Calvo Perales, Javier – El fantasma en el libro (2016)

Calvo Perales, Javier – El fantasma en el libro, Seix Barral, Planeta, Barcelona, 2016

Supe de esta obra por una docente que me habló de él y picó mi curiosidad hace unos años, y por fin me decidí a leerla, después de que tuvieran a bien regalármela en uno de mis últimos cumpleaños. Se trata de un librito breve que habla sobre la traducción literaria, su historia y su presente, escrito por un traductor literario del inglés de gran prestigio en el ámbito hispánico, por lo que su opinión merece ser tenida en cuenta. Lo más interesante de la lectura ha sido haber encontrado al mismo tiempo puntos con los que estoy muy de acuerdo (como que la traducción es una actividad eminentemente práctica antes que teorizable) y otros con los que discrepo un poco (como que el traductor debe resultar invisible a todos los efectos). Escrito en 2016, hay algunas cosillas que han cambiado un poco, especialmente en lo relativo a las posibilidades de la informática y la traducción automática, pero lo que más llama la atención es el tono más bien pesimista que impregna la obra entera. A juzgar por la experiencia que atesora el autor, entiendo que es una postura fundamentada, pero no deja de arrojar cierta amargura sobre una actividad y un oficio que, como él mismo recalca, son ante todo vocacionales y se alimentan de la pasión por la literatura.

El librito tiene una estructura muy sencilla, con dos bloques que abarcan el pasado y el presente de la traducción literaria. La abundancia de datos y anécdotas es de agradecer, incluso para quien no es lego en la materia; muchas referencias me sonaban aún de la asignatura de Traductología y de lecturas posteriores, pero otras tantas me eran desconocidas. El autor sabe introducirlas y comentarlas de forma amena y ligera sin extenderse en exceso, lo cual parece corresponderse bien con su objetivo inicial. En la primera parte, se transita desde la Biblia de los Setenta y San Jerónimo hasta las versiones de Shakespeare, los clásicos Penguin o la censura en la España de Franco, pasando por el fervor romántico, las “bellas infieles”, el enfoque borgiano de la traducción o el de los poetas del 27. Todo este recorrido termina por resaltar en conjunto el hecho de que la historia de la traducción literaria está muy ligada a la propia historia de la literatura con sus cambios y vaivenes, una observación que podría parecer una obviedad si no fuera porque a menudo se pierde de vista que a lo largo de la historia de la traducción también ha habido tendencias, modas y evoluciones muy marcadas de las que no somos tan conscientes.

La segunda parte se centra en la actualidad, con una serie de conclusiones que, como aventuramos ya, no resultan demasiado halagüeñas para el futuro del sector. El autor pinta un panorama literario en el que dominan descaradamente los best-sellers en inglés, con una evolución claramente desfavorable de condiciones y salarios para los traductores debido principalmente a los imperativos editoriales, que son ante todo económicos. Los años setenta supusieron un paréntesis positivo después de los años del franquismo, cuando España tomó el relevo a Argentina como mayor potencia editora en lengua castellana, pero pronto empeoraron las cosas, y a la degradación de las remuneraciones y los plazos se sumó la entelequia del “español neutro” y la ortodoxia de las convenciones editoriales. El autor analiza el fenómeno del crowdsourcing para mostrar cómo la traducción en general tiende a modelos más flexibles, rápidos y colectivos, en detrimento de la especialización y la calidad, estándares que también están implantándose en el ámbito literario, lo que hace vislumbrar un futuro incierto para la profesión.

Vista desde una perspectiva más global, la opinión del autor, pese a estar bien fundamentada, no deja de ser una visión de nicho dentro de la traducción en general. Aunque es cierto que se cuida de no extrapolarla al conjunto de la traducción, tal vez su opinión sería más matizada y menos sombría si conociera un poco mejor cómo las innovaciones tecnológicas y las dinámicas comerciales están afectando a la traducción en todas sus facetas, con su parte negativa pero también positiva. Parece asimismo otorgar un valor poco menos que simbólico a iniciativas como la de Translators on the Cover, o percibir como meras excepciones los países en los que los traductores literarios gozan de más respeto (como Francia o los países nórdicos), cuando ambas cosas podrían ser rasgos de un posible modelo al que tender. El mensaje general parece ser que la traducción literaria y también la literatura como tal se están yendo a pique, una conclusión que se antoja a todas luces demasiado apocalíptica.

