La Plazuela y la música (más o menos) moderna

Como individuo acostumbrado a escuchar música que no le gusta a casi nadie, no suelo enterarme de las novedades en el ámbito musical. No solamente es la edad ya relativamente avanzada (cuanto antes se acepte, mejor), sino sobre todo el hecho de dedicar una buena parte de mi tiempo a investigar y escribir sobre metal extremo lo que me hace dudar seriamente de mi capacidad para valorar si la música contemporánea que me llega vale algo o no. Sea como fuere, yo prefiero quedarme en esa incertidumbre que entrar a pontificar, como algunos de mis coetáneos, con ese ranciofact según el cual “ya no se hace buena música como antes”, algo que las generaciones avejentadas llevan repitiendo desde que hay registros (en este caso, más o menos desde Heródoto). Esa misma incertidumbre, quiero creer, es lo que permite que aún haya margen, en algunos casos, para la sorpresa y los felices descubrimientos.

Más allá de las limitaciones mencionadas, el ser de natural curioso, las siempre bienvenidas casualidades o la buena costumbre de intentar escuchar a los demás cuando nos cuentan algo que les parece importante han propiciado que recientemente haya conocido un grupo de gente bastante joven que no sólo me ha gustado, sino que me ha parecido bueno, y eso que de partida tenía en su contra una pinta de agrupación de flamenquito de barriada con un toque de traperismo de polígono, pero por fortuna ambas percepciones son tan solo prejuicio, o más bien fachada. En realidad, La Plazuela es un grupo que podría entrarle fácilmente a gente de más edad, porque no bebe de referentes recientes del rap o el trap que no le digan nada o incluso espanten a quienes peinan canas (o dejaron ya de peinarse), sino que básicamente son una reencarnación de Los Chichos con tintes funk, a lo que se mezcla una sensibilidad pop muy abierta a la diversidad formal y un gusto por la electrónica que les hace sacar una versión rave de cualquiera de sus canciones.

Así descrita, la fórmula podría parecer excesivamente amplia, pero funciona porque tras acumular influencias tan dispares dentro de un mismo bagaje procede a ordenarlas y distribuirlas con criterio y personalidad. Se podría pensar que el público predilecto de estos granaínos serían los aficionados a la música de décadas pasadas, si obviáramos los modos de producción netamente modernos, con mucha experimentación de texturas, o el uso intensivo del AutoTune (que en este caso se parece más al vocoder, inequívocamente retro, de toda la vida), pero cuando quien suscribe los vio en concierto en León durante las últimas Fiestas de San Froilán comprobó que su público se nutría en buena medida de chavales jóvenes con ganas de farra, lo cual explicaba que en directo dieran preeminencia a su vertiente electrónica, aunque siempre acompañada de instrumentos reales, y exhibiendo unas letras que, sin copiarla vilmente, se arriman claramente a la poesía de raigambre popular de García Lorca para buscar su propia expresión.

Por todo lo dicho, compruebo con optimismo lo gratificante que me resulta seguir encontrando música nueva hecha por gente joven que me parezca digna de respeto y mención –tanto la música como la gente –, y no por el hecho de sentirme joven o creerme “en la onda” (para alguien aficionado a leer historia y escuchar black metal desde la adolescencia tardía, ese tren nunca pasó), sino por tener la impresión positiva de no haberme cerrado aún en banda a todo lo que no obedezca a mis gustos fijos y mi visión del mundo, punto sin retorno en el que empieza la verdadera senectud, la mental. Lo cierto es que dejarse sorprender y conquistar por algo distinto y sugerente es una de las mejores cosas que tiene la vida, a cualquier edad.

Escuchando: Burshtyn – 2020 – Чортория

Helsinki Death Fest (23 y 24 de agosto de 2019)

Durante mi reciente estancia en tierras finlandesas tuve la suerte de que justo el fin de semana que tenía libre, en mitad de las dos semanas que pasé por allí, fuera el escogido para celebrar un festival consagrado exclusivamente al death metal, con un cartel excepcional de grupos finlandeses e internacionales. Aún recuerdo con cierta nostalgia la clase de eventos que se organizan en Finlandia para honrar al metal en su máxima expresión: precio razonable, recintos más que adecuados, cerveza aceptable, buen ambiente y un espíritu muy auténtico. En el país nórdico tal vez no queden tantos bares de metal como había hasta hace poco, pero la buena organización de los conciertos es un valor que por fortuna no se está perdiendo.

