Kaufmann, Thomas – Martin Luther (2006)

Kaufmann, Thomas – Martin Luther, C.H.Beck Wissen, Múnich, 2006 (4ª edición, 2016)

No es mi intención recomendar un libro breve, y mucho menos en alemán, sobre un personaje tan importante y de vida tan densa y significativa, pero quiero hablar de esta lectura porque forma parte de mi modesto plan para conocer las religiones del mundo sin esperar a tener tiempo para leer obras más largas y exhaustivas al respecto; desde hace ya unos años soy consciente de que ese tiempo ideal no va a llegar nunca, al menos en el futuro próximo. Ese es el motivo por el cual, de un tiempo a esta parte, opto por formatos más modestos, obras o textos más breves y accesibles, aunque lógicamente también más parciales y menos profundos. Así, en los últimos tiempos he leído sobre budismo e hinduismo, y más recientemente llegó el turno de aprender algo sobre la máxima figura del protestantismo, concretamente a través de un librito que me compré cuando vivía en Sajonia, justo el año en que se celebró el V centenario de la Reforma luterana (1517-2017).

Naturalmente no voy a extenderme aquí en exceso sobre la vida ni sobre los hechos del protagonista, principalmente porque la obra que he leído no es lo bastante completa como para haberme proporcionado toda la información necesaria que me permitiría hacerlo, pero también porque no creo que este blog sea el lugar donde acometer semejante tarea, habiendo tantos otros libros y recursos más adecuados a disposición de los posibles interesados. Lo que sí quiero hacer es comentar algunos puntos y datos que me han llamado la atención sobre el personaje, sus hazañas y su época, cosa que a mí me resulta más interesante (y menos cansada) y tal vez sea también más relevante para los intempestivos lectores.

Lo más destacable de esta lectura ha sido el personaje en sí, Martín Lutero, un hombre de mundo pero profundamente religioso que, pese a estar encaminado hacia unos estudios seculares, decidió convertirse en monje después de una experiencia traumática durante la cual prometió tomar los hábitos si sobrevivía a una tormenta. Sea o no del todo cierta la anécdota, contada a posteriori por el propio protagonista, lo cierto es que revela una profunda fe cristiana, que se vería demostrada una y otra vez en los acontecimientos posteriores. También sorprende la prodigiosa capacidad de trabajo del biografiado, que le llevó a traducir numerosos textos bíblicos durante su vida así como redactar y publicar los suyos propios a un ritmo vertiginoso.

Esta inclinación al trabajo se veía complementada por una increíble perspicacia y un más que notable don de la oportunidad, que lejos de cualquier fanatismo religioso le hicieron ver que existían las condiciones sociales y políticas para poner en marcha la Reforma que planteaba para la Iglesia, a saber: una jerarquía eclesiástica altamente corrompida, el descontento a nivel político de un amplio sector de la nobleza alemana y las tendencias mesiánicas y apocalípticas de la gente humilde. A pesar de terminar oponiéndose a las aspiraciones de igualdad social del campesinado que originalmente se dejó alentar por él, esa comprensión del mundo real en el que vivía Lutero es lo que aseguró que su movimiento pudiera prosperar, además del acierto de saber rodearse siempre de colaboradores fieles y capaces, como su fiel Melanchthon.

La faceta lingüística también merece ser comentada, al menos bajo el criterio del traductor profesional que escribe estas líneas. Lutero fue un consumado exégeta de la Biblia, y su traducción no sólo fue un prodigio de destreza y erudición, sino todo un hito en el idioma alemán, que contribuyó a dinamizar y enriquecer. Hoy día parece impensable que no estuviera permitido traducir un libro sagrado para conocimiento de todos, pero no hay que olvidar que había muchos motivos para que así fuera. No obstante, la intención de Lutero no era tanto democratizar el acceso a la Biblia como llegar a la verdad pura del texto y de las enseñanzas. Esta es una idea que nos queda lejos: puesto que las Sagradas Escrituras eran palabra literal de Dios, absolutamente todo lo que se decía en ellas era verdad revelada, más real que cualquier conocimiento u opinión de los hombres. Afortunadamente cinco siglos después ya no es tanta la gente que piensa de ese modo; ahora se sabe que es una obra de inspiración divina quizá, pero muy humana en su factura.

Lutero quiso reformar la Iglesia Católica y acabó creando la suya propia, una iglesia «hereje» como su creador y muy circunscrita geográficamente (parte de Alemania y los países escandinavos), que subsiste hasta la actualidad, tal vez con más resiliencia que la Iglesia de Roma por eso de ser menos conservadora en lo social y estar más integrada en cada estado individual. La iglesia luterana fue la primera de las muchas iglesias protestantes que fueron surgiendo después, a raíz de las múltiples controversias y escisiones que hubo dentro del campo de los “rebeldes”. Quizá la suya ha sido siempre la más seria y legítima, a diferencia de todas esas confesiones evangélicas absurdas y literalistas que abundan a día de hoy, como esas iglesias recién aterrizadas desde EE. UU. que arrasan entre las poblaciones más desfavorecidas de Europa y Latinoamérica con su mezcla de devoción ciega y culto al éxito material. Puede que Lutero también fuera vehemente y combativo, pero al menos su teología era sólida y tenía una buena base.

