La fiesta más antigua del mundo

Siendo madrileño de nacimiento, el Carnaval no ha sido nunca una festividad demasiado relevante para mí. Naturalmente en Madrid también se celebra, pero nunca de forma demasiado espectacular, que yo recuerde, y sobre todo sin la pompa y el brillo que caracterizan a otras localidades de la geografía hispánica. Recuerdo bien las cabalgatas del Día de Reyes de mi infancia y, más recientemente, las macrofiestas con motivo del Día del Orgullo Gay, probablemente la mejor festividad de la capital de España –mal que le pese a la derecha que la ha gobernado casi siempre–, pero me atrevería a afirmar que el Carnaval nunca ha sido algo típicamente madrileño.

En León capital, mi ciudad de adopción desde hace casi dos años, el Carnaval tampoco es una celebración excesivamente importante, al menos en comparación con la fama de que gozan, a nivel provincial, los Carnavales de La Bañeza o, un poco más lejos, los de Verín y alrededores. Por ese motivo, el desfile del sábado (18 de febrero, para más señas) por las calles del centro me sorprendió gratamente. Uno se esperaba un evento algo más modesto, pero el entusiasmo de asociaciones y AMPAs de colegios convirtió aquello en un espectáculo muy llamativo y colorido, una razón más que justificada para desafiar al crudo frío invernal que caracteriza a la capital leonesa por estas fechas del calendario.

Pero lo mejor estaba por llegar, quizá precisamente por la falta de expectativas o, por decirlo con más exactitud, de conocimiento por parte de un servidor. Tres días más tarde, por casualidades de la vida, quien suscribe volvía a personarse por las mismas avenidas céntricas para asistir a otro desfile, esta vez tradicional, del que poca idea tenía más allá de las someras explicaciones de los que lo animaron a ir a verlo. Quienes iban a pasearse esta vez por las calles más señaladas para deleite de los capitalinos eran agrupaciones de distintos pueblos de la provincia, cada uno con su folclore y terminología, bajo el nombre colectivo de “antruejos”, de misteriosas resonancias para el foráneo.

Visto desde la costumbre o la apatía, el acontecimiento podía ser un desfile más de trajes tradicionales sin especial interés para quien ya lo conozca. A mi lado, un adolescente se quejaba de que aquello era aburrido y los disfraces eran feos. No pude evitar sonreír ante aquella afirmación; era evidente que bonitos no eran, pero precisamente en ello radicaba todo su encanto. Lo que las distintas agrupaciones que iban pasando tenían en común, más allá de los distintos trajes y personajes, a cual más pintoresco, era el hecho de exhibir y representar monstruos y animales fantasiosos, claros reflejos y reminiscencias de un tiempo pagano antiquísimo en el que aún se veneraba la naturaleza y los ritos vinculados al calendario agrícola tenían la fuerza creadora atribuida a los antiguos dioses.

Asomado desde la acera de una ciudad moderna, uno se estremecía al constatar que lo que estaba viendo no era nada menos que la recreación contemporánea de una manifestación tan primitiva y lejana como los albores de la propia humanidad, que a través de aquellas máscaras monstruosas, burlonas figuras zoomorfas e interacciones traviesas y festivas con el público estaba conectando con un sentir primigenio, más antiguo que las religiones organizadas, la civilización y el dominio del entorno natural por parte del ser humano. Algo que todavía está latente en lo más profundo de la mente colectiva y nos enlaza con quienes nos precedieron hace miles de años.

Una revelación así causa cierto vértigo, pero también amplía la perspectiva, y sobre todo produce una sensación de fascinación al comprobar cómo, a pesar de la enorme distancia temporal, existe un hilo invisible que une a los seres humanos de distintas épocas en un mismo sentir que nos devuelve al origen de todo, a lo mucho y poco a la vez que hemos cambiado a lo largo de tantos siglos. Donde unos veían diversión, artesanía, música o tradición, uno veía todo eso al mismo tiempo y también el reflejo de la condición humana, soberbia e imparable en ocasiones, otras veces sujeta a sus miedos y esperanzas ancestrales, pero siempre observando la existencia con una mirada infantil, curiosa y despreocupada a un tiempo.

Escuchando: Orthodoxy – 2022 – Ater Ignis

Cambio de rumbo

Este blog, al igual que aquel que le precedió durante unos cuantos años, surgieron de mi necesidad de canalizar en un mismo sitio mis diversas inquietudes, de tal manera que tuviera un espacio en el que poder escribir sobre mis distintos intereses y ahondar en ellos. Muy pronto me di cuenta de que un contenido tan dispar no podía funcionar como blog más que para quien me conociera personalmente, pero durante mucho tiempo no he aspirado a otra cosa. En los últimos años, este lugar se ha convertido principalmente en receptáculo de las actualizaciones de mi plataforma principal, la web sobre metal extremo El Negro Metal, junto a ocasionales crónicas de conciertos y viajes, reseñas de los libros que más me llaman la atención y chorradas ocasionales. Todo ello representaba a la perfección mi abigarrada multiplicidad de intereses, pero hacía muy difícil que pudiera constituir un verdadero reclamo para alguien objetivamente interesado en leer un blog por el valor del mismo.

Desde que escribo en WordPress me he dado cuenta de que únicamente los escritos sobre literatura son los que tienen algún éxito, si es así como puede medirse el hecho de recibir alguna vez respaldo positivo por parte de gente que no me conoce de nada. Esto, unido a la evidencia de que no habrá entradas sobre conciertos o viajes en una buena temporada, y a que los enlaces a las publicaciones en El Negro Metal no sólo no interesarán a los lectores no metaleros sino que incluso podrían restar visibilidad a los artículos de la propia web debido a la duplicidad de fuentes, ha hecho que últimamente me haya planteado dar un giro al rumbo de este blog y centrarlo exclusivamente en el aspecto literario, sumando tal vez algún que otro tema más o menos relacionado, como puedan ser la traducción o los idiomas. Los memes absurdos que pergeño de vez en cuando seguramente sigan apareciendo, pero eso no debería ser más que una simple e intrascendente distracción, como lo ha sido hasta ahora.