El Helsinki Death Fest, que pese a su imaginativo nombre sumaba ya su cuarta edición, correspondió a la perfección a las características descritas, haciendo las delicias de los nativos así como del nutrido contingente de foráneos del que este cronista formaba parte. Por fortuna pude ir acompañado uno de los dos días, pero incluso la primera noche en solitario no tuve ocasión de aburrirme gracias a la calidad de las actuaciones y la presencia de múltiples puestecillos por los que curiosear. Las fotos que figuran a continuación son horrendas, debido a la falta de luz y a la distancia con respecto al escenario, pero no me resisto a incluirlas para obedecer a la, por lo general, agradable costumbre de ilustrar visualmente lo narrado.

Viernes 23 de agosto

Butcher ABC

El viernes cayó un tremendo diluvio sobre Helsinki, por lo que esperé a que la lluvia aminorara un poco antes de dirigirme hacia la sala (Ääniwalli), una antigua fábrica convertida en oscuro pero acogedor espacio de conciertos. Cuando accedí al recinto estaban tocando unos japoneses que confundí con Anatomia, para averiguar más tarde que se trataba de sus no menos veteranos paisanos Butcher ABC, un grupo de death/grind bastante potente aunque con un estilo excesivamente sencillo para el gusto de un servidor. Los músicos, no obstante, eran realmente buenos, y pese a no conectar del todo con su música me fue posible admirar su habilidad sobre el escenario.

Phrenelith

Tras ellos, y mediando un intervalo sorprendentemente largo para cambiar y probar los instrumentos (que fue la tónica general de todo el festival, aunque sin llegar a ser inaguantable), subieron a escena los daneses Phrenelith, uno de los platos fuertes de la noche al menos a mi juicio, después de haberlos pinchado ya más de una vez en La Naranja Metálica, a pesar de su escueta discografía. Su death metal cavernoso y aplastante daba más para un recital denso y solemne que para un asalto frenético, y ese fue el enfoque que adoptó la formación, respaldada por un sonido impecable que reflejaba los matices y permitía sumergirse en la corriente sónica y dejarse llevar. Sus temas elaborados y potentes se expresaron en toda su amplitud, para disfrute de un público que empezaba a ser bastante numeroso, pese a un reclamo tan específico y focalizado como es el death metal old school.

Deathchain

Los siguientes en tocar fueron los finlandeses Deathchain, un grupo de Kuopio que conocía de nombre pero al que nunca había escuchado. Desde los primeros segundos quedó claro que se trataba de una de esas formaciones que van al grano y no se andan con sutilezas. Su death/thrash dinámico y agresivo resulta un tanto plano y sencillo, pero funcionó a la perfección en un contexto festivalero lleno de gente con ganas de moverse. La animada interacción con el público, que parecía muy familiarizado con ellos, terminó de redondear una actuación que a quien suscribe no convenció tanto por lo musical como por la energía desprendida.

Funebrarum

Tras semejante descarga de caña, los encargados de cerrar la noche fueron los estadounidenses Funebrarum, otro grupo de larga trayectoria liderado por Daryl Kahan, un veterano de la escena de Nueva Jersey. Su death metal pesado en la onda de Incantation resultó muy adecuado para terminar la jornada sin prisas pero con rotundidad, aunque sus temas exhibían también una libertad creatividad que lograba apartarse de lo genérico y desarrollar un estilo propio rico y variado. Por si aquello fuera poco, entre sus filas milita desde hace poco Phil Tougas (Chthe’ilist), que se reveló como un fabuloso aporte a nivel de solos y guitarra principal. Con ello concluyó el primer día de festival, a una hora más que prudente para irse a descansar y recuperarse del cansancio de la semana.