Con sus luces y sombras, su postura valiente y dinámica pero también su conservadurismo social, antisemitismo y ferocidad contra las opiniones contrarias, la figura de nuestro protagonista resulta tan fascinante como humana, muy anclada en su época pero a la vez bastante entendible desde la nuestra. Lutero fue un gran estudioso que supo estar siempre cerca del pueblo en su doble faceta vitalicia de profesor y predicador. Contrario al misticismo y la fe individual, para él lo que contaba era la comunidad, mostrando un enfoque sorprendentemente social. Aunque al parecer los postulados dogmáticos de Lutero ya hayan sido superados por la teología posterior, no cabe duda de que su sitio en la historia de su siglo es fundamental para entender la Europa que vino después, y sigue siendo objeto de gran interés, admirado por muchos y vilipendiado por otros tantos. Por si todo lo dicho fuera poco, a mí me ha servido como excusa para sumergirme en la lengua alemana escrita más allá de los manuales de lavadoras, contratos y actas notariales en ese idioma a los que me enfrento a diario, lo que supone otro motivo más para celebrar esta lectura.

Escuchando: Тінь Сонця – 2007 – Полумяна рута

Eliade, Mircea – Le sacré et le profane (1965)

Eliade, Mircea – Le sacré et le profane, Idées nrf, Gallimard, 1965 (original en alemán de 1957)

Encontré este pequeño volumen, de escasas doscientas páginas, hace unos años en el pintoresco mercadillo de libros de la Place Hoche en Rennes, donde me hice con alguna otra joya de saldo. Tenía ganas de leer algo de Mircea Eliade debido a referencias varias, y me pareció una buena idea empezar por esta «introducción general al estudio fenomenológico e histórico de los hechos religiosos», según la definición que ofrece el prólogo a esta edición. El propio autor revela que lo que se propuso hacer fue una síntesis de los temas tratados mucho más extensamente en anteriores obras suyas más canónicas, y aunque no pierda la ocasión de disculparse por lo simplificado y resumido del enfoque, lo cierto es que para quien aborda su pensamiento desde el desconocimiento absoluto y deseando principalmente una somera introducción este posiblemente sea el mejor punto de partida.

La finalidad de este librito es tratar de aproximarse a la mentalidad y la forma de ver el mundo del homo religiosus, en un contexto global cada vez más desacralizado (nótese que el autor escribía en los años 50 y 60). Por “hombre religioso” no se entiende a un feligrés de ninguna de las grandes religiones que subsisten en la actualidad, que Eliade señala como mucho más refinadas y complejas (y con distintas características, como el anclaje en la historia, en el caso de los monoteísmos de origen semítico), sino más bien a quienes estaban apegados a una religiosidad más pura y arcaica, que tan sólo puede encontrarse en los cultos de la Antigüedad o bien en las sociedades primitivas que todavía perviven (o pervivían hace sesenta años) en las regiones más remotas del planeta. Así, las fuentes en las que se basan la mayoría de las afirmaciones y generalidades son las costumbres y creencias de pueblos indígenas de Norteamérica, el Ártico, Oceanía, Asia o África, así como los textos sagrados de las religiones antiguas que disponen de ellos, principalmente el budismo y el hinduismo, pero también los antiguos mitos griegos.

La obra está dividida en cuatro partes que corresponden a sendas áreas temáticas en las que desglosar el hecho religioso primigenio: el espacio sagrado (lugares), el tiempo sagrado (mitos), la sacralidad de la naturaleza y la religión cósmica (cosmovisión) y la existencia humana y la vida santificada (ritos). Las dos primeras marcan el contexto en el que se desarrolla la religiosidad antigua. Por un lado, la importancia de designar un axis mundi o centro del mundo, común a casi todas las culturas, en el cual el hombre religioso desea vivir porque es al mismo tiempo el punto fundacional y la conexión con el plano de la divinidad. Por otro, la idea del tiempo como eterno retorno cíclico de un tiempo mítico y sagrado que remite a la creación del mundo por parte de los dioses y debe ser repetido regularmente para imbuir de sacralidad la vida humana y anclarla en la realidad que realmente importa, que es la de lo divino. En esta visión del mundo, el hombre vive en contacto permanente con lo sagrado y sigue el modelo establecido por los mitos, que son la realidad original y suprema de la existencia.