Por ello, La Moneda de Belisario pasa a ser un espacio centrado principalmente en la literatura, no tanto por el objetivo confeso de atraer más visitantes, cosa un tanto complicada habida cuenta de lo modesto del formato, sino para convertir este cajón de sastre en algo un poquito más coherente y unitario, más ambicioso incluso, en la medida de lo posible. Hace tiempo que no escribo entradas personales, más por falta de necesidad que por decisión consciente, por lo que esta faceta tampoco se verá afectada. En cambio, en los últimos tiempos he ido interesándome cada vez más por la literatura y el mundo de la traducción literaria, por lo que quizá pueda aportar algo con un poco de valor en esos ámbitos, a diferencia de los eventuales comentarios de mero aficionado sobre cine, arte o política. Probablemente todo esto implique una merma en la frecuencia de las actualizaciones, pero quiero creer que el efecto será netamente positivo. Espero que mis improbables lectores tengan la paciencia de prestarse a juzgar por sí mismos.

Escuchando: Espiritismo – 2020 – Fragmentos de mundos paralelos

Recuerdos de Finlandia (2012-2013)

Una amiga francesa me pidió hace un tiempo que le enviara unas cuantas fotos de Finlandia para hacerse una idea de cómo es ese país. Pensé hacer algunas durante mi última visita a Helsinki el pasado verano, pero la cámara que llevaba conmigo era tan cutre que casi no salió ninguna realmente digna de ser compartida. Por eso, he repasado las que hice mientras vivía por allí en 2012-2013, con una cámara mucho mejor, y he hecho una selección más o menos representativa. Las primeras están tomadas durante el invierno en Helsinki o alrededores, las otras en verano, en la capital o en otros lugares del país. Se me ha ocurrido publicarlas aquí en abierto para que todos los interesados puedan disfrutarlas.

Une amie française m’a demandé il y a un certain temps de lui envoyer quelques photos de Finlande pour se faire une idée du pays. J’ai pensé à prendre plusieurs lors de ma dernière visite à Helsinki l’été dernier, mais la caméra que j’avais sur moi était si bidon que je n’ai pratiquement pas pu faire une seule qui soit digne d’être partagée. C’est pour ça que j’ai revu celles que j’avais fait quand j’habitais là-bas en 2012-2013, avec une caméra bien meilleure, et j’en ai fait une sélection plus ou moins représentative. Celles du début ont été prises en hiver à Helsinki et aux alentours, les autres en été, dans la capitale et dans d’autres endroits du pays. J’ai eu l’idée de les publier ici ouvertement afin que toutes les personnes intéressées puissent en profiter.

 

Plaza de la Estación de Ferrocarril bajo la lluvia, Helsinki / Place de la Gare Ferroviaire sous la pluie, Helsinki

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Finde en Oxford (20 al 23 de septiembre de 2019)

Sheldonian Theatre visto desde Broad Street

Mi última escapada me llevó hasta las cercanías de Londres, a una de las ciudades universitarias más conocidas de todo el mundo, y la más antigua de la esfera angloparlante. Además de una pequeña localidad de provincias llena de estudiantes, Oxford es un enclave histórico de gran relevancia, así como un importante reclamo turístico, tanto por la belleza de sus edificios de origen medieval como por el prestigio de sus “Colleges” centenarios o la ubicación de no pocos escenarios de filmación de las películas de Harry Potter, dato este último de enorme importancia para muchos de los visitantes, por lo que pudo ver un servidor, que lo desconocía por completo. Acostumbrado al cosmopolitismo y las enormes distancias a salvar en la capital del país, fue un gusto poder hacer a pie todas las visitas y descubrir cómo es la vida en una urbe inglesa de tamaño más modesto.

Vista de edificios junto a la Bodleian Library

Comparada con Londres, la ciudad conserva un marcado carácter británico, pese a estar habitada por personas oriundas de todas partes del mundo, quizá porque muchas de ellas acuden aquí con la firme intención de aprender e integrarse en la cultura nacional. Sorprende que resulte un lugar relativamente tranquilo pese a la magnitud del turismo y la desproporcionada representación de la siempre inquieta juventud, pero eso tal vez se deba principalmente a su tamaño todavía reducido y abarcable. Lo más destacable y al mismo tiempo fascinante de Oxford es la relativa armonía de su centro urbano, en el que edificios de distintas épocas y estilos conforman un conjunto de apariencia homogénea dentro de su diversidad. A la llamativa arquitectura se suma la no menos impresionante colección de bibliotecas universitarias, varias de ellas visitables, lo cual unido a la presencia de enormes librerías, un puñado de pubs acogedores y restaurantes variopintos, ofrece una estancia de lo más agradable y provechosa.

El Támesis a su paso por Oxford

Edificio de un College junto a su campo de rugby

Escuchando: Mefitis – 2019 – Emberdawn

Helsinki Death Fest (23 y 24 de agosto de 2019)

Durante mi reciente estancia en tierras finlandesas tuve la suerte de que justo el fin de semana que tenía libre, en mitad de las dos semanas que pasé por allí, fuera el escogido para celebrar un festival consagrado exclusivamente al death metal, con un cartel excepcional de grupos finlandeses e internacionales. Aún recuerdo con cierta nostalgia la clase de eventos que se organizan en Finlandia para honrar al metal en su máxima expresión: precio razonable, recintos más que adecuados, cerveza aceptable, buen ambiente y un espíritu muy auténtico. En el país nórdico tal vez no queden tantos bares de metal como había hasta hace poco, pero la buena organización de los conciertos es un valor que por fortuna no se está perdiendo.

