
Bouet, Pierre – Guillaume le Conquérant et les Normands au XIème siècle (CRDP Basse Normandie, 2003)
Uno siente que casi debería pedir disculpas por ponerse a escribir sobre un jefe guerrero que, como la mayoría, cimentó gran parte de su fama en el mero hecho de masacrar a sus semejantes. La sensibilidad actual ya no es tan proclive a las alabanzas a los grandes líderes militares del pasado, y es bueno que así sea, porque eso significa que se valoran otras cosas más allá de la sed de gloria que a menudo ha marcado, generalmente para mal, la historia de los pueblos. Pero tampoco me convence la argumentación del cínico según el cual la guerra es algo natural porque las cosas siempre han sido así, una lógica tan sencilla como engañosa que puede servir para justificar sin pestañear las peores absurdeces o atrocidades. Por mucho que algunos se empeñen en negarlo, la historia de la humanidad muestra que muchas cosas grandes y sobre todo duraderas se consiguen mejor mediante la cooperación que a través del conflicto.
Entonces, ¿qué sentido tiene leerse un libro sobre Guillermo el Conquistador y su época y después escribir sobre él? Más allá del juicio moral, que va perdiendo su relevancia o al menos su carácter inamovible conforme uno se aleja temporalmente de los hechos a considerar, existen muchas más dimensiones que pueden ser tenidas en cuenta. La primera, en mi caso, es que sencillamente me gustan las buenas historias, las que incluyen aventuras y hazañas únicas que no se han producido en ninguna otra época. La segunda es lo fascinante del personaje en cuestión, alguien verdaderamente excepcional que logró marcar profundamente el mundo en el que vivió. También su trayectoria es digna de admiración: de bastardo de la nobleza y heredero en apuros pasó a jefe militar, duque y finalmente rey, en gran parte en virtud de sus propios méritos. Fue un hombre que llegó claramente mucho más lejos de lo que su nacimiento habría permitido sospechar, de un modo similar a Hernán Cortés, de quien hablamos hace un tiempo en estas mismas páginas.
En tercer lugar, me interesa la repercusión de sus actos en la historia mundial. Guillermo llegó a estar al mando de un ducado (el de Normandía) y desde allí se hizo con el trono de todo un reino (Inglaterra), con una astuta mezcla de audacia y cálculo político-militar. Este hecho supuso un cambio de gran relevancia en el contexto de la Edad Media, que tuvo gran influencia en los siglos posteriores y hasta nuestros días, desde las características de la arquitectura medieval inglesa y el origen de la Guerra de los Cien Años hasta la importancia del léxico de origen francés en la lengua que más tarde usaron Charles Dickens o Henry James. Hay que puntualizar, eso sí, que en la hazaña de Guillermo el azar tuvo un papel nada desdeñable. Si escasos veinte días antes de su victoria en Hastings el ejército sajón del rey Harold no hubiera resultado seriamente debilitado en la batalla de Stamford Bridge contra los noruegos, tal vez el resultado de la invasión normanda del año 1066 habría sido distinto. No obstante, en la historia de Guillermo, como la de cualquier conquistador, lo importante no es tanto la propia victoria, sino la capacidad para mantener lo conquistado, administrarlo y gobernarlo.
Es en esta última consideración donde se engrandece la figura de Guillermo, que además de guerrero capaz y estratega de talento demostró en los años siguientes sus dotes de político hábil, buen organizador e impulsor de grandes obras en distintos campos que incluyeron la agricultura, la economía y la construcción, y también la cultura. Realmente ese es el legado relevante que puede dejar un gobernante, el que hace que sus logros se afiancen y perduren en lugar de disiparse al poco de su muerte. El largo reinado de Guillermo, con el notable desarrollo económico y cultural que propició, podría incluso leerse positivamente en clave moderna por la mejora de la vida de sus súbditos gracias a la paz y la estabilidad conseguidas, lo mismo que el de todos aquellos soberanos, conquistadores o no, que son principalmente recordados por la posteridad como constructores, legisladores o reformadores, desde Sargón de Acad hasta Carlos III de España. Todas las demás hazañas bélicas son efímeras y estériles, como las conquistas de los mongoles u otros pueblos bárbaros, que siembran la destrucción sin crear nada después, y despiertan bastante menos admiración e interés a día de hoy.
Escuchando: Desecresy – 2022 – Unveil in the Abyss