No seré yo quien le dispute la razón con contundencia, pero a mi entender esa visión más bien negativa del futuro de la traducción literaria y de la literatura en general está reñida con la encendida reivindicación que hace del estatus y la dignidad del traductor literario. Quien crea en el poder de la literatura debería poder confiar en su capacidad de adaptación, supervivencia y evolución de diversas maneras y con distintas formas, en lugar de observar el diluvio desde una torre de marfil que, al menos por edad, no debería aún corresponderle. El declive actual en términos cuantitativos del fenómeno literario y lector bien podría ser una tendencia pasajera que revirtiera con los años, como ya ocurrió anteriormente en otras épocas. Por su parte, la traducción literaria como actividad y profesión experimentará sin duda una serie de cambios, como el resto de actividades profesionales, que podrían dar también frutos positivos, si la vocación y la pasión por la literatura siguen encontrando dignos herederos. Eso es al menos lo que opina el traductor literario en ciernes (o mejor dicho, aún en potencia) que firma estas líneas.

Escuchando: Adorior – 2005 – Author of Incest

Byron, Lord – Childe Harold’s Pilgrimage (1812-1818)

He aquí otro libro clásico que me leo tras descargarlo de la web de Project Gutenberg. A estas alturas de la civilización hay muchas más páginas del mismo estilo, pero un servidor es más de quedarse con el original si sigue funcionando igual de bien. Leí sobre esta obra hace escasos meses, a través de una cita muy sugerente extraída de la última parte, y me pareció la ocasión perfecta para abordar el texto completo. Cada vez soy menos fan de leer obras completas; ante la finitud de la vida y sobre todo del tiempo libre en la vida adulta me he resignado a buscar sólo títulos selectos y a ser posible breves para poder leer más de seis libros al año, y aun así me cuesta conseguirlo.

Publicado a lo largo de seis años, “Las peregrinaciones de Childe Harold” (ese es su título en castellano) es un poema dividido en cuatro partes o cantos. Las dos primeras vieron la luz en 1812, la tercera se publicó en 1816 y la última en 1818. Se nota mucho la diferencia entre el material inicial y los dos posteriores; al principio su autor mantenía todavía la ficción de un personaje ajeno, a partir de la tercera y ante la incredulidad general del público de la época, dejó de fingir y asumió la primera persona autobiográfica, lo cual confunde no poco al lector que no conozca de antemano ese dato, como le ocurrió a quien suscribe.

Otra característica que puede escapar a quien aborde esta obra sin haber investigado previamente sobre ella es el lenguaje marcadamente antiguo que emplea, que al igual que la métrica (“estancia spenseriana”), deriva de formas de la época isabelina, que eran arcaizantes en época de Byron, e incluso del propio Spenser, porque remiten a la lengua de Chaucer. A pesar de ello, un hablante de inglés no nativo como quien firma fue capaz de seguir el texto sin demasiada dificultad tras consultar en el diccionario las diez o doce palabras recurrentes que no se emplean en la lengua coloquial desde hace varios siglos, pero pueden encontrarse por ejemplo en las obras de Shakespeare.

El canto I lleva al protagonista a través de Portugal y España, comprobando en primera persona los estragos de la invasión napoleónica. En el canto II se traslada a Grecia, donde queda seducido por la belleza de su pasado esplendoroso al tiempo que denuncia el sometimiento al dominio turco. En el canto III Childe Harold desaparece, y el narrador en primera persona realiza un recorrido que lo lleva desde Waterloo hasta Suiza, remontando el Rin, mientras que el canto IV está dedicado a Italia, con la visita a varias ciudades y otro lamento ante el pasado perdido y la actual dominación extranjera.

Los cantos I y II me parecieron superiores en cuestión de temas e imágenes, o al menos me resultaron más interesantes por los lugares evocados. El canto III especialmente se me hizo un poco pesado y confuso, aunque me gustó el hecho de que el protagonista sea capaz de ver belleza en todas partes, incluso en lugares que a día de hoy se antojan anodinos, como la plácida Centroeuropa. El canto IV recupera el listón en términos artísticos, incluyendo un curioso síndrome de Stendhal (más bien pre-Stendhal) experimentado precisamente en Florencia. En todos los cantos el poeta se muestra muy antinapoleónico y patriota de su país, a veces en exceso, aunque ello no le impide censurar a Lord Elgin por la fechoría cometida en la Acrópolis de Atenas, detalle que le honra no poco.