El Helsinki Death Fest, que pese a su imaginativo nombre sumaba ya su cuarta edición, correspondió a la perfección a las características descritas, haciendo las delicias de los nativos así como del nutrido contingente de foráneos del que este cronista formaba parte. Por fortuna pude ir acompañado uno de los dos días, pero incluso la primera noche en solitario no tuve ocasión de aburrirme gracias a la calidad de las actuaciones y la presencia de múltiples puestecillos por los que curiosear. Las fotos que figuran a continuación son horrendas, debido a la falta de luz y a la distancia con respecto al escenario, pero no me resisto a incluirlas para obedecer a la, por lo general, agradable costumbre de ilustrar visualmente lo narrado.

Viernes 23 de agosto

Butcher ABC

El viernes cayó un tremendo diluvio sobre Helsinki, por lo que esperé a que la lluvia aminorara un poco antes de dirigirme hacia la sala (Ääniwalli), una antigua fábrica convertida en oscuro pero acogedor espacio de conciertos. Cuando accedí al recinto estaban tocando unos japoneses que confundí con Anatomia, para averiguar más tarde que se trataba de sus no menos veteranos paisanos Butcher ABC, un grupo de death/grind bastante potente aunque con un estilo excesivamente sencillo para el gusto de un servidor. Los músicos, no obstante, eran realmente buenos, y pese a no conectar del todo con su música me fue posible admirar su habilidad sobre el escenario.

Phrenelith

Tras ellos, y mediando un intervalo sorprendentemente largo para cambiar y probar los instrumentos (que fue la tónica general de todo el festival, aunque sin llegar a ser inaguantable), subieron a escena los daneses Phrenelith, uno de los platos fuertes de la noche al menos a mi juicio, después de haberlos pinchado ya más de una vez en La Naranja Metálica, a pesar de su escueta discografía. Su death metal cavernoso y aplastante daba más para un recital denso y solemne que para un asalto frenético, y ese fue el enfoque que adoptó la formación, respaldada por un sonido impecable que reflejaba los matices y permitía sumergirse en la corriente sónica y dejarse llevar. Sus temas elaborados y potentes se expresaron en toda su amplitud, para disfrute de un público que empezaba a ser bastante numeroso, pese a un reclamo tan específico y focalizado como es el death metal old school.

Deathchain

Los siguientes en tocar fueron los finlandeses Deathchain, un grupo de Kuopio que conocía de nombre pero al que nunca había escuchado. Desde los primeros segundos quedó claro que se trataba de una de esas formaciones que van al grano y no se andan con sutilezas. Su death/thrash dinámico y agresivo resulta un tanto plano y sencillo, pero funcionó a la perfección en un contexto festivalero lleno de gente con ganas de moverse. La animada interacción con el público, que parecía muy familiarizado con ellos, terminó de redondear una actuación que a quien suscribe no convenció tanto por lo musical como por la energía desprendida.

Funebrarum

Tras semejante descarga de caña, los encargados de cerrar la noche fueron los estadounidenses Funebrarum, otro grupo de larga trayectoria liderado por Daryl Kahan, un veterano de la escena de Nueva Jersey. Su death metal pesado en la onda de Incantation resultó muy adecuado para terminar la jornada sin prisas pero con rotundidad, aunque sus temas exhibían también una libertad creatividad que lograba apartarse de lo genérico y desarrollar un estilo propio rico y variado. Por si aquello fuera poco, entre sus filas milita desde hace poco Phil Tougas (Chthe’ilist), que se reveló como un fabuloso aporte a nivel de solos y guitarra principal. Con ello concluyó el primer día de festival, a una hora más que prudente para irse a descansar y recuperarse del cansancio de la semana.

Sábado 24 de agosto

El sábado pude acudir un poco más pronto, gracias a que el tiempo fue más benigno y a que esta vez me acercaron en coche desde la residencia de estudiantes que me sirvió de alojamiento. Al acceder al recinto pillé en mitad del recital a unos chavales de Turku con el peculiar nombre de Cumbeast, aunque pronto pude comprobar que no me había estado perdiendo nada demasiado interesante. Al brutal death mayormente genérico que practicaban se sumaban influencias de groove que acababan quitando a las canciones la poca gracia que pudieran tener. Los músicos eran majetes, eso sí, y el entender las bromas que hacían le puso algo de chispa a un concierto por lo demás un tanto anodino.

Sadism

El siguiente directo corrió a cargo de un grupo que no conocía de nada. Por su aspecto y sus gestos me parecieron sudamericanos, punto en el que acerté. Por los miembros más o menos jóvenes que incluían en su plantilla, sumado al hecho de no haber oído nunca hablar de ellos, pensé que sería una formación relativamente nueva, algo en lo que me equivoqué estrepitosamente. Sadism existen desde finales de los ochenta, y en su estilo pueden oírse claros ecos del death/thrash directo y rabioso de sus compatriotas Pentagram. Esa misma furia se manifestó en su actuación, otorgando a su música relativamente sencilla una potencia irresistible que energizó e hizo enloquecer al respetable. Fantástico concierto y un interesante descubrimiento para quien suscribe.