Sábado 24 de agosto

El sábado pude acudir un poco más pronto, gracias a que el tiempo fue más benigno y a que esta vez me acercaron en coche desde la residencia de estudiantes que me sirvió de alojamiento. Al acceder al recinto pillé en mitad del recital a unos chavales de Turku con el peculiar nombre de Cumbeast, aunque pronto pude comprobar que no me había estado perdiendo nada demasiado interesante. Al brutal death mayormente genérico que practicaban se sumaban influencias de groove que acababan quitando a las canciones la poca gracia que pudieran tener. Los músicos eran majetes, eso sí, y el entender las bromas que hacían le puso algo de chispa a un concierto por lo demás un tanto anodino.

Sadism

El siguiente directo corrió a cargo de un grupo que no conocía de nada. Por su aspecto y sus gestos me parecieron sudamericanos, punto en el que acerté. Por los miembros más o menos jóvenes que incluían en su plantilla, sumado al hecho de no haber oído nunca hablar de ellos, pensé que sería una formación relativamente nueva, algo en lo que me equivoqué estrepitosamente. Sadism existen desde finales de los ochenta, y en su estilo pueden oírse claros ecos del death/thrash directo y rabioso de sus compatriotas Pentagram. Esa misma furia se manifestó en su actuación, otorgando a su música relativamente sencilla una potencia irresistible que energizó e hizo enloquecer al respetable. Fantástico concierto y un interesante descubrimiento para quien suscribe.

Gorephilia

A quienes venían después ya los conocía, al igual que los oyentes de La Naranja Metálica: los finlandeses Gorephilia. Dentro del estilo de death metal cavernoso no figuran entre mis favoritos, pero tenía curiosidad por ver qué tal se desenvolvían en directo. Con expresiones algo ausentes y ensimismadas, declararon que era el primer concierto que daban desde que había sucedido “aquello”, o eso creí entender al interpretar la frase en finés. Más tarde descubrí que se referían al suicidio de su vocalista el pasado mes de diciembre, lo que terminó de explicar la seriedad con la que acometieron la actuación. A pesar de ello, la música sonó muy bien, en especial la de su primera época, lo que me dio ganas de indagar más en esa parte de su discografía que todavía me es ajena.

Undergang

Cuando el siguiente conjunto subió al escenario, descubrí con sorpresa y asombro que compartía un miembro clave con el otro grupo danés de la víspera, cuyo estilo, técnicamente dentro del mismo género, está bastante alejado. Mientras que Phrenelith es death denso y pesado, la música de Undergang se enmarca dentro de una vertiente más básica y directa, heredera de Autopsy, una senda en la que el grupo ha sabido labrarse un camino propio original y distintivo. Comparada con la ejecución más fría y distante de Phrenelith, la actuación de Undergang fue agresiva y descarnada, terminando de poner en movimiento a las primeras filas que llevaban ya un buen rato agitándose intranquilas. Su último disco no me llamó demasiado la atención cuando lo escuché, hace ya un par de años, pero con aquel directo lograron convencerme.

Demilich

El lugar de honor en el cartel de aquella noche estaba reservado a uno de los grupos más míticos que ha dado el death metal finlandés: los legendarios Demilich. No son el nombre más conocido, ni el más prolífico, ni tan siquiera el más característico dentro de su escena nacional, pero probablemente sí sean el más original y peculiar de todos. A ello suman la particularidad de no haber publicado apenas nueva música a pesar de sus reiteradas reuniones, haber facilitado desde hace lustros la descarga gratuita de todo su material y, además, conservar casi intacta su plantilla original. Gracias al fantástico sonido de la sala, sus canciones enrevesadas, imaginativas y de resonancia casi extraterrenal se escucharon a la perfección y, cosa que un servidor no esperaba, fueron acogidas con tremendos moshpits en los que los presentes se implicaron como si fuera la última gran batalla de su vida. Los de Kuopio tuvieron el detalle de invitar a Phil Tougas a tocar con ellos una canción, lo que no solamente debió de suponer una inmensa ilusión para el chaval, sino que también volvió a obsequiarnos a los demás con su espectacular buen hacer.