El nombre de Lord Byron es sinónimo de romanticismo, y en su poesía ese elemento es tan intenso que podría parecer casi un cliché si no fuera porque aquí estamos hablando del romanticismo original (el inglés) que inspiró todos los demás, siendo esta obra y otras similares las que generaron el arquetipo romántico y no al revés. También fue un personaje muy peculiar que llamó enormemente la atención en su época, fundiéndose su leyenda con su obra de forma casi indisociable. Creación de Byron pero también reflejo suyo es la figura del héroe romántico desencantado de todo que se embarca en un viaje en el cual, aunque nunca esté del todo satisfecho, sí recupera su capacidad para maravillarse ante lo antiguo y lo natural.

La expresión es realmente bella, las imágenes son muy vivas y las descripciones, aunque a menudo exageradamente exotizantes, logran su efecto al transportar al lector a los paisajes cercanos o lejanos en los que se desarrolla la acción. Realmente no puedo ser muy imparcial porque a mí me encanta el estilo puramente romántico, y lo sigo viendo mucho más auténtico y disfrutable que otros movimientos más irónicos o pedestres que han venido después. Lo que está claro es que si hay cosas que son tan exageradas que se prestan a la parodia es porque a menudo tienen una identidad fuerte que constituye buena parte de su encanto, y en ese sentido el romanticismo es un ejemplo difícil de superar.

Escuchando: Barbarie Medieval – 2024 – En la Oscuridad… Un Lamento – La Barbarie Continúa…

Jansson, Tove – Taikurin hattu (1948)

Jansson, Tove – Taikurin hattu, WSOY, Helsinki, 2018 (original en sueco de 1948, primera edición en finés de 1958)

Me traje este libro de mi penúltimo viaje a Helsinki en 2019, con la idea de acceder en algún momento a los Muumin en su formato original y no en alguna de las múltiples adaptaciones que se han hecho de sus historias. El momento se presentó por fin hace poco, cuando me he visto casi en la obligación de leerlo para poder contarle de qué va a mi hija pequeña, que no paraba de preguntar por las ilustraciones cuando lo hojeaba con la misma fascinación con la que contempla la modesta colección de tazas de los Muumin que atesoramos en la cocina. Ahora ya puedo narrarle algunas de las aventuras de estos curiosos personajes, un recurso muy útil en la complicada tarea de intentar que se duerma a su hora.

La familia Muumin (Mumín en las traducciones al español) es un elemento importante de la cultura finlandesa. Lo que mucha gente no sabe es que las historias originales están escritas no en finés, sino en sueco, como casi toda la literatura finlandesa anterior al siglo XIX. Su autora, Tove Jansson, era una señora un tanto peculiar, reivindicada en nuestros días como icono queer y de liberación femenina, aunque yo casi prefiero centrarme en su creación artística y obviar los detalles de su biografía (que recientemente fue objeto de un biopic de gran éxito en su país natal), no porque la considere escandalosa ni reprobable, sino porque ante la vida privada de la gente siento una mezcla de pudor y respeto que me suele disuadir de indagar en ella.

Las historias que contiene este libro están ambientadas en un valle mágico situado en una remota región septentrional. Parecen cuentos infantiles, pero no lo son del todo, o sí lo son pero a la manera de los cuentos de antaño, con una parte oscura o al menos ambigua y una lectura adulta paralela a la que puedan hacer los niños. Los personajes son casi todos entrañables, pero también tienen su lado menos positivo, con rasgos irascibles, egoístas o narcisistas, algo que procuró limar convenientemente aquella serie japonesa de dibujos (me consta que se emitió en España a principios de los ochenta) que me vi enterita en finés al poco de instalarme en Helsinki, hace ya once años (!), para intentar hacerme con el idioma.

Los vicios y defectos de los personajes, que salen a relucir dentro de su carácter amable, otorgan una dimensión más amplia y compleja a las distintas historias. En este libro, que fue uno de los primeros de los Muumin en publicarse, se cuentan varias de ellas enlazadas entre sí por medio de la trama global de un mago que extravía su sombrero y da título a la obra (“El sombrero del mago”). En ellas, los Muumin viajan, juegan, se enfrentan a peligros y se enfadan a veces entre sí, aunque siempre triunfa el espíritu familiar y un disfrute casi epicúreo de los pequeños placeres de la vida sencilla. Eso sí, los personajes femeninos están bastante deslucidos, cosa que más que a una improbable misoginia tal vez corresponda a una crítica consciente de los arquetipos femeninos pasivos o superficiales.