Los dos últimos temas se centran la manera de ver el mundo y funcionar que tenía el hombre religioso primitivo. En el caso de la cosmovisión, se establece que la naturaleza y el cosmos entero son sagrados porque son una creación de los dioses, lo que explica la importancia de los innumerables símbolos celestes y acuáticos, muchos de ellos asumidos posteriormente por el cristianismo, que les dotó de significados adicionales. De ahí provendría, entre otras cosas, el encanto o misticismo de la naturaleza que aún pervive con fuerza en las sociedades desacralizadas de hoy. Desde el punto de vista de los ritos, dado que el mundo entero es sagrado, todas las facetas de la vida requieren la existencia de rituales, costumbres y símbolos cotidianos que recuerden la creación del mundo. Esto explica la importancia fundamental de los ritos de paso e iniciación, que vertebraban la organización social y, en su variante laica, todavía persisten en muchas de las interacciones sociales del mundo moderno.

Más allá del interesante trabajo de síntesis elaborado por Eliade para comprender la religiosidad del mundo antiguo, lo que más puede atraer al lector moderno tal vez sea comprobar cómo muchos de los elementos esenciales descritos han sobrevivido, transformados, y siguen explicando parte del pensamiento y el obrar del ser humano en nuestros días. El hombre religioso primigenio es nuestro ancestro y, lo queramos o no, descendemos de él, lo que explica muchas de las creencias más o menos vagas o difuminadas que seguimos albergando. La evolución ha sido muy gradual y la humanidad actual es muy diferente de la de la época antigua o las sociedades primitivas mencionadas en el libro, pero es muy curioso ver cómo en sociedades supuestamente laicas o aconfesionales aún mantenemos con el mundo que nos rodea, en algunos aspectos, una relación tan profundamente religiosa como la que caracterizaba a nuestros antepasados. Es importante saber de dónde venimos, entre otras cosas, para saber quiénes somos y hacia dónde podemos seguir avanzando.

Eliade afirma que, aun camuflado, sigue habiendo mucho de religioso en el mundo moderno. Cita ejemplos realmente sorprendentes, como el comunismo, cuya naturaleza mesiánica le confiere tintes de verdadera religión política, o el psicoanálisis, que funciona mediante símbolos e imágenes culturales, y cuya incursión en el universo de los sueños y el inconsciente tiene mucho en común con los sistemas iniciáticos propios de las sociedades arcaicas. La religiosidad se mantendría pues en el ámbito de lo irracional, y por tanto sería parte integrante del ser humano aún a día de hoy porque, sostiene el autor, no hay nadie que sea exclusivamente racional. En las últimas páginas se aventura un último planteamiento: la irreligiosidad contemporánea sería, desde un punto de vista religioso, una nueva “caída” del hombre, que deja atrás por fin las religiones monoteístas, tratando de desprenderse de cualquier rastro de divinidad para ser totalmente libre, pero conservando todavía, paradójicamente, algunos de los rasgos esencialmente religiosos que definieron a sus ancestros más remotos, en una perpetuación parcial, aunque inconsciente e involuntaria, del eterno retorno primordial.

Escuchando: Serpent Ascending – 2022 – Hyperborean Folklore

Chodron, Thubten – Budismo para principiantes (2017)

Chodron, Thubten – Budismo para principiantes, Alianza Editorial,
Libro de Bolsillo, Madrid, 2017

Me compré este libro en una edición de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que se celebra en Madrid cada semestre, y suele ser una fantástica oportunidad para encontrar títulos clásicos o de segunda mano a un precio que resulta bastante atractivo, aunque esté muy lejos de las verdaderas gangas que pueden hallarse en eventos similares en Francia o Alemania. Pese a la casualidad que determinó el hallazgo, lo cierto es que hacía ya tiempo que quería echar mano a un texto de este tipo para poder enterarme por una fuente directa de cómo funciona el budismo. En nuestro día a día occidental empleamos no pocas palabras de la religión budista que hemos banalizado para designar realidades mucho más prosaicas: nirvana, zen, karma, mandala… La lista es larga y variada, pero el nexo común es un mismo enfoque superficial y desmitificador. No obstante, el mejor ejemplo tal vez se dé en el soporte por antonomasia de la cultura popular, el cine. En las películas estadounidenses que estamos acostumbrados a ver desde niños, la figura de los budistas, monjes o no, suele caracterizarse por una bondad ingenua y una espiritualidad de cartón-piedra que, en la mayor parte de los casos, acaban materializándose en una notable capacidad para repartir hostias como panes. Acostumbrado a esa visión desde siempre, uno tenía ganas de aprender un poco más, a poder ser a través de un tratamiento algo más serio.