Gorephilia

A quienes venían después ya los conocía, al igual que los oyentes de La Naranja Metálica: los finlandeses Gorephilia. Dentro del estilo de death metal cavernoso no figuran entre mis favoritos, pero tenía curiosidad por ver qué tal se desenvolvían en directo. Con expresiones algo ausentes y ensimismadas, declararon que era el primer concierto que daban desde que había sucedido “aquello”, o eso creí entender al interpretar la frase en finés. Más tarde descubrí que se referían al suicidio de su vocalista el pasado mes de diciembre, lo que terminó de explicar la seriedad con la que acometieron la actuación. A pesar de ello, la música sonó muy bien, en especial la de su primera época, lo que me dio ganas de indagar más en esa parte de su discografía que todavía me es ajena.

Undergang

Cuando el siguiente conjunto subió al escenario, descubrí con sorpresa y asombro que compartía un miembro clave con el otro grupo danés de la víspera, cuyo estilo, técnicamente dentro del mismo género, está bastante alejado. Mientras que Phrenelith es death denso y pesado, la música de Undergang se enmarca dentro de una vertiente más básica y directa, heredera de Autopsy, una senda en la que el grupo ha sabido labrarse un camino propio original y distintivo. Comparada con la ejecución más fría y distante de Phrenelith, la actuación de Undergang fue agresiva y descarnada, terminando de poner en movimiento a las primeras filas que llevaban ya un buen rato agitándose intranquilas. Su último disco no me llamó demasiado la atención cuando lo escuché, hace ya un par de años, pero con aquel directo lograron convencerme.

Demilich

El lugar de honor en el cartel de aquella noche estaba reservado a uno de los grupos más míticos que ha dado el death metal finlandés: los legendarios Demilich. No son el nombre más conocido, ni el más prolífico, ni tan siquiera el más característico dentro de su escena nacional, pero probablemente sí sean el más original y peculiar de todos. A ello suman la particularidad de no haber publicado apenas nueva música a pesar de sus reiteradas reuniones, haber facilitado desde hace lustros la descarga gratuita de todo su material y, además, conservar casi intacta su plantilla original. Gracias al fantástico sonido de la sala, sus canciones enrevesadas, imaginativas y de resonancia casi extraterrenal se escucharon a la perfección y, cosa que un servidor no esperaba, fueron acogidas con tremendos moshpits en los que los presentes se implicaron como si fuera la última gran batalla de su vida. Los de Kuopio tuvieron el detalle de invitar a Phil Tougas a tocar con ellos una canción, lo que no solamente debió de suponer una inmensa ilusión para el chaval, sino que también volvió a obsequiarnos a los demás con su espectacular buen hacer.

Así terminó la segunda jornada, tan sobresaliente como la anterior y a la misma hora civilizada, aunque después de tanta caña e intensidad, quien suscribe no tenía necesidad alguna de proseguir la velada en un bar, ni tampoco fuerzas, todo sea dicho. El Helsinki Death Fest estuvo a la altura de las mejores expectativas, hasta en lo relativo a los grupos que apenas conocía de antemano, y me llevé de él un recuerdo muy grato, ante el cual probablemente muchos festivales futuros palidecerán. Desconozco si podré regresar a alguna otra edición, más que nada porque mi presencia en Finlandia aquellos días fue fruto de la más pura casualidad, pero me lo apunto como evento de referencia que aconsejaría sin dudarlo a cualquier aficionado al género.

Escuchando: Juluka – 1982 – Ubuhle Bemvelo

Regreso a Helsinki (16 de agosto al 1 de septiembre de 2019)

Volví hace un par de semanas de Finlandia, donde pasé dos semanas intensas de curso de traducción literaria, reencuentros y redescubrimientos. Pasado un tiempo prudencial, mi memoria recuerda principalmente lo mucho que aprendí y lo bien que me lo pasé, pero todavía no he podido olvidar del todo lo duros que fueron los madrugones ni lo mucho que costó mantener constantemente conversaciones en finés habiendo dormido demasiado poco. Esta última habilidad es una adquisición reciente que jamás pensé que estaría a mi alcance, como tampoco creí nunca que fuera a ser capaz de manejarme en ese idioma. Algo se ha conseguido, aunque para ello haya necesitado dieciséis años… La próxima meta es empezar a plantearme la traducción de alguna obra literaria, aunque para eso necesito todavía mucha preparación y aprendizaje.

La abultada programación del curso no dejó tiempo para mucho más entre semana, pero los findes sí pude emplearlos en reexplorar los lugares conocidos de cuando Helsinki era mi ciudad, asistir a un festival de death metal que parecía expresamente organizado con motivo de mi presencia y volver a quedar con viejos amigos y conocidos a los que hacía demasiado tiempo que no veía. Helsinki no ha cambiado sustancialmente en los seis años que llevaba sin visitarla, aunque sí se perciben cambios parciales que dan una idea de la evolución a grandes rasgos, como el aumento general de los precios o el marcado desarrollo de la construcción en determinadas zonas. Por lo general, sigue siendo el mismo sitio tranquilo y apacible en el cual la vida suele ser bastante segura sin dejar de ser interesante. Al menos en la capital, la oferta cultural y de ocio es bastante completa, aunque a mí me bastó con ver unos cuantos conciertos y visitar mis bares favoritos de antaño, que por fortuna seguían en pie prácticamente intactos.