Dentro de la sencillez del estilo, el narrador tiene también un lado adulto, y en su recurrente interpelación directa al lector recuerda un poco a El Hobbit o a las historias de Michael Ende y Roald Dahl, lo que permite que los lectores de más edad encuentren también su propia versión de lo narrado. Me ha sorprendido gratamente lo bien que coexiste esta dimensión menos infantil, con hondas reflexiones filosóficas y un tono profundamente melancólico, con el trasfondo inmediato casi naif, y creo que en esa combinación improbable reside buena parte del encanto de estas historias que por fin he podido leer en su lengua casi original, sin ningún filtro impuesto por una visión más comercial o excesivamente contemporánea.

Escuchando: Catalina Grande Piñón Pequeño – 2022 – La ira de un hombre bueno

Marías, Javier – Corazón tan blanco (1992)

Marías, Javier – Corazón tan blanco, Penguin Random House, Barcelona, 1992 (edición de 2006, reimpresión de 2017)

Tenía por casa este libro comprado en la Feria de Madrid de 2018, con la idea de leerlo pronto, como me ocurre con tantos otros. Sin embargo, no fue hasta la intempestiva muerte del autor cuando pasó a primera línea de la interminable lista de lecturas pendientes, supongo que por el mero hecho de que desde entonces he tenido muy presente al personaje, que me caía bastante simpático. A veces son detalles nimios los que nos hacen decantarnos por un libro frente a otro, otras veces se trata de circunstancias de más calado. Lo importante es acabar llegando en algún momento a los que más nos interesan.

Escogí Corazón tan blanco por ser, a mi juicio, el título más reconocido del autor, o al menos así me lo pareció después de mis indagaciones. Es una novela que habla principalmente de los secretos, de la dicotomía entre contarlos o no, y las consecuencias que puede tener la decisión en un sentido u otro. Se caracteriza por una visión más bien oscura del matrimonio y también de las relaciones humanas en general, un punto de vista relativamente inusual y por ello bastante interesante.

El aspecto formal es quizá lo más llamativo de la obra, que ofrece una prosa nada estridente y más bien llana en apariencia, huyendo del preciosismo y la exuberancia léxica para buscar la exactitud y la gravedad de las palabras escogidas. No es que se exhiba un registro particularmente culto, pero por la extracción y el estatus del protagonista y narrador, el nivel lingüístico y cultural es bastante elevado, hasta el punto de contrastar mucho con algunos de los diálogos que reflejan una lengua hablada mucho más prosaica.

Se emplea muy a menudo la repetición, tanto de términos concretos como de secuencias recurrentes, algo que remite al estilo de la literatura inglesa, creo yo, una gran influencia para el autor. Este recurso aparece también a nivel estructural y marca en gran medida el carácter de la obra. Quien suscribe tuvo una revelación al releer el principio de varios capítulos: lo que parecían vagos anuncios de futuras elucubraciones acababan cobrando todo su sentido y encajando a la perfección con la información nueva de que disponía el lector al terminar cada capítulo, en una especie de profecía cumplida al revés.

El último capítulo está compuesto casi en exclusiva por frases extraídas de los anteriores, que encajan como un puzzle perfecto para terminar de redondear la narración de manera magistral. No es de extrañar que el libro fuera encumbrado en su momento por la crítica alemana, hecho que terminó de abrirle de par en par las puertas de la exportación y el renombre internacional. Seguramente en ello también pesó la patente influencia de Shakespeare y otras figuras señaladas de la literatura mundial.

Hay sitio también para el humor, por ejemplo en las evocaciones que se hacen de las profesiones de traductor e intérprete, ejercidas personalmente por el propio autor. Es un humor muy discreto, con una sorna sutil, un tanto difícil de percibir, el mismo que caracterizaba al escritor en sus artículos en prensa y constituía buena parte de su atractivo, pese a la fama inmerecida que me consta que tenía de ser una persona más bien seria.

Formalmente la novela me ha parecido deslumbrante, y también me han gustado la propia historia y los personajes, aunque en la parte negativa no puedo evitar ver en ella lo que no deja de ser un drama burgués, con un contexto que me es tan sumamente ajeno que me resulta poco atrayente en sí. De todas formas, estimo que ese es un detalle menor comparado con los muchos puntos positivos encontrados en la lectura. Sin duda repetiré con otro título, pero al menos ya tengo una referencia de primera mano, la única forma de conocer algo de verdad.

