Eliade, Mircea – Le sacré et le profane (1965)

Eliade, Mircea – Le sacré et le profane, Idées nrf, Gallimard, 1965 (original en alemán de 1957)

Encontré este pequeño volumen, de escasas doscientas páginas, hace unos años en el pintoresco mercadillo de libros de la Place Hoche en Rennes, donde me hice con alguna otra joya de saldo. Tenía ganas de leer algo de Mircea Eliade debido a referencias varias, y me pareció una buena idea empezar por esta «introducción general al estudio fenomenológico e histórico de los hechos religiosos», según la definición que ofrece el prólogo a esta edición. El propio autor revela que lo que se propuso hacer fue una síntesis de los temas tratados mucho más extensamente en anteriores obras suyas más canónicas, y aunque no pierda la ocasión de disculparse por lo simplificado y resumido del enfoque, lo cierto es que para quien aborda su pensamiento desde el desconocimiento absoluto y deseando principalmente una somera introducción este posiblemente sea el mejor punto de partida.

La finalidad de este librito es tratar de aproximarse a la mentalidad y la forma de ver el mundo del homo religiosus, en un contexto global cada vez más desacralizado (nótese que el autor escribía en los años 50 y 60). Por “hombre religioso” no se entiende a un feligrés de ninguna de las grandes religiones que subsisten en la actualidad, que Eliade señala como mucho más refinadas y complejas (y con distintas características, como el anclaje en la historia, en el caso de los monoteísmos de origen semítico), sino más bien a quienes estaban apegados a una religiosidad más pura y arcaica, que tan sólo puede encontrarse en los cultos de la Antigüedad o bien en las sociedades primitivas que todavía perviven (o pervivían hace sesenta años) en las regiones más remotas del planeta. Así, las fuentes en las que se basan la mayoría de las afirmaciones y generalidades son las costumbres y creencias de pueblos indígenas de Norteamérica, el Ártico, Oceanía, Asia o África, así como los textos sagrados de las religiones antiguas que disponen de ellos, principalmente el budismo y el hinduismo, pero también los antiguos mitos griegos.

La obra está dividida en cuatro partes que corresponden a sendas áreas temáticas en las que desglosar el hecho religioso primigenio: el espacio sagrado (lugares), el tiempo sagrado (mitos), la sacralidad de la naturaleza y la religión cósmica (cosmovisión) y la existencia humana y la vida santificada (ritos). Las dos primeras marcan el contexto en el que se desarrolla la religiosidad antigua. Por un lado, la importancia de designar un axis mundi o centro del mundo, común a casi todas las culturas, en el cual el hombre religioso desea vivir porque es al mismo tiempo el punto fundacional y la conexión con el plano de la divinidad. Por otro, la idea del tiempo como eterno retorno cíclico de un tiempo mítico y sagrado que remite a la creación del mundo por parte de los dioses y debe ser repetido regularmente para imbuir de sacralidad la vida humana y anclarla en la realidad que realmente importa, que es la de lo divino. En esta visión del mundo, el hombre vive en contacto permanente con lo sagrado y sigue el modelo establecido por los mitos, que son la realidad original y suprema de la existencia.

Los dos últimos temas se centran la manera de ver el mundo y funcionar que tenía el hombre religioso primitivo. En el caso de la cosmovisión, se establece que la naturaleza y el cosmos entero son sagrados porque son una creación de los dioses, lo que explica la importancia de los innumerables símbolos celestes y acuáticos, muchos de ellos asumidos posteriormente por el cristianismo, que les dotó de significados adicionales. De ahí provendría, entre otras cosas, el encanto o misticismo de la naturaleza que aún pervive con fuerza en las sociedades desacralizadas de hoy. Desde el punto de vista de los ritos, dado que el mundo entero es sagrado, todas las facetas de la vida requieren la existencia de rituales, costumbres y símbolos cotidianos que recuerden la creación del mundo. Esto explica la importancia fundamental de los ritos de paso e iniciación, que vertebraban la organización social y, en su variante laica, todavía persisten en muchas de las interacciones sociales del mundo moderno.

Más allá del interesante trabajo de síntesis elaborado por Eliade para comprender la religiosidad del mundo antiguo, lo que más puede atraer al lector moderno tal vez sea comprobar cómo muchos de los elementos esenciales descritos han sobrevivido, transformados, y siguen explicando parte del pensamiento y el obrar del ser humano en nuestros días. El hombre religioso primigenio es nuestro ancestro y, lo queramos o no, descendemos de él, lo que explica muchas de las creencias más o menos vagas o difuminadas que seguimos albergando. La evolución ha sido muy gradual y la humanidad actual es muy diferente de la de la época antigua o las sociedades primitivas mencionadas en el libro, pero es muy curioso ver cómo en sociedades supuestamente laicas o aconfesionales aún mantenemos con el mundo que nos rodea, en algunos aspectos, una relación tan profundamente religiosa como la que caracterizaba a nuestros antepasados. Es importante saber de dónde venimos, entre otras cosas, para saber quiénes somos y hacia dónde podemos seguir avanzando.

Eliade afirma que, aun camuflado, sigue habiendo mucho de religioso en el mundo moderno. Cita ejemplos realmente sorprendentes, como el comunismo, cuya naturaleza mesiánica le confiere tintes de verdadera religión política, o el psicoanálisis, que funciona mediante símbolos e imágenes culturales, y cuya incursión en el universo de los sueños y el inconsciente tiene mucho en común con los sistemas iniciáticos propios de las sociedades arcaicas. La religiosidad se mantendría pues en el ámbito de lo irracional, y por tanto sería parte integrante del ser humano aún a día de hoy porque, sostiene el autor, no hay nadie que sea exclusivamente racional. En las últimas páginas se aventura un último planteamiento: la irreligiosidad contemporánea sería, desde un punto de vista religioso, una nueva “caída” del hombre, que deja atrás por fin las religiones monoteístas, tratando de desprenderse de cualquier rastro de divinidad para ser totalmente libre, pero conservando todavía, paradójicamente, algunos de los rasgos esencialmente religiosos que definieron a sus ancestros más remotos, en una perpetuación parcial, aunque inconsciente e involuntaria, del eterno retorno primordial.

Escuchando: Serpent Ascending – 2022 – Hyperborean Folklore