Desde que puse un pie en el aeropuerto me invadió esa sensación de fascinación ante lo distintos que son allí el aire, la naturaleza, el trazado de las calles y el aspecto de los edificios, los olores o la forma distante pero relajada de relacionarse entre las personas. Todo ello lo recordaba con cariño, aunque me produjo la misma sensación de extrañeza, bienvenida y agradable, que experimentaba cada vez que volvía después de estar un par de semanas fuera. Lo curioso es que el tiempo acompañó bastante bien, porque de la lluvia sempiterna que auguraban los pronósticos a medio mes de mi llegada no quedó más que un solo día de tormenta, aunque eso sí, aquella mañana llovió por todas las demás. El resto de días hizo un sol radiante que me permitió pasear por la ciudad sin temor a empaparme de un momento a otro, comprar libros y recuerdos varios, disfrutar de los atardeceres efímeros y cambiantes característicos de esas latitudes, y también tomar alguna que otra foto, que no hace justicia ninguna, pero sí sirve para ilustrar someramente estas líneas.

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Estación de Ferrocarril, en el centro de Helsinki

Teatro Nacional, junto a la estación

Ateneum o museo de arte clásico, en la misma plaza de la estación

La torre del reloj de la estación, un símbolo del centro de la ciudad

Barcos amarrados en la orilla este de Helsinki

Vista desde el este de Helsinki, con la icónica fábrica de carbón al fondo

Plaza del Senado, en una tarde de sol

Vista sobre la Plaza del Mercado

Atardecer en Eiranranta

Los libros (físicos) que me traje

Primera islita (Valkosaari) saliendo de Helsinki hacia el sur

Escuchando: Nekrokrist SS – 2019 – Neljän käärmeen veljeskunta

 

Nuevas estivales

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El verano ha llegado ya con toda su intensidad calorífica, recordándonos lo que le espera al ser humano si sigue caldeando la atmósfera como lo lleva haciendo hasta ahora. Por suerte nuestra casa es más o menos fresquita, toda una rareza en Madrid, aunque eso implica como contrapartida que en invierno pasemos más frío que cuando vivíamos en Oporto sin calefacción. Pese a ser la época en la que más aprieta el calor, los días centrales y finales de junio me gustan especialmente por diversos motivos: es cuando acaba el curso escolar, con la conclusión de todo lo emprendido durante el año lectivo y la sensación de liberación que ello conlleva; se abre la veda de piscinas, días que duran hasta las 22 y media de la noche y terrazas agradables y, algo no menos importante, el jazmín todavía permanece en flor durante unos días y por todas partes se sigue extendiendo su perfume, que aprendí a distinguir y apreciar hace exactamente un año cuando estuvimos viajando por Andalucía y parece haberse adueñado también en los últimos tiempos de la capital. Pero quizá lo mejor sea la posibilidad de tener algo más de tiempo libre, ahora que ya no hay clases, que los negocios se ralentizan y la gente se marcha de vacaciones, y aprovecharlo haciendo esas cosas para las que normalmente nunca hay tiempo.

Este principio de verano estoy de enhorabuena, ya que he conseguido aprobar el último curso de finés de la Escuela de Idiomas, lo que no solamente constituye un triunfo personal, al poner el broche a un ciclo iniciado en una fecha tan lejana como 2003, cuando me matriculé en Finés I en la universidad sin tener la más remota idea de qué era eso, sino que también supone mi primer título obtenido después de muchos años estudiando en la EOI. Además de ser una lengua que utilizo a nivel profesional desde hace varios años, recientemente he tomado parte en varios cursos de traducción literaria que me han llevado a ser seleccionado para una formación de dos semanas sobre la materia a finales de agosto en Helsinki. Será la primera vez que regrese a Finlandia desde que vivimos allí entre 2012 y 2013, y también puede ser el principio de una futura carrera en ese ámbito, que todavía me sigue pareciendo lejano y casi impenetrable. Por desgracia iré yo solo, los gastos de la estancia únicamente se sufragan para el becado en cuestión. Antes de eso hay otro viaje previsto: una expedición con varios amigos por el sur de Francia, una zona que no tengo muy explorada, ya que no queda demasiado cerca de la Bretaña en la que estuve asentado. Tanto este plan como el finlandés han surgido sin que yo lo buscara mucho, pero han terminado por perfilar un verano intenso y completo en el que no habrá tiempo para aburrirse.

Acabo de comprobar que esta es la primera entrada realmente personal que publico en este blog, no porque hubiera decidido de antemano abstenerme de escribirlas, sino porque con los años cada vez cuento menos cosas, a pesar de estar haciendo más, una doctrina en la que, a mi parecer, todo son ventajas. De todas formas, este blog no sigue ninguna pauta ni línea determinada más allá de los intereses permanentes de su autor, por lo que si en algún momento, como ahora, se me ocurre compartir algo de carácter más personal, no veo ningún impedimento para hacerlo.

Hace tiempo concebía este tipo de escritos como una recapitulación de planes frustrados y una enumeración de futuros propósitos que, aunque entonces no fuera yo consciente, no tendrían por lo general una conclusión mucho más halagüeña. Con la edad uno reduce sus expectativas y tal vez también sus esperanzas, se concentra en lo que puede o sabe hacer y deja de lado lo que considera imposible, siguiendo un criterio un tanto pesimista y escasamente romántico en aras de una mayor eficacia. A grandes rasgos, se troca el optimismo por realismo, lo cual le hace a uno más funcional pero también algo más melancólico. No creo que sea algo forzosamente negativo, cada época vital tiene sus pros y sus contras. Actualmente, pese a trabajar más que nunca, estoy logrando estudiar, leer y escribir más que en los últimos años, lo cual es todo un logro de perseverancia y organización, pero también de saber elegir a qué no dedicar tiempo. Concluya pues este texto con una nota positiva: es una virtud irse dando cuenta de todas las cosas que no son realmente necesarias. ¡Que tengan un feliz verano!