Escuchando: Israel Fernández – 2023 – Pura Sangre

La Plazuela y la música (más o menos) moderna

Como individuo acostumbrado a escuchar música que no le gusta a casi nadie, no suelo enterarme de las novedades en el ámbito musical. No solamente es la edad ya relativamente avanzada (cuanto antes se acepte, mejor), sino sobre todo el hecho de dedicar una buena parte de mi tiempo a investigar y escribir sobre metal extremo lo que me hace dudar seriamente de mi capacidad para valorar si la música contemporánea que me llega vale algo o no. Sea como fuere, yo prefiero quedarme en esa incertidumbre que entrar a pontificar, como algunos de mis coetáneos, con ese ranciofact según el cual “ya no se hace buena música como antes”, algo que las generaciones avejentadas llevan repitiendo desde que hay registros (en este caso, más o menos desde Heródoto). Esa misma incertidumbre, quiero creer, es lo que permite que aún haya margen, en algunos casos, para la sorpresa y los felices descubrimientos.

Más allá de las limitaciones mencionadas, el ser de natural curioso, las siempre bienvenidas casualidades o la buena costumbre de intentar escuchar a los demás cuando nos cuentan algo que les parece importante han propiciado que recientemente haya conocido un grupo de gente bastante joven que no sólo me ha gustado, sino que me ha parecido bueno, y eso que de partida tenía en su contra una pinta de agrupación de flamenquito de barriada con un toque de traperismo de polígono, pero por fortuna ambas percepciones son tan solo prejuicio, o más bien fachada. En realidad, La Plazuela es un grupo que podría entrarle fácilmente a gente de más edad, porque no bebe de referentes recientes del rap o el trap que no le digan nada o incluso espanten a quienes peinan canas (o dejaron ya de peinarse), sino que básicamente son una reencarnación de Los Chichos con tintes funk, a lo que se mezcla una sensibilidad pop muy abierta a la diversidad formal y un gusto por la electrónica que les hace sacar una versión rave de cualquiera de sus canciones.

Así descrita, la fórmula podría parecer excesivamente amplia, pero funciona porque tras acumular influencias tan dispares dentro de un mismo bagaje procede a ordenarlas y distribuirlas con criterio y personalidad. Se podría pensar que el público predilecto de estos granaínos serían los aficionados a la música de décadas pasadas, si obviáramos los modos de producción netamente modernos, con mucha experimentación de texturas, o el uso intensivo del AutoTune (que en este caso se parece más al vocoder, inequívocamente retro, de toda la vida), pero cuando quien suscribe los vio en concierto en León durante las últimas Fiestas de San Froilán comprobó que su público se nutría en buena medida de chavales jóvenes con ganas de farra, lo cual explicaba que en directo dieran preeminencia a su vertiente electrónica, aunque siempre acompañada de instrumentos reales, y exhibiendo unas letras que, sin copiarla vilmente, se arriman claramente a la poesía de raigambre popular de García Lorca para buscar su propia expresión.

Por todo lo dicho, compruebo con optimismo lo gratificante que me resulta seguir encontrando música nueva hecha por gente joven que me parezca digna de respeto y mención –tanto la música como la gente –, y no por el hecho de sentirme joven o creerme “en la onda” (para alguien aficionado a leer historia y escuchar black metal desde la adolescencia tardía, ese tren nunca pasó), sino por tener la impresión positiva de no haberme cerrado aún en banda a todo lo que no obedezca a mis gustos fijos y mi visión del mundo, punto sin retorno en el que empieza la verdadera senectud, la mental. Lo cierto es que dejarse sorprender y conquistar por algo distinto y sugerente es una de las mejores cosas que tiene la vida, a cualquier edad.

Escuchando: Burshtyn – 2020 – Чортория

Kaufmann, Thomas – Martin Luther (2006)

Kaufmann, Thomas – Martin Luther, C.H.Beck Wissen, Múnich, 2006 (4ª edición, 2016)

No es mi intención recomendar un libro breve, y mucho menos en alemán, sobre un personaje tan importante y de vida tan densa y significativa, pero quiero hablar de esta lectura porque forma parte de mi modesto plan para conocer las religiones del mundo sin esperar a tener tiempo para leer obras más largas y exhaustivas al respecto; desde hace ya unos años soy consciente de que ese tiempo ideal no va a llegar nunca, al menos en el futuro próximo. Ese es el motivo por el cual, de un tiempo a esta parte, opto por formatos más modestos, obras o textos más breves y accesibles, aunque lógicamente también más parciales y menos profundos. Así, en los últimos tiempos he leído sobre budismo e hinduismo, y más recientemente llegó el turno de aprender algo sobre la máxima figura del protestantismo, concretamente a través de un librito que me compré cuando vivía en Sajonia, justo el año en que se celebró el V centenario de la Reforma luterana (1517-2017).