Así terminó la segunda jornada, tan sobresaliente como la anterior y a la misma hora civilizada, aunque después de tanta caña e intensidad, quien suscribe no tenía necesidad alguna de proseguir la velada en un bar, ni tampoco fuerzas, todo sea dicho. El Helsinki Death Fest estuvo a la altura de las mejores expectativas, hasta en lo relativo a los grupos que apenas conocía de antemano, y me llevé de él un recuerdo muy grato, ante el cual probablemente muchos festivales futuros palidecerán. Desconozco si podré regresar a alguna otra edición, más que nada porque mi presencia en Finlandia aquellos días fue fruto de la más pura casualidad, pero me lo apunto como evento de referencia que aconsejaría sin dudarlo a cualquier aficionado al género.

Escuchando: Juluka – 1982 – Ubuhle Bemvelo

Possessed @ Caracol, Madrid, 17.06.2019

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No siempre tiene uno la oportunidad de ver en directo a una leyenda como Possessed, y menos sin tener que desplazarse a otra ciudad o asistir a algún festival de tamaño considerable. Aun así albergaba mis dudas, ya que esta nueva encarnación del grupo tan sólo incluye a su vocalista original, Jeff Becerra, arropado por un puñado de músicos que éste ha ido congregando a su alrededor desde que resucitó la formación hace unos cuantos años. Tampoco sabía muy bien en qué forma se encontraría Becerra, que lleva tiempo confinado a una silla de ruedas tras haber recibido un disparo de arma de fuego cuando alguien asaltó su casa para robar. A pesar de todas las dudas, recordé la frase que escribió un día otro Jeff en su ilustre Lista de resoluciones metaleras de Año Nuevo: “Deja de dar por hecho que los grupos van a seguir existiendo”. En este caso, Possessed venían a Madrid con la excusa de presentar un nuevo disco (Revelations of Oblivion), el primero completo en más de treinta años (!), pero quién sabe si en el futuro habrá una segunda ocasión. Como en muchas otras situaciones de la vida, estaba claro que era mejor arriesgarse a salir decepcionado que arrepentirse de no haber ido.

Todas estas consideraciones a las que di tantas vueltas en los días previos se desvanecieron en el aire, como roña en la ducha, ante lo que pude presenciar sobre el escenario de la Caracol. Jeff Becerra venía acompañado de músicos que son auténticos titanes sobre las tablas (dos de ellos miembros de un grupo tan sobresaliente como Coffin Texts) e imprimieron un estilo más moderno y agresivo a la ejecución de los trallazos clásicos de la formación, definitorios del estilo de speed metal extremo de mediados de los ochenta que daría origen al primer death metal. El cantante, por su parte, rugía con una potencia sorprendente para alguien obligado a cantar sin poderse poner de pie. Los temas del nuevo álbum sonaron casi indistinguibles de los antiguos, en una unidad estilística digna de elogio. Pero lo más importante fue quizá la actitud de los miembros del grupo, que se mostraron realmente felices y motivados por poder tocar ante un público entusiasta, que coreó y pogueó todos los clásicos con un fervor casi inverosímil para el inicio de la semana. Todo ello contribuyó a un espectáculo poderoso y electrizante que estuvo a la altura de lo mejor que cabía esperar y será difícil de olvidar.

Escuchando: Infamous – 2019 – Muttos Pro S’Aristocratzia

Saint Vitus @ Copérnico, Madrid, 26.04.2019

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Después de casi diez años volví a toparme con Saint Vitus, que pasaron por Madrid presentando disco nuevo de ese doom metal primigenio imbuido de blues y rock que ellos mismos contribuyeron como nadie a definir, con permiso, claro está, de Black Sabbath. En aquella ocasión se trataba de la gira de reunión tras muchos años de inactividad, esta vez, el grupo traía nuevo material bajo el brazo, en su onda clásica pero sin resultar del todo repetitivo, probablemente el mejor piropo que pueda hacerse a la nueva publicación de una agrupación tan longeva. Desde aquel concierto que recuerdo en el Turock de Essen en los primeros meses de 2010, la formación ha cambiado ligeramente: ya no está su cantante característico, “Wino” Weinrich, y el bajista también ha sido sustituido, en su caso, debido a una enfermedad. En un grupo que prácticamente no ha tenido reemplazos a lo largo de su dilatada historia y tan sólo fichó a un nuevo batería cuando el primero estaba ya con un pie en la tumba, no sorprende demasiado que la vacante de bajista haya sido cubierta por otro músico no menos veterano, y la de la voz nada menos que por el cantante original, que pese a tener un estilo sensiblemente diferente se maneja bastante bien con el repertorio posterior.