Escuchando: Nucleus – 2019 – Entity

Viaje a Roma (21 a 25 de enero de 2019)

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Con este breve viaje a la capital de Italia concluimos el pequeño ciclo de visitas a lugares de la Antigüedad que siempre nos habían fascinado y todavía no nos habíamos atrevido a descubrir, que comenzó en octubre en Grecia y terminó tan sólo tres meses más tarde a orillas del Tíber. Aprovechamos que la coyuntura económica y temporal nos fue favorable, después de muchos meses de desequilibrios financieros, y nos lanzamos en sendas expediciones con la sospecha de que probablemente sean las últimas a escala internacional durante una temporada, hasta que consigamos atesorar esos ansiados ahorros que son la panacea soñada de cualquier autónomo. Pero esto no significa que a partir de ahora vayamos a quedarnos en casa todos los fines de semana y fiestas de guardar. De hecho, hace ya tiempo que estamos aprovechando nuestra posición central en la Península Ibérica para ir conociendo no pocos lugares de nuestro propio país que nunca antes habíamos pisado, tras muchos años deambulando por el extranjero.

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Foros Imperiales

Para quien ama la Historia, Roma es uno de esos lugares apasionantes en los que se gestó el Mundo Antiguo tal y como lo conocemos hoy. La concentración de lugares de gran importancia histórica, como la Colina del Capitolio, el Mausoleo de Augusto o el Coliseo, retrotrae al visitante hasta épocas pasadas de enorme relevancia para el futuro de la Humanidad y que siguen ejerciendo una inmensa fascinación después de muchos siglos. Pese al aspecto ruinoso y desolado de muchos de estos enclaves, todos ellos poseen una fuerza evocadora que, aliada al conocimiento histórico de que disponemos a día de hoy, logra que sigamos apreciando su majestuosidad a pesar de su estado deteriorado y fragmentario. Paseando por los antiguos Foros romanos, por ejemplo, uno se sumerge de lleno en lo que pudo ser la bulliciosa vida de la capital del mayor imperio que haya conocido Occidente. Al contemplar el Panteón desde fuera y sobre todo por dentro, el viajero se maravilla ante la solidez y firmeza de una construcción que parece haber soportado casi intacta el inclemente paso del tiempo. Cuando se descubre el Ara Pacis, un monumento menor cuya importancia ha sido sabiamente realzada gracias a un museo llamativo y muy didáctico articulado en torno a la modesta estructura, es imposible no rendirse a la evidencia de que hasta los restos en apariencia más discretos están repletos de interés e información cuando se abordan con la metodología adecuada. Todo esto hace de la actual capital italiana un museo a cielo abierto o, mejor aún, una puerta para descubrir los cimientos de la civilización que consideramos propia.

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Laocoonte y sus hijos

Otro aspecto muy destacable y sin duda indisociable del anterior es la faceta artística de la ciudad del Tíber. A la riqueza incalculable de los Museos Vaticanos, que engloban obras maestras de todas las épocas y estilos (Pinacoteca, Museo de estatuas, Estancias de Rafael, Capilla Sixtina), se suman las colecciones no menos impresionantes de los Museos Capitolinos, repletos de arte clásico (escultura sobre todo), además de lienzos renacentistas y barrocos, y la Villa Borghèse, con cuadros (Caravaggio) y esculturas (Bernini) de primer nivel. La profusión de obras de categoría y fama internacional llega casi a abrumar, cuando uno se percata de que los numerosos museos de Roma albergan en conjunto una parte importante de las piezas más célebres de la Historia del Arte. También resulta curioso constatar que la mayoría de ellos no se limita a ningún siglo o corriente, sino que mezcla alegremente escuelas y formatos de distintas épocas sin que la perspectiva global se vea menoscabada. Al contrario, la contraposición de obras dispares que no obstante se inscriben claramente en una misma evolución del arte occidental permite observar las influencias y diferencias a lo largo de los siglos y apreciar la particularidad de cada movimiento dentro de un contexto de amplísimo alcance. Pero las instituciones museísticas no tienen el monopolio del arte, ya que las innumerables iglesias de la capital a menudo alojan piezas no menos valiosas y reseñables, accesibles no sólo a la fe del creyente, sino también a la curiosidad del turista. La propia estructura y el aspecto de estos templos da forma a la imagen arquitectónica de la ciudad, pero el arte puro también tiene su sitio en el espacio urbano, ya que a través de las incontables fuentes, estatuas y monumentos en exteriores, las artes plásticas de todas las épocas son omnipresentes en las calles, plazas y recovecos del paisaje romano.

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Interior de la Basílica de San Pedro

La historia y el arte son dos constantes que en Roma están firmemente imbricadas con otra cuya importancia no es menos destacada: la religión. Como en todo el Occidente cristiano, las iglesias jalonan en gran medida el trazado urbano, pero en pocas urbes gozan del esplendor que aquí poseen. Además de las enormes basílicas, como San Juan de Letrán, las pequeñas iglesias con su tesoro artístico correspondiente, tales como Santa María del Popolo, o los templos sui generis al estilo de Santa María in Trastévere, la gigantesca mole de San Pedro domina la ciudad entera desde la otra orilla del río, atrayendo a cientos de miles de peregrinos que acuden a ver la que ha sido sede del Papado desde hace cientos de años. Al recorrer la descomunal amplitud y riquísima decoración de la mayor basílica de la Cristiandad, uno piensa en la fascinación que tanta magnificencia ha suscitado en la imaginación de generaciones enteras de creyentes, pero también en la grotesca ostentación de poder y riqueza terrenal que provocó la justa indignación de muchos, empezando por Lutero. Las tiendas modernas de suvenires han tomado el relevo de las antiguas ventas de indulgencias, y en los alrededores del Vaticano es posible encontrar una abigarrada concentración de comercios que venden todo tipo de objetos que apelan al bolsillo de los visitantes, y sin duda serían blanco de la ira del Jesucristo bíblico si regresara para comprobar en qué se ha convertido el mayor de los monumentos teóricamente erigidos para honrar su palabra. No obstante, esta comercialización masiva de los atributos de Roma no es exclusiva de los puntos clave del turismo religioso, sino que abarca la ciudad entera. Probablemente el destino más visitado de Europa, con permiso de la no menos icónica capital de Francia, aquí la huella foránea se hace notar en la profusión de tiendas, restaurantes y reclamos turísticos, así como en los precios de los mismos, por no hablar de las aglomeraciones de grupos y turoperadores. La ventaja de haber escogido el primer mes del año para el viaje, a pesar del frío y la lluvia que ello conllevaba, es que las calles estaban bastante vacías, pero aun así encontramos una nutrida afluencia al adentrarnos en cualquier emplazamiento de renombre, por lo que temblamos imaginando cómo debe de ser la urbe en temporada estival.