Naturalmente no voy a extenderme aquí en exceso sobre la vida ni sobre los hechos del protagonista, principalmente porque la obra que he leído no es lo bastante completa como para haberme proporcionado toda la información necesaria que me permitiría hacerlo, pero también porque no creo que este blog sea el lugar donde acometer semejante tarea, habiendo tantos otros libros y recursos más adecuados a disposición de los posibles interesados. Lo que sí quiero hacer es comentar algunos puntos y datos que me han llamado la atención sobre el personaje, sus hazañas y su época, cosa que a mí me resulta más interesante (y menos cansada) y tal vez sea también más relevante para los intempestivos lectores.

Lo más destacable de esta lectura ha sido el personaje en sí, Martín Lutero, un hombre de mundo pero profundamente religioso que, pese a estar encaminado hacia unos estudios seculares, decidió convertirse en monje después de una experiencia traumática durante la cual prometió tomar los hábitos si sobrevivía a una tormenta. Sea o no del todo cierta la anécdota, contada a posteriori por el propio protagonista, lo cierto es que revela una profunda fe cristiana, que se vería demostrada una y otra vez en los acontecimientos posteriores. También sorprende la prodigiosa capacidad de trabajo del biografiado, que le llevó a traducir numerosos textos bíblicos durante su vida así como redactar y publicar los suyos propios a un ritmo vertiginoso.

Esta inclinación al trabajo se veía complementada por una increíble perspicacia y un más que notable don de la oportunidad, que lejos de cualquier fanatismo religioso le hicieron ver que existían las condiciones sociales y políticas para poner en marcha la Reforma que planteaba para la Iglesia, a saber: una jerarquía eclesiástica altamente corrompida, el descontento a nivel político de un amplio sector de la nobleza alemana y las tendencias mesiánicas y apocalípticas de la gente humilde. A pesar de terminar oponiéndose a las aspiraciones de igualdad social del campesinado que originalmente se dejó alentar por él, esa comprensión del mundo real en el que vivía Lutero es lo que aseguró que su movimiento pudiera prosperar, además del acierto de saber rodearse siempre de colaboradores fieles y capaces, como su fiel Melanchthon.

La faceta lingüística también merece ser comentada, al menos bajo el criterio del traductor profesional que escribe estas líneas. Lutero fue un consumado exégeta de la Biblia, y su traducción no sólo fue un prodigio de destreza y erudición, sino todo un hito en el idioma alemán, que contribuyó a dinamizar y enriquecer. Hoy día parece impensable que no estuviera permitido traducir un libro sagrado para conocimiento de todos, pero no hay que olvidar que había muchos motivos para que así fuera. No obstante, la intención de Lutero no era tanto democratizar el acceso a la Biblia como llegar a la verdad pura del texto y de las enseñanzas. Esta es una idea que nos queda lejos: puesto que las Sagradas Escrituras eran palabra literal de Dios, absolutamente todo lo que se decía en ellas era verdad revelada, más real que cualquier conocimiento u opinión de los hombres. Afortunadamente cinco siglos después ya no es tanta la gente que piensa de ese modo; ahora se sabe que es una obra de inspiración divina quizá, pero muy humana en su factura.

Lutero quiso reformar la Iglesia Católica y acabó creando la suya propia, una iglesia «hereje» como su creador y muy circunscrita geográficamente (parte de Alemania y los países escandinavos), que subsiste hasta la actualidad, tal vez con más resiliencia que la Iglesia de Roma por eso de ser menos conservadora en lo social y estar más integrada en cada estado individual. La iglesia luterana fue la primera de las muchas iglesias protestantes que fueron surgiendo después, a raíz de las múltiples controversias y escisiones que hubo dentro del campo de los “rebeldes”. Quizá la suya ha sido siempre la más seria y legítima, a diferencia de todas esas confesiones evangélicas absurdas y literalistas que abundan a día de hoy, como esas iglesias recién aterrizadas desde EE. UU. que arrasan entre las poblaciones más desfavorecidas de Europa y Latinoamérica con su mezcla de devoción ciega y culto al éxito material. Puede que Lutero también fuera vehemente y combativo, pero al menos su teología era sólida y tenía una buena base.