El concierto fue tan animado como variado, con temas que supieron sonar alternativamente cañeros, profundos o desgarrados, demostrando un sempiterno vigor creativo que hizo parecer totalmente genéricos y casi caricaturescos a los teloneros, los stoners polacos Dopelord. Saint Vitus siempre ha sido una rara avis a todos los efectos, empezando por ser los primeros en reivindicar el sonido original de Black Sabbath cuando todo el mundo parecía haberlos olvidado, sin dejar de mencionar que sean un grupo independiente y casi atemporal surgido nada menos que de Los Ángeles, la capital por antonomasia del horterismo y las modas musicales en EE. UU., o que hayan seguido siempre fieles a sus principios sin que ello suponga una limitación, sino todo lo contrario, un camino coherente y productivo que seguir. Lo mejor del directo de esta formación, que cumple ya su cuarta década de existencia, es que sus músicos lo viven como si fuera la primera vez que suben a un escenario, a diferencia de lo apagados y ensimismados que suelen mostrarse otros grupos más recientes que gustan también de tocar “lento”. No soy gran fan del doom metal, al menos no como estilo rígido y encorsetado, pero sí de Saint Vitus, sobre todo tras haber comprobado una vez más que, después de tantos años, siguen sabiendo cómo deleitar al personal.

Escuchando: Grateful Dead – 1967 – The Grateful Dead

Deströyer 666 @ Silikona, Madrid, 05.04.2019

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El pasado viernes los australianos afincados en Londres Deströyer 666 pasaron por Madrid en la gira de presentación de su nuevo EP, Call of the Wild, y un servidor decidió no perderse la cita. Vinieron acompañados por un grupo local llamado Sota de Bastos, que no llegué a ver, a pesar de haberme quedado maravillado con su nombre, así como de los vitorianos Nuclear Revenge, una jovencísima formación de black/thrash bastante potente y muy apropiada para abrir el concierto del grupo principal. Aunque aprecio casi toda la discografía de los aussies, el último álbum largo no fue de mi agrado por tratarse, a mi modo de ver, de una simplificación y trivialización de su estilo característico, así que no sabía muy bien a qué atenerme en lo relativo al repertorio. Temía que pudiera limitarse casi exclusivamente a lo más reciente, cosa que afortunadamente no sucedió. Por otra parte, de la formación clásica llegada de Australia tan sólo queda el líder y vocalista, por lo que desconocía hasta qué punto iba a encontrarme con una plantilla consolidada o una cohorte de reemplazos más o menos temporales. Por suerte, todos los músicos resultaron ser sobresalientes, y la actuación fue tan enérgica y entregada que no me arrepentí lo más mínimo de mi asistencia.

Los grupos que militan en el terreno del black/thrash suelen caracterizarse por una intensidad constante que en estudio a menudo produce resultados demasiado simples o tediosos, pero en directo se convierte en una virtud, al conseguir que hasta la más sencilla de sus canciones suene como un vendaval de destrucción, con la consiguiente reacción alocada por parte del público, como sucedió en esta ocasión. Este defecto relativo afecta incluso a los nombres más encumbrados de este particular subsubgénero que, en opinión de este cronista, serían Nifelheim, Aura Noir y Desaster. Deströyer 666 no es una excepción a esta regla, aunque cuenta con un estilo propio suficientemente marcado como para que su música consiga sobresalir. Lo cierto es que ninguno de sus discos me parece una verdadera obra maestra de principio a fin, pero todos ellos tienen temas o pasajes logrados y destacables. Verlos en concierto ha añadido una nueva dimensión en la que el grupo gana muchos enteros, y fue imposible no mover la cabeza y disfrutar del espectáculo, en una sala con el tamaño perfecto para un grupo de tamaño mediano y, cosa no menos importante, precios populares y ambiente familiar.