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Monumento a Vittorio Emanuele II o Altare della Patria

Indiscutiblemente lo que más nos atraía de Roma es todo lo relativo a su historia y riqueza artística, pero al igual que en Grecia y otros de nuestros destinos anteriores, también teníamos curiosidad por conocer cómo es y funciona la ciudad moderna y cómo viven sus habitantes. Lo cierto es que, como ocurre en París, al pasear por las zonas más céntricas uno se codea casi exclusivamente con extranjeros, y los únicos nativos con los que entabla contacto son aquellos que se dedican al sector servicios. Precisamente fue con estos últimos con quienes pudimos charlar un poco y sacar el máximo partido a nuestros pobres conocimientos de italiano que, como cualquier español puede comprobar, ganan mucho si se parla con confianza y esforzándose por imitar bien el acento. Por lo general la gente fue bastante simpática, sobre todo para una ciudad tan literalmente inundada por los turistas. Bastaba con preguntar cómo se decía tal o cual cosa para iniciar una conversación, aunque lo más parecido a una interacción natural con la población local fue cuando un miembro de la comunidad de San Egidio nos invitó a visitar Santa María in Trastévere y tomar parte en su celebración, cosa que hicimos, además de por no contrariar su amable ofrecimiento, para poder contemplar con tranquilidad los espléndidos mosaicos de inspiración bizantina que coronan el retablo principal. Por lo demás, imagino que para hacerse una idea más cercana de lo que puede ser la vida en Roma para la gente de allí habría que moverse por los barrios periféricos o en compañía de cicerones autóctonos, lo cual lamentablemente no fue nuestro caso.

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Tiramisú casero

Pensándolo bien, nuestro contacto más intenso con la Roma “viva” fue a través de la gastronomía. Gracias a nuestro fiel Guide du Routard encontramos multitud de bares, restaurantes y bistrots donde poder degustar todo tipo de platos típicos italianos, bastante distintos de las variedades que se venden como tal en España. Al cabo de un par de días comprendimos hasta qué punto la comida es algo de enorme importancia en la cultura del país, donde cada tipo de pasta tiene su propio acompañamiento predilecto, una modificación de un solo ingrediente en una salsa (como el ragù) determina distintas variaciones regionales de la misma receta, y los platos tradicionales remiten directamente a regiones o ciudades concretas, como es el caso de la saltimbocca, eminentemente romana. En general, tanto primeros y segundos como vinos, postres o licores exhiben la misma riqueza y variedad que en España, y se veneran y disfrutan con un placer muy mediterráneo con el que nos sentimos totalmente identificados. No es difícil entender por qué los habitantes del Norte de Europa pasan siempre que pueden sus vacaciones en el Sur: clima, gastronomía y dolce vita son reclamos irresistibles para los acostumbrados al frío y la aspereza tanto en el entorno como en las propias relaciones humanas. Yo soy el primero en disfrutar de los contrastes y curiosidades que se descubren al visitar un país muy distinto al de uno, como me ocurrió en Finlandia, pero cuando viajo al extranjero y veo que la gente se reúne en familia, habla a gritos, hace ruido y aspavientos por la calle y no se toma nada demasiado en serio, es imposible evitar sentirse como en casa, y la sensación es infinitamente agradable.

Escuchando: Cruel – 2013 – Witches Danze to Me, Come to Die

Viaje a Grecia (23 de octubre a 1 de noviembre de 2018)

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Viajar a Grecia no solamente es descubrir los famosos enclaves de la Antigüedad que uno conoce a través de los libros de Historia, también es sumergirse en una cultura mediterránea tan calurosa y acogedora como la nuestra y, cosa no menos importante, acercarse a una gastronomía que comparte muchos de sus ingredientes con la ibérica, pero preparados de formas distintas y originales. Pese a la gran expectación previa, procuramos ir sin ninguna idea preconcebida y dejarnos sorprender por lo que encontraríamos sobre el terreno.

Lo que más nos agradó probablemente fue la simpatía de la gente, que no por estar acostumbrada a ver turistas recorriendo sus playas y ciudades deja de ser extremadamente amable y servicial. Como en muchas otras zonas del planeta, los españoles caemos muy bien, tal vez por solidaridad sureuropea, por la empatía que genera la relevancia de nuestro fútbol y demás clichés nacionales o incluso porque somos de los pocos países europeos que llevan un par de siglos sin invadir a sus vecinos, vaya usted a saber. El caso es que nos sentimos muy acogidos, y eso hizo que nuestro deambular por tierras helénicas fuera aún más agradable si cabe.

En esta primera aproximación, exploramos las dos ciudades principales, Atenas y Tesalónica, y pudimos hacer una excursión de un día al yacimiento de Delfos, a casi doscientos kilómetros de la capital. Lo que viene a continuación es un resumen de mis impresiones en cada uno de esos lugares.