Con sus luces y sombras, su postura valiente y dinámica pero también su conservadurismo social, antisemitismo y ferocidad contra las opiniones contrarias, la figura de nuestro protagonista resulta tan fascinante como humana, muy anclada en su época pero a la vez bastante entendible desde la nuestra. Lutero fue un gran estudioso que supo estar siempre cerca del pueblo en su doble faceta vitalicia de profesor y predicador. Contrario al misticismo y la fe individual, para él lo que contaba era la comunidad, mostrando un enfoque sorprendentemente social. Aunque al parecer los postulados dogmáticos de Lutero ya hayan sido superados por la teología posterior, no cabe duda de que su sitio en la historia de su siglo es fundamental para entender la Europa que vino después, y sigue siendo objeto de gran interés, admirado por muchos y vilipendiado por otros tantos. Por si todo lo dicho fuera poco, a mí me ha servido como excusa para sumergirme en la lengua alemana escrita más allá de los manuales de lavadoras, contratos y actas notariales en ese idioma a los que me enfrento a diario, lo que supone otro motivo más para celebrar esta lectura.

Escuchando: Тінь Сонця – 2007 – Полумяна рута

Laporte, Eduardo – En presencia de Battiato (2021)

Laporte, Eduardo – En presencia de Battiato, Sílex Música, Madrid, 2021 (2ª ed. 2022)

Esta biografía llegó a mí en forma de regalo de cumpleaños de alguien que conoce bien mi battiatofilia y acertó de lleno. Se trata de una obra un tanto atípica, en el sentido de que empieza por el final (el fallecimiento) y obedece a un criterio temático antes que cronológico, lo que difiere no poco de las convenciones del formato. Eduardo Laporte, el autor de sus páginas, también es algo peculiar, tanto por haberse especializado en la escritura y publicación de sus propios diarios como por la manera que tiene de abordar una biografía que, a diferencia de lo habitual, no parte de los propios hechos biográficos sino de la fascinación que él siente por el biografiado y la influencia que este ha tenido en su vida.

Todo esto redunda en un texto muy personal que, además de Battiato, habla también mucho del autor, hasta un punto que resulta un poco excesivo en ocasiones, al igual que lo florido de la prosa, con un puntito pedante, los frecuentes desvíos y una marcada tendencia a irse por las ramas. Sin embargo, superada la extrañeza inicial, uno se percata de que todos estos rasgos, más que rarezas gratuitas del propio autor, se deben al amor profundo y genuino que profesa por Battiato y por su música, de manera que uno acaba por disculparlos de buen grado y se congracia con ellos más pronto que tarde.

La parte positiva de haber optado por una distribución dispersa y no lineal del contenido es que esta permite ahondar con calma y generosidad en las múltiples facetas del Battiato músico, místico e intelectual, que son las que interesan al autor, aunque todavía queden algunas más (compositor de óperas o pintor). En ellas, nuestro biógrafo destaca por su exhaustiva investigación y amplios conocimientos, que le permiten rastrear los intereses más profundos de Battiato y los elementos característicos y recurrentes de su obra y exponerlos de una manera mucho más detallada y jugosa de lo que lo habría hecho un mero escritor de crónicas musicales, contraponiéndolos, eso sí, con sus propias obsesiones que no siempre encajan del todo (Eric Clapton y Pablo d’Ors sí pegan, pero Pío Baroja no del todo), pero incluso en los casos más peregrinos suponen un contraste original.

Al apartado de los defectos puede sumarse también la sensación de prisa constante, que el autor no se esfuerza en ocultar, ya que él mismo revela que escribió el libro en apenas cuatro meses justo después de la muerte del protagonista. Dudo que se le pueda acusar de oportunismo porque no se trata realmente de una biografía con gran tirón comercial, a pesar del relativo interés que Battiato ha suscitado siempre en España, pero este apremio perpetuo con el que el texto fue redactado ha dado pie a una estructura un poco endeble por momentos así como a no pocas erratas bobas que lamentablemente no han sido expurgadas con motivo de la segunda edición. También se le podría recriminar al autor su desmedido amor por la autoficción al convertir parcialmente el libro en la historia de cómo lo escribió, una intrusión a veces demasiado recurrente, a ojos de este lector.

Sin embargo, tanto protagonismo por parte del biógrafo, aunque llame mucho la atención y no siempre para bien, no llega a cansar del todo, porque uno se rinde a la evidencia de que una biografía de Franco Battiato no funcionaría tan bien como un recuento aséptico de hechos y anécdotas. A fin de cuentas, la obra lleva por título En presencia de Battiato, lo cual desde el principio debería dar una pista sobre su orientación. A pesar de todo lo dicho anteriormente en clave negativa, a lo largo de las páginas uno acaba cogiéndole cariño al autor, que puede ser algo exhibicionista y egocéntrico, pero no es vano ni mucho menos un farsante, y recuerda un poco a ese amigo bastante personaje –que seguramente todos tenemos– que nos cuenta sus historias con todo lujo de detalles, queramos oírlas o no, pero con quien nos lo pasamos bien y aprendemos mucho.

