Viaje a Grecia (23 de octubre a 1 de noviembre de 2018)

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Viajar a Grecia no solamente es descubrir los famosos enclaves de la Antigüedad que uno conoce a través de los libros de Historia, también es sumergirse en una cultura mediterránea tan calurosa y acogedora como la nuestra y, cosa no menos importante, acercarse a una gastronomía que comparte muchos de sus ingredientes con la ibérica, pero preparados de formas distintas y originales. Pese a la gran expectación previa, procuramos ir sin ninguna idea preconcebida y dejarnos sorprender por lo que encontraríamos sobre el terreno.

Lo que más nos agradó probablemente fue la simpatía de la gente, que no por estar acostumbrada a ver turistas recorriendo sus playas y ciudades deja de ser extremadamente amable y servicial. Como en muchas otras zonas del planeta, los españoles caemos muy bien, tal vez por solidaridad sureuropea, por la empatía que genera la relevancia de nuestro fútbol y demás clichés nacionales o incluso porque somos de los pocos países europeos que llevan un par de siglos sin invadir a sus vecinos, vaya usted a saber. El caso es que nos sentimos muy acogidos, y eso hizo que nuestro deambular por tierras helénicas fuera aún más agradable si cabe.

En esta primera aproximación, exploramos las dos ciudades principales, Atenas y Tesalónica, y pudimos hacer una excursión de un día al yacimiento de Delfos, a casi doscientos kilómetros de la capital. Lo que viene a continuación es un resumen de mis impresiones en cada uno de esos lugares.

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Atenas (Αθήνα)

La mayor ciudad de Grecia es una capital atípica, ya que a principios del siglo XIX era un municipio provinciano de menos de 50.000 residentes y hoy en día engloba a la tercera parte de los casi 11 millones de habitantes del país. Las ruinas de la época clásica son lo más vistoso y sin duda el reclamo principal, junto con los impresionantes museos que albergan valiosas piezas, conocidas por cualquier aficionado al arte y la historia. Uno no puede evitar quedar sobrecogido al contemplar en persona lugares tan señalados, cargados del peso majestuoso de los siglos. No obstante, para quien suscribe, la visita a la urbe quedaría incompleta si no incluyera largos paseos por los barrios más modernos y populares, donde circulan, trabajan y se divierten los nativos, esas zonas en las que es posible hacerse una vaga idea de cómo es vivir allí, plagadas todas ellas por centenares de gatos y con la omnipresencia invariable de los popes ortodoxos.

Sin esa contraposición entre lo típico y lo trivial no hay posibilidad de atisbar, lejanamente al menos, la verdadera realidad de un país. Además de subir a la Acrópolis, a la colina de Likavetto y de recorrer a fondo las salas del Museo Arqueológico, la plaza Sintagma o las calles pintorescas del barrio de Plaka, nos gustó tanto o más explorar el barrio anarquista de Exarjía, la zona de fiesta juvenil de Gazí o las variopintas callejuelas de Keramikós. Muchos de estos últimos lugares no son realmente bonitos ni turísticos, pero presentan un indudable interés para quien quiera ver también cómo es el país real, más allá de los monumentos. Gracias a la gran cantidad de recomendaciones que llevábamos apuntadas, cada día pudimos descubrir varios sitios fabulosos para comer o tomar algo, lo cual además de ofrecer un merecido descanso contribuyó a hacer más disfrutable la experiencia.

Naturalmente, nos quedaron muchas cosas por visitar o volver a examinar en detalle, aunque somos de la opinión de que cuanto más se deje uno por ver, más motivos tendrá para regresar, y eso es siempre algo positivo. Nos marchamos de allí con pena, porque a pesar de los problemas que atraviesa el país desde hace varios años, y cuyas secuelas resultan visibles hasta para el viajero de paso, la vida en Atenas, y en Grecia en general, es tranquila y amena, y ni tan siquiera las peores perspectivas de presente y futuro son capaces de amedrentar a un pueblo que sabe disfrutar del buen tiempo y los placeres de la vida cotidiana.

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Delfos (Δελφοί)

Nuestra única excursión fuera de los grandes núcleos de población fue al antiguo santuario de Apolo en Delfos, situado a casi tres horas de autobús de la capital del país. Al llegar allí, el paisaje sorprende y asombra por sí solo: un escarpado valle que desciende lentamente, en un despliegue de verdor, hasta el horizonte plateado de la costa, bajo el sol fastuoso del suave otoño mediterráneo. No es de extrañar que fuera en una de las laderas más elevadas, con vistas al mar, donde se erigió el lugar sagrado más importante de la Hélade, el “ombligo del mundo”. De aquello tan sólo quedan ruinas, bien cuidadas, eso sí, y como es práctica habitual, parcialmente reconstruidas para dar una idea de su antiguo esplendor, aunque la información y las piezas atesoradas en el museo de interpretación contiguo permiten imaginar con profusión de detalles la opulencia de aquel sitio durante la Antigüedad. Nuestra visita fue breve pero intensa, y nos llevamos un recuerdo mágico impregnado de sensaciones de atemporalidad.

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Tesalónica (Θεσσαλονίκη)

La segunda ciudad de Grecia en población e importancia no tiene grandes monumentos que destaquen por encima de un urbanismo gravemente maltratado durante su historia más reciente, sino que sus encantos deben buscarse en sus antiquísimas iglesias de tamaño generalmente muy modesto, ocultas y cercadas por edificios de viviendas de construcción más reciente y por el bullicio de la vida diaria. Enclave portuario desde la Antigüedad, el contraste no podría ser mayor entre el concurrido paseo marítimo de la ciudad baja, lleno de bares y animación, y los serenos barrios tradicionales de las zonas más viejas, en torno a la antigua fortaleza que desde una colina situada al norte domina el resto de la urbe. El ambiente es mucho más relajado que en la capital, y sus habitantes parecen acostumbrados a un modo de vida donde el estrés y el mal humor tienen menos cabida, lo que por allí se denomina jalará.

La antigua Salónica turca, que todavía conserva algunas mezquitas como muestra de su pasado musulmán, es a día de hoy una ciudad de estudiantes, cuya presencia dinamiza lo que sin ellos quizá sería una población grande pero provinciana. Existe también cierta conciencia de su estatus como capital del norte, dentro de la región que antaño fue la poderosa Macedonia, conquistadora de imperios, y actual vía de acceso a los países balcánicos del norte, con los que Grecia siempre ha tenido una estrecha vinculación histórica. Asimismo es patente el vínculo cultural con Oriente, más intenso que en el resto de Grecia debido al hecho de haber permanecido más tiempo bajo dominio otomano, y que se manifiesta, entre otras cosas, en la presencia de platos turcos entre las especialidades locales, como el fabuloso hünkâr beğendi. Ciudad de contrastes, por tanto, y también ciudad gastronómica y oasis de (relativa) tranquilidad, aunque todo esto bien podría aplicarse a casi cualquier punto de la geografía griega, que volveremos a explorar con gusto en cuanto tengamos ocasión.

Escuchando: Cosmic Atrophy – 2018 – The Void Engineers