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Atenas (Αθήνα)

La mayor ciudad de Grecia es una capital atípica, ya que a principios del siglo XIX era un municipio provinciano de menos de 50.000 residentes y hoy en día engloba a la tercera parte de los casi 11 millones de habitantes del país. Las ruinas de la época clásica son lo más vistoso y sin duda el reclamo principal, junto con los impresionantes museos que albergan valiosas piezas, conocidas por cualquier aficionado al arte y la historia. Uno no puede evitar quedar sobrecogido al contemplar en persona lugares tan señalados, cargados del peso majestuoso de los siglos. No obstante, para quien suscribe, la visita a la urbe quedaría incompleta si no incluyera largos paseos por los barrios más modernos y populares, donde circulan, trabajan y se divierten los nativos, esas zonas en las que es posible hacerse una vaga idea de cómo es vivir allí, plagadas todas ellas por centenares de gatos y con la omnipresencia invariable de los popes ortodoxos.

Sin esa contraposición entre lo típico y lo trivial no hay posibilidad de atisbar, lejanamente al menos, la verdadera realidad de un país. Además de subir a la Acrópolis, a la colina de Likavetto y de recorrer a fondo las salas del Museo Arqueológico, la plaza Sintagma o las calles pintorescas del barrio de Plaka, nos gustó tanto o más explorar el barrio anarquista de Exarjía, la zona de fiesta juvenil de Gazí o las variopintas callejuelas de Keramikós. Muchos de estos últimos lugares no son realmente bonitos ni turísticos, pero presentan un indudable interés para quien quiera ver también cómo es el país real, más allá de los monumentos. Gracias a la gran cantidad de recomendaciones que llevábamos apuntadas, cada día pudimos descubrir varios sitios fabulosos para comer o tomar algo, lo cual además de ofrecer un merecido descanso contribuyó a hacer más disfrutable la experiencia.

Naturalmente, nos quedaron muchas cosas por visitar o volver a examinar en detalle, aunque somos de la opinión de que cuanto más se deje uno por ver, más motivos tendrá para regresar, y eso es siempre algo positivo. Nos marchamos de allí con pena, porque a pesar de los problemas que atraviesa el país desde hace varios años, y cuyas secuelas resultan visibles hasta para el viajero de paso, la vida en Atenas, y en Grecia en general, es tranquila y amena, y ni tan siquiera las peores perspectivas de presente y futuro son capaces de amedrentar a un pueblo que sabe disfrutar del buen tiempo y los placeres de la vida cotidiana.

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Delfos (Δελφοί)

Nuestra única excursión fuera de los grandes núcleos de población fue al antiguo santuario de Apolo en Delfos, situado a casi tres horas de autobús de la capital del país. Al llegar allí, el paisaje sorprende y asombra por sí solo: un escarpado valle que desciende lentamente, en un despliegue de verdor, hasta el horizonte plateado de la costa, bajo el sol fastuoso del suave otoño mediterráneo. No es de extrañar que fuera en una de las laderas más elevadas, con vistas al mar, donde se erigió el lugar sagrado más importante de la Hélade, el “ombligo del mundo”. De aquello tan sólo quedan ruinas, bien cuidadas, eso sí, y como es práctica habitual, parcialmente reconstruidas para dar una idea de su antiguo esplendor, aunque la información y las piezas atesoradas en el museo de interpretación contiguo permiten imaginar con profusión de detalles la opulencia de aquel sitio durante la Antigüedad. Nuestra visita fue breve pero intensa, y nos llevamos un recuerdo mágico impregnado de sensaciones de atemporalidad.

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Tesalónica (Θεσσαλονίκη)

La segunda ciudad de Grecia en población e importancia no tiene grandes monumentos que destaquen por encima de un urbanismo gravemente maltratado durante su historia más reciente, sino que sus encantos deben buscarse en sus antiquísimas iglesias de tamaño generalmente muy modesto, ocultas y cercadas por edificios de viviendas de construcción más reciente y por el bullicio de la vida diaria. Enclave portuario desde la Antigüedad, el contraste no podría ser mayor entre el concurrido paseo marítimo de la ciudad baja, lleno de bares y animación, y los serenos barrios tradicionales de las zonas más viejas, en torno a la antigua fortaleza que desde una colina situada al norte domina el resto de la urbe. El ambiente es mucho más relajado que en la capital, y sus habitantes parecen acostumbrados a un modo de vida donde el estrés y el mal humor tienen menos cabida, lo que por allí se denomina jalará.

La antigua Salónica turca, que todavía conserva algunas mezquitas como muestra de su pasado musulmán, es a día de hoy una ciudad de estudiantes, cuya presencia dinamiza lo que sin ellos quizá sería una población grande pero provinciana. Existe también cierta conciencia de su estatus como capital del norte, dentro de la región que antaño fue la poderosa Macedonia, conquistadora de imperios, y actual vía de acceso a los países balcánicos del norte, con los que Grecia siempre ha tenido una estrecha vinculación histórica. Asimismo es patente el vínculo cultural con Oriente, más intenso que en el resto de Grecia debido al hecho de haber permanecido más tiempo bajo dominio otomano, y que se manifiesta, entre otras cosas, en la presencia de platos turcos entre las especialidades locales, como el fabuloso hünkâr beğendi. Ciudad de contrastes, por tanto, y también ciudad gastronómica y oasis de (relativa) tranquilidad, aunque todo esto bien podría aplicarse a casi cualquier punto de la geografía griega, que volveremos a explorar con gusto en cuanto tengamos ocasión.

Escuchando: Cosmic Atrophy – 2018 – The Void Engineers