Escuchando: Carnivore – 1987 – Retaliation

Aviador Dro Concierto 40 Aniversario @ Sala Changó, Madrid, 23.03.2019

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En mi círculo de conocidos me he encontrado ya con varias personas que, al surgir en una conversación el nombre de Aviador Dro, se referían a ellos como “uno de esos grupos de pop ñoños de los ochenta”. Semejante afirmación demuestra, por un lado, que el nombre sí suena familiar pero, por otro, que muchos ignoran por completo la verdadera naturaleza de su música. La entidad conocida bajo ese nombre, lejos de ser un grupo ñoño o uno de tantos, es tal vez una de las mejores cosas que dio el panorama musical nacional durante la década de los ochenta. A medio camino entre la solemnidad neoclasicista de Kraftwerk y el brillo festivo y pegadizo de Gary Numan, el Aviador abrió su propio camino explotando el dinamismo bailable del electropop sin renunciar a la profundidad conceptual de la electrónica más seria, con una estética visual sencilla y casera pero no exenta de imaginación. Su obra mezcla futurismo mecánico, utopía política revolucionaria, pesimismo irónico y genuino romanticismo de la era industrial en canciones tan llenas de ritmo como de contenido. Su producción musical se extiende hasta nuestros días, aunque después de una fructífera época de éxito durante su primera década, su actividad creativa fue ralentizándose paulatinamente. Además de por su estilo original, Aviador Dro destacaron por su decidida autonomía al crear una discográfica propia con un nombre que no daba lugar a confusión (Dro), ante la negativa a publicar su música por parte de los sellos establecidos. La iniciativa fue tan próspera que se les fue de las manos, convirtiéndose pronto en un gigante de la música independiente, y sus fundadores se bajaron pronto del carro para desarrollar otros proyectos empresariales no menos exitosos, como las populares cadenas de tiendas de cómics y juegos Arte 9 y, después, Generación X.

Tras muchos años disfrutando de la música de Aviador Dro he podido por fin asistir a uno de sus conciertos, nada menos que al que celebró sus cuarenta años de actividad. La señalada efeméride hizo que participaran distintos artistas amigos del grupo, turnándose sobre el escenario en una serie de duetos que se sumaron a un nutrido setlist con temas de todas las épocas, desde éxitos indiscutibles como “Nuclear sí” o “La chica de Plexiglás” hasta títulos más recientes como “Aracne”, pasando por una de las canciones pop más bonitas que se han escrito en castellano como es “Selector de frecuencias” o la favorita de un servidor, “Vórtex”. Dejó algo que desear el sonido de la sala, una de esas discotecas cuya acústica deficiente no las exime de acaparar la mayoría de los conciertos de la capital, o tal vez la culpa la tuvo la gran afluencia de público (sold out en toda regla), que hizo que servidor y consorte tuvieran que posicionarse bastante lejos del escenario. Los graves de la percusión sonaron casi siempre mucho más fuertes que los teclados, aunque no sabría decir si eso se debía a una mala ecualización o a una decisión consciente del técnico y el grupo de ofrecer un sonido más tecno y modernizado. En todo caso, fue interesante comprobar cómo ninguno de los temas sonó exactamente igual que en las grabaciones originales, lo cual es testimonio del afán de los músicos por renovarse constantemente. Para mí supuso sumar una nueva dimensión a una formación que siempre me ha gustado y por la que siento gran respeto y admiración, y que cuatro décadas después sigue sabiendo cómo deleitar a su público.

Escuchando: Aaranith – 2001 – Dekapitation of the Lamb (Demo)

Septicflesh + Krisiun @ Caracol, Madrid, 14.03.2019

Como suele ser habitual, diversas circunstancias hicieron que nos perdiéramos a los dos primeros teloneros, llegando en mitad del concierto de Krisiun, por fortuna con tiempo suficiente para hacernos una idea de cómo es el grupo en directo. Los brasileños practican un death metal tan básico y primitivo que suena más a Slayer que a cualquiera de los clásicos del género, pero resulta lo suficientemente potente como para garantizar un concierto enérgico. Los miembros estuvieron simpáticos y habladores, chapurreando un portuñol bastante fluido que ayudó a conectar con el público. Al igual que me ocurre con su música de estudio (hablo por Black Force Domain), su directo no me pareció demasiado sobresaliente, pero sí una digna introducción al cabeza de cartel.