El libro está escrito en forma de preguntas y respuestas, lo cual es mucho más fácil de leer que cualquier tipo de introducción farragosa plagada de términos en pali o en sánscrito, y entra en materia desde el comienzo, empezando por una explicación clara y sencilla de los principios del budismo para ir pasando a otros temas relacionados más secundarios y variados. La autora es una monja budista estadounidense con un buen número de publicaciones en su haber, por lo que estamos ante alguien con conocimiento directo y personal del asunto abordado. Según su explicación, la esencia del budismo consiste en evitar hacer daño a los demás y tratar de ayudarlos. En una escala más individual, su meta es evitar el sufrimiento, y esto se consigue liberándose de lo que se conoce como “existencia cíclica”, es decir, el hecho de vivir bajo el yugo de circunstancias negativas como son la ignorancia, el apego y la ira. Estas llevan a desarrollar emociones perjudiciales como la dependencia y el miedo, que hacen que las personas se aferren a falsas expectativas y proyecciones generadas por ellas mismas que les provocan gran infelicidad. Ante eso, el budismo propone cultivar un desapego con respecto a las cosas, a las personas e incluso a uno mismo, que no equivale a descuidarlas o despreciarlas, sino a no estar condicionado negativamente por ellas. Para ello, entre otras herramientas, se emplea la práctica de la meditación, que permite purificar las actitudes y conductas perniciosas.

La finalidad suprema del budismo es conseguir librarse del sufrimiento y alcanzar la felicidad, un objetivo que, de una forma u otra, comparte con casi todas las demás religiones. Propone un camino de iniciación en el que el practicante esté aprendiendo y mejorando continuamente, cosa que puede parecer atractiva e incluso novedosa, pero no hay que olvidar que también el cristianismo invita a algo parecido, al menos en su interpretación más seria, aunque en la mayoría de los casos los fieles se limiten a seguir los ritos y las tradiciones sin profundizar más allá de la superficie. El amor y la compasión que predica la religión de Buda, otro rasgo que la emparenta con las demás confesiones, es algo que sin duda puede tener un efecto positivo a nivel personal, pero como en cualquier religión organizada, su aplicación a nivel de estado o de sociedad probablemente quede muy alejada del ideal teórico. Desde una mentalidad moderna y occidental, hay elementos del budismo que pueden entenderse bien e incluso adoptarse, como la empatía por todos los seres vivos, el respeto de la naturaleza y el buen trato de los animales. Otras, en cambio, son mera cuestión de fe, como la reencarnación o la creencia en deidades y espíritus. Y, como en todas las religiones milenarias, también hay puntos dudosos o contradicciones, como por ejemplo la posibilidad de arrastrar el karma de vidas pasadas, que puede inhabilitar en la práctica el efecto de las buenas acciones que uno realice en vida, o las carambolas en las que incurrió el propio Buda para justificar que los monjes puedan comer carne, tan confusas que resultan casi cómicas.

El lector occidental se sorprenderá al descubrir que el budismo es bastante compatible con la ciencia moderna, entre otros motivos, porque no sostiene la existencia de una deidad fija e inamovible que lo determine todo. En cuestiones sociales se muestra más tolerante que otras confesiones porque, por ejemplo, no promulga prohibiciones tajantes contra la eutanasia, los anticonceptivos u otros avances de la modernidad que aterrorizan a muchos obispos. Nuestra cultura materialista y superficial podría aprender mucho del concepto de desapego, aunque el problema del excesivo materialismo en Occidente probablemente se deba menos a la merma de devoción religiosa que a la ausencia general de una ética seria y profunda, que podría funcionar perfectamente aun siendo laica o atea. En definitiva, el budismo ofrece algunas ideas dignas de consideración que no serían incompatibles con la conciencia ni el modo de vida occidentales, pero no hay que olvidar que la mayoría de ellas no podrían importarse por separado, ya que son esencialmente indivisibles de la religiosidad genuina que les da aliento y soporte. No es posible pues aplicar estas ideas como quien se compra una prenda de ropa en unos grandes almacenes y se viste con ella al día siguiente, pero tal vez estas puedan llevar a una reflexión profunda a algunas personas individuales que las terminen interiorizando en sus vidas, algo que no está muy alejado de la intención manifiesta del propio Buda o de la autora del libro. Por ello, convendría no menospreciar estas enseñanzas desde la ignorancia, considerando que una cultura distinta no puede tener nada que ofrecer a la propia, pero tampoco debe uno escorarse al otro extremo y pasar a mitificar una religión extraña que no ha vivido personalmente y por ello no puede conocer más que desde fuera. Lo más prudente y razonable es tratar de aproximarse a ella con curiosidad, sin prejuicios y empezando por lo más básico, y para ello este libro constituye una introducción muy satisfactoria.

Escuchando: Elfsgedroch – 2020 – Gedoemd tot de eeuwige jacht