrió del mapa a sus enemigos seculares, los sasánidas, gracias a emperadores enérgicos y competentes, como Heraclio o Constantino IV, así como a las cíclicas invasiones de pueblos bárbaros que, como ocurrió en el Oeste de Europa, asomaban con regularidad por las fronteras septentrionales. La gestión de continuas invasiones fue una constante en la historia de Bizancio, a la que el Imperio respondió con éxito variable, en función de las respectivas circunstancias. No obstante, frente la concepción tradicional, que lo considera una entidad en reducción progresiva e inexorable, cabe plantear una visión diametralmente opuesta del Imperio Bizantino como una larga historia de resistencia y recuperaciones reiteradas por parte de un estado cuya longevidad extraordinaria, como en el caso del Imperio Español, no puede atribuirse únicamente al azar. Al igual que España con el siglo XVIII, Bizancio también tuvo etapas posteriores de pujanza política, económica y cultural que no deben desdeñarse como meros reflejos de un pasado mucho más glorioso.

Tras sobrevivir a los duros tiempos de la controversia iconoclasta, que sacudió los cimientos del Imperio a lo largo del siglo VIII, Bizancio volvió a resurgir de la mano de la llamada dinastía macedónica (867-1056), con grandes estadistas y administradores de la talla de Basilio I el Grande, Constantino VII Porfirogénito y Basilio II Bulgaróctono. Durante esos años tuvo lugar una verdadera expansión en el ámbito político, territorial e incluso cultural, produciéndose lo que se conoce como primer renacimiento bizantino, una época de esplendor literario y puesta en valor del legado clásico. Algo menos pujante pero también relevante fue la dinastía de los Comneno, de 1081 a 1185, que tomó las riendas del Imperio en unos tiempos en los que a los tradicionales enemigos del sur, el este y el norte se sumaba la nueva expansión militarista de los reinos cristianos de Occidente. Esta etapa, marcada por enconados conflictos con la Iglesia de Roma, que ya habían tenido su punto álgido en el Cisma de Oriente (1054), es también la de las primeras Cruzadas. Bizancio tuvo la fortuna de tener al mando a un líder astuto y capaz, Alejo Comneno (1081-1118), que supo lidiar con las ambiciones de los cruzados y asegurar la supervivencia del Imperio. Pese a los vaivenes políticos y militares, esta es la era del segundo renacimiento bizantino, con gran florecimiento de las artes y las letras.

Aunque la historia de Bizancio se prolongue todavía durante más de dos siglos, lo cierto es que la viabilidad del Imperio resultó herida de muerte como resultado de la conquista latina de Constantinopla en 1204, en el marco de la IV Cruzada. A consecuencia de este hecho nefasto, el territorio bizantino sufrió una traumática fragmentación, dividiéndose en varios núcleos de poder centrados en Trebisonda, el Epiro y Nicea. Esta última entidad retomó la capital tras varias décadas de dominio latino, instaurando una nueva y longeva dinastía, la de los Paleólogo, pero el Imperio quedó ya tan debilitado que la decadencia posterior fue inevitable y definitiva. La ironía de la Historia quiso que la ruina de la ciudad fuera obra de una antigua posesión bizantina, posterior aliada durante varios siglos y finalmente potencia rival determinada a acabar con su existencia: la República de Venecia. También los encargados de poner fin a su larga singladura histórica fueron unos recién incorporados a la larga lista de enemigos históricos: la dinastía otomana, que no apareció hasta finales del siglo XIII. Pero paradójicamente la honda impronta que dejó Bizancio en la cultura europea se materializó precisamente en gran medida a través de Venecia, y a efectos de entidad política y organizativa, el Imperio Otomano fue en muchos aspectos prácticamente una continuación del Bizantino.

Al caer Constantinopla, el martes 29 de mayo de 1453, los dominios bizantinos eran ya casi anecdóticos, pero no por ello los ecos de aquel desastre fueron menos atronadores. No en vano se ponía fin a más de un milenio de existencia ininterrumpida, durante el cual, atravesando vicisitudes de distinto signo, la capital había mantenido su prestigio como Nueva Roma y su estatus de faro de la Cristiandad Oriental. Pese a los tópicos y calumnias posteriores, la historia bizantina es un relato de resistencia, pujanza cultural y vínculo con el mundo clásico, elemento este último con el que la cultura occidental tiene una inmensa deuda. No hay que olvidar que del mundo bizantino salió el éxodo cultural de sabios y obras que dio pie al Renacimiento italiano y a nuevas formas de arte, filosofía y hasta literatura (entre otras, la novela moderna). Por todo ello es necesario redescubrir la historia de Bizancio, muy desconocida en Occidente, a través de libros como este, que arrojan luz sobre un período histórico que no sólo es apasionante, sino que también explica parte del origen de la identidad europea y occidental tal y como la conocemos hoy.

Escuchando: Burzum – 2020 – Thulêan Mysteries