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Krisiun

Hasta la fecha, parecía que teníamos gafe con Septicflesh. Cuando intentamos verlos en su gira con Amon Amarth en Oporto (¿2011?), justo acababan de tocar cuando entrábamos en la sala, y tuvimos que sufrir en exclusiva a los suecos, ya por aquel entonces musicalmente insulsos. Al tratar de pillarlos en su actuación en el Brutal Assault de 2016, la distancia de un escenario a otro hizo que sólo viéramos la mitad del espectáculo, veinte minutos escasos bajo un sol vespertino de agosto que no les hicieron justicia. Por suerte esta vez no se torció nada y pudimos ver el concierto entero, en versión extendida y con la oscuridad y atmósfera apropiadas. Ni siquiera la gran cantidad de partes pregrabadas (todo el componente orquestal y hasta algunas voces limpias) mermó el impacto de una puesta en escena potente y llamativa que hizo honor al sonido sombrío y majestuoso del grupo. Pese a las chaquetas futuristas que les hacen parecer una especie de “Iron Manes” del metal, su presencia escénica es indudable, y un sonido aplastante pero no atronador terminó de redondear un fantástico espectáculo. La proverbial simpatía de los griegos contribuyó también no poco a la recepción favorable por parte del público. Se echó de menos algo de material antiguo, que brilló por su ausencia, pero por suerte el más nuevo no decepciona del todo, y la presentación en directo menos aún.

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Septicflesh

Los días anteriores al concierto estuve repasando la discografía más reciente de Septicflesh, que es la que tengo menos estudiada, y me llamó la atención comprobar cómo su último álbum (Codex Omega) es mejor que algún otro más antiguo (The Great Mass) e incluso que el último antes de su disolución temporal (Sumerian Daemons), aunque sin estar a la altura de su producción inicial en los noventa, que es la más imaginativa y lograda. Sin embargo, no estamos ante la clásica formación que se va degradando con el tiempo hasta derivar en una versión más simple y accesible de sí misma. Los elementos sinfónicos y heterogéneos estaban ahí desde un principio, aunque su empleo fuera distinto y menos predominante. Su música actual es más convencional y encasillable, menos interesante en términos generales, pero sigue presentando una fusión similar de los géneros metálico y clásico en pie de igualdad, con marcados elementos de rock, conseguida por gente que sabe cómo introducir partes orquestales con criterio, a diferencia de la gran mayoría de grupos de metal que lo han intentado en algún momento. Los Septicflesh de hoy no pueden catalogarse bajo la etiqueta death metal o incluso metal a secas, pero tampoco los de ayer encajaban del todo en dichas categorías, lo cual, a fin de cuentas, no tiene por qué ser algo negativo per se. Lo que sí queda claro es que, a día de hoy, su directo merece mucho la pena.

Escuchando: Mamá Ladilla – 2018 – Quién Pudriera

Pounding Metal Fest 2018, Sala Mon, Madrid, 05.05.2018

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Whiplash

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Angel Witch

Por fin he podido asistir a uno de estos fabulosos festivales que monta la asociación heavy (interesante concepto) del mismo nombre. Consagrados al metal más clásico y ochentero, sus carteles son una mezcla de leyendas consagradas y nombres más desconocidos pero igualmente relevantes con los que ofrecer saraos potentes y asequibles sin la masificación que traen consigo los grandes nombres. Por desgracia me fue imposible acudir a una hora decente para ver a algunos teloneros, así que únicamente pude disfrutar de las dos actuaciones principales, que no obstante merecieron la pena por sí solas. Los norteamericanos Whiplash pusieron el toque cañero con su thrash metal machacón e incansable, y una gran sintonía con el público. Angel Witch por su parte fueron mucho más reservados, aunque ese halo de pioneros de la NWOBHM que destila su música bastó para generar una atmósfera muy especial. En la sala escogida pudieron verse atuendos y peinados en peligro de extinción desde finales de los ochenta, todo un despliegue de exuberancia capilar y estilismo metalero clásico de gran deleite visual. Es bueno que siga habiendo conciertos de este tipo por mucho tiempo que pase, porque al contrario que algún que otro mullet y outfit démodé, el buen heavy metal no tiene ni tuvo nunca fecha de caducidad.

Escuchando: Mike Oldfield – 1990 – Amarok