Pese a las reservas manifestadas, es bastante lo que me ha aportado este libro, empezando por una ingente cantidad de información menos evidente sobre Battiato que probablemente no saldría a relucir en un formato biográfico o enciclopédico más convencional. Eso sí, no sé si se lo recomendaría a la gente a la que no le interese mucho el personaje en cuestión, de la misma manera en que no sabría si recomendar los discos de Battiato a personas a las que no les interese la música más allá de lo típico y lo trillado. Imagino que ambas cosas están relacionadas, y creo que dice algo bueno del libro, con todas sus rarezas y peculiaridades, como las muchas que tenía el propio biografiado y aparecen aquí bajo su luz más amable y fascinante.

Escuchando: Raison D’Être – 2000 – The Empty Hollow Unfolds

Maalouf, Amin – Les Croisades vues par les Arabes (1983)

Maalouf, Amin – Les Croisades vues par les Arabes, J’ai lu, Paris, 1985 (1983)

Hace poco que me terminé esta obra muy curiosa de un autor libanés que escribe en francés, publicada en los años ochenta, que se propone trazar la historia de las Cruzadas desde el punto de vista de los musulmanes, no tanto por un ánimo revanchista como para completar la visión a menudo parcial e incompleta que se tiene, tanto en Occidente como en Oriente, de aquel periodo histórico. Para ello, emplea multitud de fuentes escritas de la época o ligeramente posteriores, todas ellas de cronistas musulmanes, árabes en su mayoría, que son sorprendentemente abundantes y precisas, y permiten establecer un relato autónomo sin necesidad de contraponerlo de manera sistemática a las crónicas occidentales.

A pesar de ser un libro de historia rigurosamente documentado, está redactado casi como una novela, con un francés exquisito, tan ligero como poético, característico de la escuela literaria más luminosa del país vecino. Conozca o no el lector a grandes rasgos el desarrollo de la historia, se ve inevitablemente sumergido en las disputas y confabulaciones de la época, que nada tienen que envidiar a exitosas ficciones como Juego de Tronos, cuyo autor, de hecho, confesó haberse basado en las también históricas novelas del ciclo de Les Rois Maudits de Maurice Druon. Hay verdadero suspense y emoción en la forma de narrar de Maalouf, que no renuncia a recalcar el encanto de regiones y lugares tan lejanos como evocadores para los occidentales, pero sin incurrir en ningún tipo de exotismo puesto que, precisamente, una de las finalidades de esta obra es combatir el orientalismo, cuyo origen se remonta sin duda a las expediciones de los cruzados.

Los personajes están retratados con gran viveza, haciendo hincapié tanto en sus rasgos más positivos como en sus defectos, conformando un gran cuadro de personalidades muy humanas en sus éxitos y sus pesares, desde los famosos Saladino o Ricardo Corazón de León a otros no tan conocidos pero no menos interesantes como el Santo Rey Nur al-Din, Bohemundo de Tarento o Raimundo III de Trípoli. También se hacen constantes referencias al sentir popular o a la situación y el parecer de las clases menos pudientes, interesándose por la gente en su acepción más amplia, más allá de los hechos de los dirigentes y los juicios de los cronistas.

Son de gran valor las consideraciones históricas que emite el autor, bien directamente o a través de los testimonios, al señalar, por ejemplo, que la desunión de los musulmanes en la primera época de las Cruzadas fue uno de los principales factores que explicaron el éxito inicial de los cristianos, o que la temeridad de que estos hacían gala jugó no pocas veces a su favor, pero acabó condenándolos en posteriores episodios. El libro termina con una conclusión amarga, ya que aunque el Islam fue capaz de expulsar a los invasores de todo Oriente Medio, tras dos siglos de mucho sufrir y batallar, se mantuvo casi impermeable a las influencias extranjeras, mientras los cristianos extrajeron innumerables conocimientos de las culturas autóctonas que más adelante emplearon en su fulgurante expansión a lo largo del globo.

Cualquier amante de la Historia debería leer este libro, a ser posible en su francés original, tanto por la riqueza y delicada precisión del lenguaje como por la abundante información que proporciona y, cosa aún más importante, por el hecho de suponer un contrapunto a la visión aún glorificante y mayormente acrítica que se tiene en Occidente de aquel convulso periodo histórico.

Escuchando: Sammath – 2023 – Grebbeberg